Podéis culpar de que escribiese esto a Humenazaki Muy posiblemente me arrepienta de haber subido esto y lo borre próximamente >>>
Si de una forma tuvieses que describir a tu jefe no sabrías cómo hacerlo sin incluir "misterioso" entre el conjunto de calificativos. Mingyu no era malo, de hecho, saludaba cada vez que pasaba frente a tu escritorio y pedía cada fotocopia o búsqueda con un "por favor" alto y claro al final; sin embargo, no podías decir nada más allá de eso. En el momento en que llegaba, la puerta de su despacho quedaba cerrada a cal y canto, por lo que no podías escucharlo ni verlo en todo el día, lo que era una verdadera pena.
Un día, todos aquellos que formaban parte del staff se veían más agitados que de costumbre, retumbando los zapatos de tacón de aquí para allá constantemente y, aquella puerta prohibida, siendo abierta innumerables veces. Tu trabajo era algo básico, sacar fotocopias, hacer el café cuando era necesario... Lo mínimo, pero de hecho, cobrabas bastante bien mientras que buscabas otro trabajo que se dirigiese más hacia tus estudios.
La hora del descanso llegó, así que dejaste crujir cada uno de tus huesos mientras que tus brazos temblaban al hacer fuerza en ellos subiéndolos sobre tu cabeza. La cafetera dejó de hacer ruido, avisándote de que el café estaba listo cuando la puerta se cerró sobresaltándote. Mingyu estaba ahí; sin embargo, no parecía el de siempre. Su repeinado cabello hacia un lado mostrando su frente, ahora estaba despeinado hacia cualquier lado, aunque mentirías si dijeras que su pelo rubio no se veía estupendo así. Su camisa estaba horriblemente arrugada y sacada en algunos lados de sus pantalones, mientras que su corbata caía por su pecho algo desabrochada. Sus ojos mostraban cansancio, pero en el momento en el que te vio, volvieron a aquella aura misteriosa de siempre.
― Buenas tardes. ―murmuraste tímidamente, por muy joven que fuese, era tu jefe al fin y al cabo, su figura te hacía querer respetarlo lo conocieses o no. Tendiste el café hacia él. ― ¿Quiere una taza? No lo he probado aún ―Pasaron varios segundos hasta que quitó sus ojos de los tuyos para, muy lentamente, llegar hasta tus manos. Una sonrisa ladina nació en sus labios mientras que negaba con la cabeza.
―Puedo hacerlo yo mismo, gracias. ―respondió caminando hacia la cafetera, obligándote a dar un par de pasos hacia atrás. Pulsando un par de botones, la máquina comenzó a hacer ruido. Parecía que se había dedicado toda la vida a hacer cafés, su mano venosa adornada con aquel reloj plateado de marca sobresalía del bolsillo de su pantalón azul marino que, en tu humilde opinión, le hacía un culo de infarto. ―De todas formas... Es tu momento de descanso, ¿no? ―Su cabeza estaba levemente inclinada hacia tu lado y, no supiste si sus ojos habían siempre sido tan oscuros o era cosa de la luz de aquella sala.
―Sí, pero no me hubiese importado. ―Tu voz sonaba baja, algo más aguda de lo acostumbrado. ―Se ve como que hoy hay mucho trabajo, podría haber hecho eso por usted. ―En el momento que el "usted" salió de tus labios, sus ojos llamearon y su sonrisa se acrecentó.
―Podrías ayudar de otras formas... Si la señorita fuese tan amable. ―dijo dejándose caer sobre la encimera y repeinando su cabello hacia atrás con sus dedos. Tu boca se quedó seca al instante y por un momento creíste que aquella habitación estaba falta de oxígeno.
―Oh, bueno, mi turno pronto acaba pero puedo hacer lo que esté en mi mano. ―Mingyu elevó una de sus cejas, llevó con ambas manos la taza a su boca pero sin tocarla y comenzó a soplar el humo que salía de ella mientras que te mira fijamente.
―Siempre podrías hacer horas extra. ―Horas extra significaba dinero y, la verdad, aquella sería una estupenda excusa para no tener que hacer nada hoy al llegar a casa.