5. Bajo las estrellas
Eran las doce y media de la noche de un jueves especialmente caluroso.
Los padres de ___ ya se habían acostado y ella estaba tumbada en su cama, bajo la ventana, intentando disfrutar de la poca brisa fresca que corría aquella noche. Entre sus manos tenía una novela erótica que no estaba ayudando en nada a bajarle la temperatura.
Acababa de pasar de página cuando su móvil vibró. Lo cogió de la mesita donde estaba y leyó el mensaje de WhatsApp que acababa de llegarle. Era de Nathan.
«¿Estás disponible?»
Tras asegurarse de la hora que era, ella replicó:
«Son las 12:30».
«¿Y? Estás despierta».
___ tardó varios segundos en contestar. La verdad es que sí, qué más daba la hora que fuera. De hecho, la noche era el refugio de los amantes.
Pensó en qué le dirían sus padres si la vieran salir de casa a esas horas e inmediatamente una vocecita furiosa le dijo «hija, que ya tienes una edad…». Era su parte rebelde la que hablaba, la que odiaba haber tenido que volver a casa de sus padres, dejando atrás la libertad de la emancipación, aunque su lado lógico le decía que, por mucha edad que tuviera, sí que tenía que rendirles cuentas a sus padres de dónde iba o que hacía mientras viviera bajo su mismo techo. Sopesó los consejos de las dos vocecitas que le hablaban antes de contestar al mensaje de Nathan.
«¿Cuándo nos vemos?»
Solo podía esperar que sus padres estuvieran profundamente dormidos y no la oyeran salir ni entrar.
«Baja en cinco minutos».
Se puso en pie para cambiarse de ropa, pues ya se había puesto su minúsculo pijama blanco, pero después se lo pensó mejor y optó por una fina chaqueta que era lo suficientemente larga como para taparle el modelito de dormir. Se remangó las mangas para no comenzar a sudar antes de tiempo y, con unas sandalias en la mano, salió de su habitación de puntillas y sin hacer el menor ruido. Abrir la puerta principal de su casa sin que hiciera ruido fue todo un desafío, pero lo consiguió, alentada por los ronquidos que escapaban del dormitorio de sus padres. Se calzó mientras bajaba por las escaleras y cuando llegó al portal, Nathan ya la esperaba montado en su coche.
Tras saludarse como harían dos amigos, él puso en marcha el vehículo y salieron a toda velocidad. ___ supuso que se dirigían hacia algún descampado o lugar escondido en los bosques cercanos al pueblo, como habían hecho dos días atrás cuando se lo habían montado en la parte de atrás del coche después de que ella lo llamara en su día libre a la hora de la cena. En esta ocasión, no obstante, ___ no tardó en darse cuenta de que estaban yendo más lejos de lo normal.
—¿Dónde vamos? —interrogó.
—Ahora lo verás.
—Está un poco lejos, ¿no?
Él no contestó, mostrándose totalmente enigmático. En una carretera bordeada de árboles, giró a la derecha por un camino de tierra y comenzaron a ascender por un terreno bastante irregular.
—¿A dónde lleva esto?
—Espera, impaciente.
—Pensaba que sería salir y entrar de mi casa. Como mis padres se enteren de que me he ido a media noche… —en cuanto aquellas palabras salieron de su boca, se arrepintió. Sonaba como una adolescente.
—¿Te castigarán sin salir? —se burló él.
—Cállate.
Al fin llegaron a su destino, un mirador en lo alto de una sierra que ofrecía unas vistas panorámicas de su ciudad, con todas las luces doradas del alumbrado público brillando para saludarles. Se apoyaron en el muro de piedra del mirador y ___ se alegró de haberse puesto la chaqueta, pues allí, aunque no hacía frío, la temperatura había bajado varios grados con respecto a la del pueblo.
—¿Por qué me has traído aquí? —interrogó ___ sin mirarle.
—Es bonito.
El silencio y la expresión ceñuda de ella dijeron más que cualquier palabra.
—¿Qué? —preguntó Nathan a la defensiva.
—Aquí uno se trae a su novia, para mirar las luces mientras se abrazan. Aquí uno no se trae a un amigo ni a una follamiga.
—Ahí te equivocas. Aquí he venido yo con mis amigos.
—¿A ver las luces mientras os cogíais de la mano?
—No, hombre, he subido con ellos en bicicleta. Puedes comprobarlo en mi Facebook, en mis fotos de hace un año más o menos.
—Pero tú y yo no hemos subido en bici, no hemos venido a hacer deporte, así que no es lo mismo.
—¿Cómo que no hemos venido a hacer deporte? —quiso saber él, y para acompañar sus palabras le dio un cachete en el culo.
—¿Pero qué haces? —interrogó ella girándose hacia él, y de pronto vio que lo tenía encima, a escasos centímetros de su boca.
—¿No te gustan los azotes? —ronroneó—. Ahora el sado se ha puesto muy de moda con el librito ese de las sombras de no sé quién…
—No, no me gustan los azotes ni el sado —replicó ella con voz tajante, y de un empujón lo mandó a casi dos metros de ella.
