8. En el restaurante:
El jueves por la noche, Nathan la invitó a pasarse por su restaurante.
Sus padres todavía no habían regresado del norte y el local seguía cerrado por vacaciones, así que, mientras se dirigía hacia allí, ___ se preguntó si una de las fantasías de Nathan era hacerlo en el sitio donde trabajaba. No obstante, se llevó una sorpresa cuando, después de que él levantara la persiana y la animara a entrar, se encontró una mesa preparada para dos con un par de velas encendidas.
—¿Qué es esto? —preguntó, quizá de manera algo agresiva.
—Quiero invitarte a cenar —replicó él, apoyando su mano en la espalda de ella para intentar que avanzara. Tuvo suerte y ella se dejó llevar hasta la mesa.
—¿Invitas a todos tus amigos?
—Desgraciadamente, sí. Muchos vienen a gorronear.
—Pero esto es una mesa romántica, Nathan.
—¿Lo dices por las velas? Las apago si quieres, mi madre las enciende por la mañana porque huelen bien, pero si te molestan… —se inclinó para soplar sobre ellas y ___ no se opuso.
Sin su luz dorada, la mesa quedó algo desangelada, aunque todavía quedaba un centro bajo de flores artificiales. Nathan lo señaló:
—Estas no son románticas, son el estilo del restaurante. Pero si quieres también las quito.
___ negó con la cabeza, aunque no parecía muy contenta.
—Venga —intentó animarla él—. Es un plan como cualquier otro. Los amigos quedan para cenar, solo que en vez de llevarte a cenar hamburguesas o comida china, te traigo a mi restaurante. Me sale más barato. Vamos, toma, bebe un poco de vino.
Cogió la copa que le tendía con vino rosado y le dio un largo sorbo.
Después suspiró y miró a su alrededor. El local era bonito, con las paredes pintadas de una tonalidad violeta y los muebles en color negro.
—Está muy bien el sitio. Tiene estilo.
—Sí, la verdad es que con las reformas que hicimos hace tres años quedó genial.
—Has dicho «mi restaurante» e «hicimos». ¿Te gusta trabajar aquí?
—La verdad es que sí, más de lo que podría haber esperado. Y me gusta especialmente la cocina. Mi madre me está enseñando a hacer muchos platos y no descarto hacer algún que otro curso de cocina ya de cara a septiembre. Anda, vamos, para que no me digas que esto es una cena romántica, ayúdame a sacar las cosas.
___ le dio otro largo sorbo al vino y le siguió hasta la cocina, donde había una serie de platos preparados. La mayoría de ellos eran frescos, aunque Nathan mantenía en un calientaplatos unas brochetas de pollo con una pinta estupenda y unas raciones de salmón. Sacaron a la mesa una tabla de quesos con una ensalada y Nathan, con mucho cuidado, sacó el calientaplatos para ponerlo en una mesa auxiliar.
—Así no tenemos que levantarnos luego.
Ella se terminó la copa y se sirvió más.
—¿Estás sedienta o quieres emborracharte?
—Júrame que esto no es una cena romántica.
—¿La aceptarías si lo fuera?
___ masculló algo para sí.
—Ya te he dicho antes que no lo es —contestó en respuesta él.
—Tú lo que haces es tirar la piedra y esconder la mano.
—¿Cómo?
—Ya me has dejado caer en un par de ocasiones comentarios sobre tú y yo teniendo algo más que una relación de follamigos. Pero cuando ves que me lo tomo a mal, que te voy a decir que no quiero nada más, sonríes o dices que es una broma. Eso en mi tierra es tirar la piedra y esconder la mano. Si quieres pedirme salir, hazlo.
—¿Es que acaso responderías que sí? —replicó él. No sonaba esperanzado sino más bien acusador, como si le echara algo en cara.
—No, pero al menos dejaríamos las cosas claras.
—Cenemos, anda. Estás paranoica. Mis sentimientos hacia ti no han cambiado desde que firmamos el contrato, lo único es que yo soy así… simpático.
—Júramelo.
—¿Qué soy simpático?
—Que tus sentimientos hacia mí no han cambiado.
