Cuerpo activo, alma oculta.

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Las palabras son difíciles de expresar cuando todo lo que quieres decir no se organiza en tu mente, pero quizás si lo digo de corazón, desde lo más profundo de mí ser y sin pensarlo tanto podría funcionar. El temor a decirlo de frente, mirando tus ojos, es tan gigante que podría aplastarme, pensar en tu reacción, en lo que harás y de qué modo fluirán mis palabras, simplemente me aterra.

Desperté esta mañana con un par de lágrimas en los ojos, el sol se reflejaba en toda mi habitación y no estaba segura de querer comenzar un nuevo día. Mi cuerpo permanecía estático parecía aferrarse a las sabanas, mi mente estaba a punto de explotar de tantas interrogativas pero mi corazón estaba eufórico por gritar y liberarse de las cadenas de silencio que lo retenían. De algún modo logre levantarme, mis pies tocaron el frio suelo, y lentamente recorrí el camino hasta el baño; me mire en el espejo, el mismo rostro de siempre, ojos agotados de llorar, labios desanimados, pálida piel y esos horribles cabellos rojos desteñidos que cuelgan sobre mi cabeza. No resisto mirarme, es como si fuera prisionera de la oscuridad y por más que trate de luchar, siempre pierdo.

Los días son rutinarios, desayuno el mismo cereal de avena, un vaso de leche a un costado del plato y acompañándome de esa melodiosa estación de radio que nunca termina, y justo cuando el reloj marca las 9 de la mañana, tomo rumbo al trabajo.

Ese momento llega, cuando me paro en frente de ese gigantesco edificio de 64 pisos con ese enorme letrero “Intermec” la más importante agencia de comercio, me hace sentir lo más insignificante y pequeño de este mundo, hasta una hormiga se sentiría afortunada. No soy más que una simple asistente, sigo órdenes, yo no tomo decisiones, no me quejo, solo obedezco y eso no me ha causado ningún problema hasta el momento. Primer paso antes de comenzar, un café grande, sin azúcar y con un toque de canela, la bebida perfecta para la jefa, reviso su agenda, contesto llamadas, tomo recados, y en algunas ocasiones asisto a conferencias. Lo más típico para una asistente. Una gran vida.

No le tomo completa importancia a lo que hago, los días pasan volando enfrente de mí y me olvido de cómo fue que trascurrió, es como si mi cuerpo estuviera presente, trabajando automáticamente pero mi alma se encuentra vagando en enormes callejones oscuros que no tienen una salida, sin darme cuenta, de pronto ya estoy de regreso en casa.

El pasado sigue presente en el ahora, esa inexplicable explosión de emociones me tumba en la cama, mirando el techo blanco y esa luz tan intensa que me vuelve ciega, cierro los ojos y trato de respirar, inhalo y exhalo, una y otra vez tratando de bloquear mi mente, pero un nudo en la garganta aparece y es ahí donde las lágrimas comienzan a brotar y los recuerdos se acumulan como partículas de oxígeno en el aire.

Carta a un desconocido que creí conocer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora