Prólogo.

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Tic, tac, tic, tac.

El minutero del reloj avanzaba.

Tic, tac, tic, tac.

El tiempo se agotaba.

Unos pasos recorrieron el largo pasillo, subieron las escaleras detenidamente hasta que llegaron a la entrada de una habitación.

¡Clac!

La puerta se abrió dando paso a la oscuridad. Todo estaba en penumbra y el cuarto se encontraba sumido en un completo silencio.

Como si nadie estuviera allí.

Como si ella hubiera desaparecido.

Pero él sabía que aquello no era cierto.

—¿Dónde estás? —preguntó el hombre—. Sé que estás ahí, cariño.

Nadie respondió.

Ojeó el dormitorio y comenzó a buscarla por todos lados. Miró debajo de la cama en busca de su silueta, escudriñó detrás de las cortinas, buscó en el balcón,  observó detrás de la puerta, entró en el baño...

Pero allí no se encontraba.

Lo único que le faltaba era mirar dentro del armario.

Y... ¡Bingo!

Escondida entre un puñado de ropa, se veía una figura encogida abrazándose las piernas. Una mata de cabello rojizo sobresalía de entre las prendas; se trataba de una niña que le miraba con ojos suplicantes.

—Por favor —susurró.

El hombre soltó una carcajada.

—Oh mi vida, me temo que esto es una despedida. —Le acarició la mejilla y sacó un objeto afilado que brilló en la estancia—. Se te acabó el tiempo. —La niña tembló al ver que lo que aferraba entre sus manos era un cuchillo—. Nos veremos en el infierno —sentenció alzándolo dispuesto a clavárselo en el pecho.

En el momento en el que el arma iba a atravesar el pecho de la niña, logró escabullirse de su agarre, haciendo así que el cuchillo quedara incrustado en la pared del armario.

La chiquilla de mirada suplicante abandonó el dormitorio huyendo de aquel hombre que un día fue su padre.

El hombre gritó de frustración y comenzó a perseguirla, mientras tanto la niña de ricitos rojizos corría y corría escapando de ese malnacido.

Le lanzó varios objetos intentando alcanzarla, los objetos volaban a su alrededor con la intención de golpearla. Uno le propinó un arañazo en la mejilla y otro casi le rozó pero finalmente acabó chocando contra el cristal de la ventana. No había manera de darle. Ella hacía todo lo posible por salir ilesa de aquella casa que un día había sido su hogar.

Sin embargo, la suerte no le sonrió porque al bajar las escaleras, tropezó y cayó rodando por estas, clavándose los cristales desparramados por el suelo.

Pero eso no fue lo peor, uno de ellos le trazó una grave herida en forma de línea recta sobre su estómago que le recordaría en cada momento aquel triste suceso.

Aquella herida sería un recuerdo constante de aquella noche en la que su padre intentó matarla.

Ese tropiezo fue su perdición.

Ella estaba indefensa sin ningún arma a su alcance y el hombre no lo pasó por alto, se arrodilló frente a ella y agarró el cuchillo. Aprovecharía la ocasión para acabar con lo que una vez había empezado.

Quitarle la vida a la niña de ricitos rojizos.

Y entonces, mientras que el minutero del reloj avanzaba sin cesar, la niña vio un atisbo de luz en la oscuridad.

Un fragmento de cristal.

Lo levantó y sin dudarlo lo hundió en el corazón del hombre que se hallaba frente a ella, acabando así con la vida de su padre.

Nada bueno podría haber salido de aquella noche pero algo sí que aprendió.

A no dudar nunca, porque ese fue el error de aquella persona que yacía sobre el suelo junto a un charco de sangre y solo había que ver cómo había acabado.

Volvió de nuevo a su dormitorio y se deslizó entre las sábanas repitiéndose una y otra vez.

«Eres una asesina, eres una asesina».





¡Con todos ustedes aquí llega el prólogo! Espero que os guste.

Si tenéis alguna duda a lo largo de la historia, preguntadme y con mucho gusto os responderé.

¡Nos vemos pronto!
❤️

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