Mingyu - Pain

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El suelo estaba frío, había pasado demasiado tiempo pues, hasta hacía un momento si mis cálculos no fallaban, este ardía y quemaba mi piel sin amargura alguna. El dolor se había convertido en una sentencia, tus palabras aún retumbaban en mis oídos, tan fuerte, que incluso sentía que me asfixiaban, recordándome que era verdad.

Mi pecho se movía veloz, intentando volver a la vida a pesar de que sabía que aquello era imposible, buscando oxígeno como si aquello fuese lo que necesitaba y no tus cálidos besos.

Durante todo este tiempo pensé que eras mi medicina, mi razón de ser; sin embargo, nunca creí que existiese también la otra cara de la moneda, aquella en la que tu simple recuerdo se convertiría en dolor, angustia y horror.

Mis brazos rodeaban mi estomago con fuerza, inconscientemente creando una tortura física que no existió. Gemidos y sollozos se escapaban de entre mis labios intentando retener las lágrimas que fluían por mi rostro, emborronando la visión de aquel callejón al lado de la iglesia. Algunos transeúntes me miraban con pena; sin embargo, mis gritos desgarradores fueron suficientes para ahuyentarlos. ¿Pudiste escucharlos?

Como muchas veces fantaseábamos entre sábanas, incluso superando cualquiera de mis expectativas, te veías preciosa con aquel vestido blanco. Tu rostro desprendía felicidad, la misma que te llevaste contigo cuando te alejaste de mí. Intenté mirarlo a él con odio, quise vomitar al ver su sonrisa, sus ojos brillantes maravillado por la mujer que entrelazaba los dedos de su mano, compartiendo una alianza que significaba más de lo que podía parecer pero, ¿cómo hacerlo? Cómo hacerlo cuando sabía que cualquier persona de este mundo estaba destinada a rendirse ante tus pies.

Todos reían a carcajadas, una lluvia de arroz se dibujaba a lo largo del cielo azul entre pétalos de rosa. Intentaste ocultarte con tus manos, aquellas que se habían paseado tantas veces a lo largo de mi pecho. Te giraste feliz para observarlo de nuevo y, poniéndote de puntillas lo besaste rápidamente, más como una adolescente enamorada que una mujer que acababa de casarse. Lo besaste con aquellos mismos labios con los que murmuraste tu amor eterno por mí, ese cariño que se desvaneció hasta convertirse en nada.

Tus ojos cristalizados por las lágrimas volvieron a mi mente como otras tantas veces, temblabas tanto que temí que te hicieras daño, quise tocarte, sostenerte entre mis brazos como ya lo había hecho antes, pero te alejaste. Te fuiste de mi lado y yo me culpé por no ser lo suficientemente bueno para ti. ¿Ese hombre te amaba más que yo? ¿Él te hacía feliz más que ningún otro?

Siempre esperé el día en el que un ángel como tú se diese cuenta de que merecía alguien mejor. Bailaba de la dicha por haber tenido la suerte de que fueses tan ciega como para creer que yo era la fuente de tu felicidad. Tus carcajadas retumbando en el salón viendo el mismo capítulo de tu serie favorita, siempre me pregunté qué te parecía gracioso; sin embargo, amaba demasiado escucharte como para hacerlo. Amaba cómo fruncías el ceño cuando abría las cortinas para dejar entrar los rayos de sol por las mañanas o cómo se ponía a llover justo cuando tenías que salir de casa. La forma en la que tirabas de la manga de mi chaqueta cuando veías algo que te gustaba o cómo gritabas cuando intentaba ojear alguna de las historias que escribías cuando creías que estaba dormido.

Extrañaba cada momento vivido junto a ti, a sabiendas de que aquellos habían acabado hacía mucho.

—¿Mingyu? —Tu voz resonó entre las paredes de ladrillo. —¿Eres tú? —Los tacones chocando contra el suelo se hicieron cada vez más fuertes. Quise al menos sentarme, que no tuvieses esta última imagen de mí, desee no ser yo la causa de que el día más feliz de tu vida se volviese gris, a pesar de ello, quejidos y lamentos se escaparon de lo más hondo de mi ser. —Mingyu... —Tu murmullo lleno de pena fue suficiente para intentar eliminar las lágrimas con la manga de mi jersey lleno de polvo.

—Hye. —dije en bucle mientras agonizaba, viendo de nuevo tus ojos emborronados por mi culpa. Tus dedos se deslizaron por mi rostro, secando la humedad de mis mejillas. Tu aroma fue una explosión que se introdujo hasta el último milímetro de mi cuerpo.

—Mingyu, levántate, por favor. —suplicaste. Con tu ayuda me puse un pie y, antes de tener la valentía para abrir los ojos, tu menudo cuerpo ya estaba rodeando al mío. —No llores más, no llores... —Mis manos temblorosas se acercaron con miedo a tu espalda, sintiéndola bajo mi tacto por la fina seda que la ocultaba. —Pronto conocerás a alguien quien realmente te haga feliz, créeme.

—Ya lo hice. —sollocé algo más fuerte.

—¡Hye! —El chico moreno vistiendo un traje de color negro nos observaba desde el final de la calle, a pesar de la distancia, podía ver cómo se estaba mordiendo la lengua para no decir nada más. —Se nos hace tarde.

—No lo hiciste, simplemente viste un destello que creíste ser la luz.

Y sin más te fuiste, dejando tras de ti un halo casi palpable. Desde entonces, la esperanza se abre paso entre la tristeza para que, como siempre, tengas razón y la felicidad llame a mi puerta de nuevo y me muestre la verdadera luz y no un simple resplandor.

¡Hola! Hasta aquí el oneshot de Mingyu, espero que os haya gustado. Si queréis que haga algún fic de otro miembro en especial, podéis decírmelo en comentarios e intentaré hacerlo <3

One-shots SEVENTEENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora