Pero será idiota... ¿Quién diablos se creía? Siempre caminaba con aquellos aires de grandeza como si fuese el rey del lugar, ¿qué parte de colegio público no había comprendido? Si deseaba sentarme junto a la ventana lo haría y no por vete tú a saber qué dichosa norma de "este es mi sitio, así que fuera" que él mismo había inventado me haría cambiar de lugar.
Normalmente pasaba por desapercibida en clase pero nunca, escuchadme bien, nunca me dejaba pisotear por un chico con cara bonita, en realidad, por nadie. Es cierto, Lee Jihoon se merecía su fama por su apariencia pero, ¿acaso eso le daba derecho de tratar a los demás como si fuesen un objeto? Yo os lo diré, no.
Desde luego, el hecho de no hacerle el menor caso y quedarme en el que al parecer era su asiento en clase desató la guerra pero me importaba poco, por no decir nada, lo que quisiera hacer. Al menos no me importaba hasta que comenzó a colmar mi paciencia con su actitud infantil.
Empezó con meras tonterías que, respirando fuerte y con calma, las lograba dejar pasar. Se colaba en la cola del comedor, me quitaba el asiento justo cuando colocaba mis libros... Pequeñas cosas de niño de parvulario y que no harían que yo, la mismísima Jaehwa, cayese en su trampa.
Sin embargo, lo que comenzó como un juego fue como una bola de nieve que poco a poco se hace más y más grande hasta que te aplasta con todo su peso. Da igual hacia donde mirase, inexplicablemente hacía aparición, ¡incluso en casa! ¿Desde cuándo era el mejor amigo de Junghwa? Mi hermano mellizo, quien es tan diferente a mí que parece un sinsentido que seamos familia. Amaba la fiesta y el llamar la atención, tenía cientos de amigos, o bueno, así llamaba a todos aquellos que le sonreían y saludaban por los pasillos, aunque no sabía más allá de sus nombres.
Un día en el que me encontraba encerrada en mi habitación escuchando algo de música, mi estómago comenzó a rugir, me tumbé bocabajo, haciendo fuerza para que este no volviese a sonar porque lo último que deseaba era bajar a la cocina. Jihoon estaba en casa y sabía lo que aquello significaba, en cualquier momento empezaría a molestar con sus groserías en cuanto me viese. Para mi suerte, Junghwa no dejaba que ninguno de sus amigos siquiera tocaran mi puerta, así que allí estaba completamente segura.
Cuando el hambre me azotaba con toda su fuerza, comencé a bajar sin hacer ruido por las escaleras y, cuando al fin conseguí tener un tazón de cereales entre mis manos suspiré aliviada. Entonces un cálido aliento chocó contra mi nuca y oreja derecha. Cerré mis ojos, esperando que fuese una tonta broma de mi hermano. Unas fuertes manos aparecieron en mi visión, colocándose a cada lado de mi cintura y apoyando su peso en la mesa central.
¡Oh vamos, sólo deseaba subir a mi habitación y comer en paz!
Desde luego aquellas manos eran más que reconocibles, se veían delicadas pero fuertes a la vez, dejando entrever un poco sus venas por el tono pálido de su piel.
—¿A qué se debe tanto silencio, mi pequeña Jaehwa? —Sin dudas ni cavilaciones giré para darle cara. Claro que lo que nunca imaginé es que estaría tan cerca como para que su pequeña y adorable nariz chocase contra la mía. Por un momento pareció sorprenderle tanto como a mí nuestro leve roce, pero no tardó mucho en volver a su sonrisa cínica.
—¿Te importaría no violar mi zona de confort? Es mía, aléjate.
—Todas gritando por tenerme tan cerca y tú me pides que me aleje, eres extraña Jaeh.
—No me llames así y no, no te quiero cerca, me repugna tu presencia. —Pude notar a través de su mandíbula, la cual se hizo aún más marcada de lo que ya era, que no le había gustado para nada mi comentario.