Con expresión seria, él extendió la mano y la puso sobre una de las velas apagadas.
—Juro por estas preciosas y aromáticas velas que me has hecho apagar porque pensabas que eran románticas que mis sentimientos hacia ti no han cambiado desde que llegamos al acuerdo de ser amigos con derecho a roce. ¿Contenta?
El hecho de que hubiera dicho aquellas palabras mirándola directamente a los ojos parecieron tranquilizarla y se obligó a sonreir, algo arrepentida por cómo había actuado.
—Sí, contenta. Lo siento. Yo… las velas eran muy bonitas y olían a vainilla, ¿no? ¿Puedo volver a encenderlas?
—Si quieres levantarte para coger las cerillas, están detrás de la barra.
Se puso en pie y se dirigió hacia donde él le había indicado. Pasó junto a una cadena de música y le preguntó a Nathan si podía poner música. Este, desde la mesa, le indicó como enchufarla para que comenzara a sonar uno de los discos que tenía metidos.
Empezaron a cenar y entablaron una conversación en la que ella era la voz cantante. Nathan parecía algo molesto todavía y a ___ le llevó casi veinte minutos de monólogo conseguir que él volviera a comportarse de manera normal. Respiró aliviada al ver que volvía a ser él mismo, con sus bromas y comentarios graciosos. El punto álgido de la conversación llegó cuando, ya algo bebidos, comenzaron a hablar de sexo.
—¿Habéis pillado a alguien alguna vez practicando sexo en el
restaurante?
—En el baño a unos cuantos, aunque bueno, no los hemos pillado exactamente. Simplemente hemos visto a parejas entrar y salir al cabo de unos minutos más felices de lo que entraron. La única pillada gorda fue a una pareja de guiris en los que ella se puso debajo de la mesa a chupársela.
—¡No me jodas!
—Y le peor de todo es que a ella se le salía un pie por debajo del mantel — Nathan comenzó a reírse de manera descontrolada—. Antes usábamos manteles largos, por lo que no se veía lo que había debajo… salvo el pie de la chica. Mi madre se encargó de cambiarlos todos para ponerlos más cortos después de aquello.
—¿Y qué hicisteis?
—Yo los habría dejado, la verdad; menudo corte. Pero mi padre ni lo dudó. Se acercó, le dio unos toquecitos al hombre en el hombro y dijo en voz alta que la «señorita» debía salir de debajo de la mesa.
—¿Lo entendieron? ¿No has dicho que eran guiris?
—Debieron de entenderlo porque la chica salió de debajo de la mesa.
—¿Y se fueron?
—¡Qué va! Siguieron comiendo.
—¡Qué fuerte me parece!
Se rieron juntos a carcajadas con aquella anécdota, dejándose llevar por la felicidad que les brindaba el vino. Cuando se les pasó el ataque de risa, ___ se descalzó y con cara de pícara, llevó su pie izquierdo hasta la entrepierna masculina. Él dio un brinco, sobresaltado de pronto.
—¿Qué haces?
—Tu padre no está aquí para decirme que deje de hacer cositas debajo de la mesa.
Él comenzó a removerse inquieto con cada movimiento que ella hacía con su pie, lo que la alentó a seguir con una sonrisa socarrona.
—No te alteras tanto cuando te toco con la mano.
—Normalmente, cuando me tocas yo también puedo tocarte.
Ella solo sonrió y siguió con su exploración por debajo de la mesa, pero él de pronto echó hacia atrás su silla, quedando fuera del alcance femenino.
Para sorpresa de ___, se metió bajo la mesa y llegó gateando hasta ella. Le separó las piernas y ella se puso instantáneamente nerviosa.
—No llevas bragas —su tono de sorpresa hizo que ___ no pudiera evitar una risita.
—No me esperaba que me invitaras a cenar. Vine preparada para otro tipo de… actividad —la voz se le quebró cuando él tocó, con la yema de su dedo, la entrada de su vagina.
—En vestido y a lo comando. Qué chica más guerrera.
Mientras hablaba, seguía haciendo círculos con la punta de su dedo.
