Aún puedo recordar a la perfección la primera vez que la vi. Había escuchado historias sobre algunas almas gemelas, ese cosquilleo en el pecho al ver a esa persona con la que compartirás el resto de tu vida porque, después de conocerla, no hay marcha atrás. Hay una especie de imán que une ambos corazones hasta el fin de sus días, sin necesidad de intercambiar palabras.
Yo tenía veintidós años entonces, acababa de salir de la universidad y me dirigía a una de las cafeterías del campus donde trabajaba un par de horas para conseguir unos ahorros. Fue entonces cuando la vi y, ese famoso cosquilleo, hicieron que casi vomitara. Todo en mi interior se removió y mis ojos parecían haber olvidado que necesitaba gafas para poder ver porque cada detalle, su sonrisa tan brillante, su pelo siendo despeinado por la brisa del aire o lo viva que era su mirada, aun se mantiene en mi memoria como si se estuviera desarrollando en estos momentos.
Todavía me avergüenza pensar que yo pude verla a ella por primera vez como si estuviese recién sacada de un estudio de fotografía y yo... Bueno, yo hacía mi mejor esfuerzo por no babear.
―Hola, ¿cómo te llamas? ―preguntó ella, ocultando sus manos a sus espaldas y haciendo que su vestido de margaritas se moviese a su alrededor.
Aquello fue un comienzo y, doy gracias a toda esta cosa de las almas gemelas porque, de no haber sido así, creo que sería imposible que ella se fijara en mí. Yo me sentía tan torpe cuando ella estaba cerca; sin embargo, la presión en mi pecho se convertía incluso dolorosa cuando ella se alejaba lo suficiente como para desaparecer de mi vista.
Sus bromas, risas y bailes bajo la lluvia fueron suficientes para enamorarme, si es que ya la atracción que ambos sentíamos decía poco de mis sentimientos. La vida era demasiado feliz, tanto, que incluso me daba vértigo pensarlo.
Ella acabó su carrera un año más tarde que yo y, para mi suerte, yo ya había encontrado un trabajo dando clase como profesor de historia en un pequeño instituto de mi vecindario. Las cosas marchaban tan bien que, por supuesto, en algún momento debían de torcerse.
Poco o nada se sabe sobre las almas gemelas, los científicos no han encontrado una respuesta sobre por qué nos ocurre esto a todos los seres vivos que habitamos en la tierra, simplemente ocurre y ninguna fuerza puede separarlo. Nada, excepto la muerte.
Somos tan ingenuos al sentir tanta felicidad que ni siquiera pensamos en la pequeña posibilidad de que eso ocurra, el hecho de que de un momento a otro todo se acabe, todo menos este sentimiento de vacío que ocupa mi pecho y me consume.
Al igual que aquel supuesto cosquilleo a la hora de conocerla debía de ser, eso, un simple cosquilleo, aunque mi interior fue entero removido por su existencia. Ocurrió el día en que un número desconocido llamó a mi teléfono para darme la peor noticia que podría haber recibido. Había leído sobre algunas almas gemelas que habían perdido su otra mitad y, por muy desgarradoras que fueran sus historias, nada me preparó para lo que sentí llegado el momento.
No sé dónde estarás ahora Julia pero, si aún queda una brizna de vida en mí es gracias a ti, porque espero que tu recuerdo no sea borrado mientras que un rayo de esperanza quede en mí.
Allá donde estés, espero que recuerdes esto: tu corazón seguirá latiendo mientras que el mío lo haga porque ayer, hoy, mañana y siempre te voy a amar y, pondría la mano en el fuego, que me enamoraría de ti incluso no fueses mi alma gemela, en contra de toda ley existente, porque no puedo imaginar mi vida sin ti y; sin embargo, ahora voy a tener que empezar a vivirla.