Jueves, 15 de febrero

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7:15 a. m. Suena la alarma ¡Bienvenida a la rutina diaria! Por desgracia, se acabaron las vacaciones de carnaval.

Empezaré por prepararme un descafeinado mientras enciendo el portátil y veo cómo se va actualizando la bandeja de entrada del Outlook y entran los nuevos mensajes sin cesar.

Ochenta y ocho mensajes sin leer es el número que me da los buenos días hoy. No está mal, podría ser peor...

Me quedan veinte minutos para desayunar, ducharme y arreglarme mientras voy abriendo alguno de los e-mails, antes de levantar a mis dos maravillosos hijos y que empiece la hecatombe pre-colegio matutina.

- ¡Mamá! ¿Dónde está mi jersey del cole?
-¡Mamá! ¿Y mi ropa de gimnasia?
-¡Mamá! ¿Dónde hay calcetines?
-¡Mamá! ¡No encuentro el cargador del Ipad! ¿Sabes dónde está?

Dos hijos y el doble de preguntas sobre asuntos que supuestamente me dijeron al darme las buenas noches que estaban controlados.

Tiempo que me queda para resolverlas: treinta segundos, ya que necesito unos cinco minutos para darles los buenos días a los dos perros que completan la unidad familiar de mi hogar.

Os podéis imaginar que mi casa en estos momentos es un caos encantador: muchas fotos de los cinco miembros felices repartidas por todas las estancias, bolsas preparadas para los entrenamientos de los niños en varios puntos de la casa, varios calendarios con notas y recordatorios pegados en distintas paredes... Tiene la suciedad justa para poder vivir de forma decente y que vengan mis padres a casa sin mascarilla, pero también es cierto que necesito encontrar un hueco esta semana para hacer una puesta a punto y no dejar criar a los ácaros de forma descontrolada.

8:25 a.m. Sino salen ya de casa los niños llegarán tarde a clase. Lo tengo todo controlado para que lleguen a menos diez en punto. Salir dos minutos más tarde de casa puede suponer un retraso de diez minutos más. En los tres años que llevamos viviendo en este lugar he conseguido realizar la estadística de horas de salida y minutos de retraso.

Y hoy no podemos permitirnos retrasos ya que a las 10 a.m. tengo una reunión con mi jefe para preparar el posible cierre de un trato con uno de los clientes más importantes de mi cartera.

8:49 a.m. ¡Bingo! Conseguido: Estacionada en la puerta del colegio. No llegan tarde. Como todas las mañanas los niños me dan un beso en la mejilla y yo les grito que les quiero mientras se marchan corriendo a la puerta principal del colegio.

Miguel, el mayor de mis niños, vuelve corriendo justo antes de que arranque el motor ya que se dejaba el Ipad en el asiento. Ya estoy acostumbrada. Doce años, ¡qué os voy a contar! Está en plena pre-adolescencia, lo que implica que tiene la cabeza en cualquier parte que no sea en la que se espera. El baloncesto, el Instagram, el WhatsApp y la Play 4 son todas sus preocupaciones. Empiezo a echar de menos esa dependencia tan grande que hace meses tenía de mí. Se me hace mayor y aunque me encanta, a la vez, un poquito me duele.

9:50 a.m. He llegado al trabajo, aunque mi histerismo iba creciendo por momentos durante el trayecto en el coche porque había un montón de tráfico y encima no es fácil encontrar aparcamiento en esta zona.

Pero tengo diez minutos aún para escribir los puntos claves de la reunión. Sé que la voz cantante la va a llevar mi jefe, pero no quiero que me pille desprevenida en algún punto.

10:00 a.m. Entro en la sala de reuniones. Ahí se encuentra mi jefe, Sergio, con su traje gris habitual y los puños de la camisa remangados, preparado para el combate.

- ¡Sara! ¡Perfecto! Ya vi el informe que me enviaste ayer por la noche. Resume muy bien todos los puntos claves a tener en cuenta en la negociación. Vamos a mirar ahora los números para analizar la propuesta que más nos interesa presentar y la estrategia a seguir ¡A por ellos! – exclama lanzando el puño al aire con una euforia desmedida.

Me da que va a ser una jornada muy larga...