Cuando ___ se abrió para él, introdujo la primera falange en la estrecha oquedad. ___ sintió que él se movía, pero no supo lo que hacía hasta que de pronto sintió su húmeda lengua justo encima de su dedo, acariciándole la entrada. ___ entreabrió la boca, conteniendo la respiración de pronto.
Era de lo más extraño tener ante ella una mesa perfectamente ordenada, con un pulcro mantel blanco, mientras sentía las caricias de él allí abajo.
Nathan ya había conseguido introducir todo su dedo índice dentro de ella y, en vez de meterlo y sacarlo, hacía pequeños movimientos en su interior, buscando lugares sensibles a la vez que con su lengua la excitaba por fuera.
___ apoyó las manos sobre la mesa, capturando en una de ellas su servilleta y estrujándola. Él estaba haciendo algo muy raro con su dedo. Lo estaba moviendo dentro de ella de un modo de lo más peculiar y excitante.
Se retorció sobre la silla y se mordió el labio, quedando molestamente decepcionada cuando repentinamente él saco su dedo y separó su boca de ella, empujando la silla hasta poder salir entre las piernas de ___.
—Tú también te alteras mucho —le dijo, socarrón.
—Eso que haces con el dedo…
—Seguirás experimentándolo en otra ocasión —replicó él, y como seguía abierta para él, le metió rápidamente dos dedos en la vagina. ___ lo sujetó por el hombro a la vez que abría mucho los ojos—. Ponte de pie —le ordenó.
—Pero…
—Ponte de pie.
Así lo hizo, y él la siguió con la mano, sin sacar sus dedos. El no saber qué iba a hacer con ella, en lugar de ponerla nerviosa, hacía que se sintiera terriblemente excitada. Nathan llevaba las riendas de aquel encuentro sexual y le gustaba sentirse a su merced. La hizo retroceder hasta que chocó contra una mesa, momento en el que él dejó de penetrarla con los dedos y, subiéndole el vestido hasta la cintura, la montó sobre la mesa, colocándola cerca del borde. Se desabrochó los pantalones, se bajó los calzones, se puso un preservativo y la poseyó de una certera embestida. La intensidad de la fricción hizo que ___ cerrara fuertemente los ojos y jadeara contra su oreja. Las primeras penetraciones siempre iban acompañadas de sensaciones muy intensas, pues el roce era máximo, y ___ disfrutó de los placenteros impulsos que su todavía estrecha vagina mandaba a todo su cuerpo. Él, luchando por hacerse hueco, también parecía gozar del intenso roce, tanto que, en cuanto la zona se humedeció y las sensaciones dejaron de ser tan arrolladoras, la tumbó sobre la mesa y le hizo subir las piernas sobre sus hombros, penetrándola con fuerza. La mesa se movía con cada embestida y tras varios envites Nathan optó por bajarle de nuevo las piernas. Ella aprovechó el momento y le hizo la tijera, rodeándole la espalda con sus extremidades inferiores, pero no se quedó ahí e, incorporándose en la mesa, apoyó sus manos sobre la dura superficie y alzó las caderas, moviéndolas verticalmente, arriba y abajo, con el pene todavía dentro. La sensación fue intensa y maravillosa y de su garganta escapó una mezcla de gemido y grito que aumentó cuando él la cogió por las caderas y la ayudó a hacer el movimiento a mayor velocidad.
—Dios, como me pones —dijo Nathan, y ___ supo que estaba cerca del orgasmo por su voz ronca y su cara congestionada.
Alentada por sus palabras, dejó caer la cabeza hacia atrás y, a la vez que sentía como los dedos de él se clavaban en la piel de sus caderas, gritó, dejándose arrastrar por un mar de sensaciones que le nublaron la vista y el juicio durante varios segundos. Oyó que él gemía también y después se desplomó contra ella, apoyando la cabeza contra sus senos.
Se quedaron así casi un minuto, agotados. Él le mordisqueó el pezón a través del vestido, comprobando lo que había estado sospechando toda la noche: que ___ tampoco llevaba sujetador.
—¿Te apetece el postre? —interrogó de pronto, tras soltar su chupete de adulto.
—Dime que es de chocolate.
Cuando se irguió sobre ella, lucía una espléndida sonrisa en su cara.