Él la miró desconcertado durante un instante, intentando adivinar si el tono que había usado era una advertencia para que no se acercara o simplemente un juego. Lo supo en cuanto ella comenzó a desabrocharse la chaqueta que llevaba puesta, dejando al descubierto una ligerísima camiseta de pijama y unos shorts blancos que más parecían un culote.
Nathan emitió un sonido de aprobación que hizo vibrar su pecho y se acercó a ella con paso felino. Se enredaron en un húmedo beso mientras con sus manos exploraban el cuerpo del otro. Cuando él llegó a su culo, le rozó en la zona donde sus nalgas pasaban a ser piernas y ella sintió cosquillas. Alzó la pierna y la enroscó entorno a su cintura, restregándose un poco para excitarle. Nathan llevó su cara al cuello de ella, besando y succionando su piel, hasta que la obligó a bajar la pierna y, cogiéndole el pantaloncito del pijama, se lo bajó por los muslos hasta sacárselo por los pies. Estaba agachado frente a ella y la miró de manera provocativa, lo que hizo saber a ___ que se iba a quedar allí un rato más. Le hizo separar un poco las piernas y llevó su cara a la zona más íntima de ella, atacándola desde abajo con una habilidosa lengua que buscó con atino su entrada e intentó enroscarse en sus labios. ___ cerró los ojos y enredó sus manos en el pelo de él, jadeando.
—Se te da bien —le dijo antes de besarlo cuando él volvió a subir, dejándole un reguero de besos y saliva en su abdomen y sus pechos.
—La práctica. Aunque se me dará mejor cuando estés tumbada.
Aquello sonó a promesa.
___ pensó que había llegado su turno de desnudar a Nathan y, muy lentamente, para que él supiera exactamente qué iba a hacer, descendió y le fue bajando los pantalones lentamente. Los dejó en el suelo, delante de ella, para arrodillarse sobre la tierra sin hacerse daño. Lo miró a los ojos mientras le bajaba también los calzoncillos, sintiéndose como una actriz porno que le baja los calzones a su compañero mientras mira a la cámara fijamente.
Él ya estaba duro y su pene la esperaba como si fuera un mástil en horizontal. Sin agarrarlo con la mano, sacó la lengua y jugó con la punta, haciendo que todo el miembro oscilara frente a ella. Después probó a capturar el glande con su boca, apretando con sus labios la circunferencia mientras con su lengua hacía círculos entorno a la punta. Agarró a Nathan por el culo y, echando la cabeza hacia atrás ligeramente, lo suficiente como para mirarle a los ojos, fue metiéndose el miembro en la boca con gran lentitud, creando un prieto círculo con sus labios en torno a la cálida y henchida carne de él, que no pudo dejar de mirarla salvo cuando ___ tuvo casi todo el pene en su boca, momento en el que cerró los ojos, entreabriendo los labios. Ella repitió el movimiento un par de veces y después, con todo el miembro dentro, succionó con fuerza, haciendo que él jadeara.
Se sacó el pene de la boca y ascendió, besándolo con pasión.
—A mí también se me dará mejor cuando use las manos —le provocó.
Pero él estaba demasiado excitado como para replicar. La cogió por los muslos y la sentó en el borde del muro, abriéndole las piernas y entrando en ella de golpe. La saliva de ___ sirvió de lubricante y el pene se deslizó fácilmente. Él se retiró y volvió a entrar mientras la besaba apasionadamente.
—No te has puesto condón —consiguió decir ella cuando Nathan se separó un instante de su boca para dejarla respirar.
—Me has calentado demasiado. Parecías una actriz porno. De las buenas.
Aquella última frase la añadió por si a ella le molestaba la comparación, aunque no lo había hecho, pues era precisamente eso lo que ___ había buscado con su provocador espectáculo. Él estaba enorme y entraba a un ritmo constante. La postura vertical hacía que el roce sobre su clítoris fuera muy pronunciado. Olvidándose de todo, ___ no tardó en llegar al orgasmo.
Lo hizo mirando las estrellas y de forma ruidosa, aprovechando que solo había naturaleza a su alrededor y que nadie podría oírles.
—¿Puedo correrme en tu boca? —le preguntó de pronto la voz ronca de él, que no había dejado de entrar y salir mientras ella llegaba al orgasmo.
Aquello le recordó que él seguía sin preservativo. Dudó un instante si decirle que sí o que no, que simplemente eyaculara fuera, pero entonces él dijo—: Por favor.
___ se arrodilló frente a él, que se sujetaba con fuerza el pene, acariciándolo arriba y abajo. Fue él quien lo llevó hasta su boca y cuando ella reemplazó su mano entorno al miembro viril, Nathan no pudo contenerse y marcó el ritmo con movimientos de sus caderas. Terminó derramándose en su boca rápidamente y entre espasmos que le sacudieron todo el cuerpo.