9:00 p.m. Al final se cumplieron mis expectativas y la reunión se alargó más de lo previsto. Sé que hoy era el día para comenzar el cambio, pero no he encontrado tiempo para ello. Lo voy a posponer hasta mañana. Pero de mañana juro que no pasa. Además, ya será viernes. Seguro que eso ayuda.

Estoy entrando en casa después de recoger a los niños de sus entrenamientos de baloncesto. Los jueves es Santi el último en terminar. Es mi niño pequeño, el menor de toda la familia. Cumple diez años en septiembre y es increíblemente dulce. Tenía un año cuando me separé y siempre ha sido muy maduro para su edad. Nada más cruzar la puerta de la entrada, corre directo hacia Lebrón, el border collie que Papa Noel le trajo las navidades pasadas y el cual duerme junto a él todas las noches.

- Mami, ¿les echamos ya de comer a los perros? - pregunta Miguel mientras entramos, después de dejar en el suelo de la entrada todas las bolsas con la ropa para lavar de los entrenamientos de hoy.

- Sí, cariño. Voy preparando la cena mientras. Acordaros de deshacer las bolsas y dejar las cosas listas para mañana por la mañana.

9:45 p.m. El teléfono empieza a sonar. He perdido la cuenta de las llamadas que he contestado a lo largo del día. Es mi madre... Me acabo de dar cuenta de que no le he devuelto las cinco llamadas perdidas que tenía esta mañana de ella.

- Sólo llamaba para ver qué tal estabais.

- Estoy bien mamá- dije -. A tope, preparando todo para mañana.

- ¿Seguro que no te pasa nada? Te llamé varias veces y tienes voz de cansada.

Tengo que aclarar que, a mi madre, si no le contestas al momento o con un tono de alegría descontrolada, siempre va a pensar que algo no va bien y es capaz de estarte interrogando hasta que confiesas lo que quiere escuchar. No sirve de nada que hayas tenido un día agotador sin un sólo segundo libre. Eso no es motivo suficiente para estar cansada a última hora del día.

Pero ella es así y no voy a cambiarla y tampoco me gusta que se preocupe.

- Todo está perfecto, mamá. Es que me pillaste un poco liada acostando a los niños. ¿Y qué tal hoy tu día? ¿Todo bien?

-Oh, sí, muy bien. Dentro de lo esperado. ¿Y el trabajo? ¿Qué tal el trabajo? ¿Viajas mañana?

- El trabajo muy bien. Algo liadilla, como siempre. Aún no lo sé, ahora planificaré las visitas a ver a dónde me toca ir.

Tras varios minutos de conversación rutinaria miré el reloj. Ya tendría que estar recogiendo los restos de la cena de los niños e intentando cerrar algo de todo el trabajo atrasado que tengo para mañana.

- Mami, te dejo que me reclama Santi, que no sé qué le pasa. Mañana hablamos, ¿vale? Buenas noches - dije, inventándome una excusa para intentar acostarme antes de la una de la mañana.

- Buenas noches, hija. Y no te acuestes tarde que luego andas con una cara de cansada... A ver si te maquillas algo. Tienes que arreglarte más.

- Vale, mamá. No te preocupes. Que descanses.

Es una de las grandes preocupaciones de mi madre: que me levante media hora antes cada día para echarme cremas específicas para cada parte del cuerpo y maquillarme para mostrarle al mundo mi cutis descansado y terso.

11:50 p.m. Los niños y los perros ya están durmiendo. He cenado un yogur mientras terminaba de contestar alguno de los e-mails que me quedan pendientes. Hoy no me ha dado tiempo de sacar a pasear a los peludos. Menos mal que vivimos en un bajo con jardín y al menos están todo el día al aire libre.

Esto me recuerda que tengo que sacar tiempo este fin de semana para limpiarlo y arreglar la hierba.

Mientras voy a la cocina a por un vaso de agua veo las bolsas de los entrenamientos sin deshacer y el pantalón del uniforme de Miguel encima de una de ellas. Sé que esto implica unas cuatro preguntas más por la mañana como mínimo y otros treinta segundos para resolverlas.

Quedan sólo veinticuatro horas para que sea sábado - pienso.

Regreso a mi cuarto y enciendo el ordenador. Loapoyo en la mesilla de al lado de mi cama mientras pongo un capítulo de una delas series de mi lista.... y me sumerjo en un maravilloso sueño.

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DIARIO DE UNA CUARENTAÑERA: Los propósitos de Sara #PGP2022 #CA2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora