Capítulo 8: La Marca de Nacimiento.

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Respiré hondo y alcé la mirada hacia el espejo y ahí estaba él, con sus rizos negros despeinados, deseaba acariciarlos y me enfadé conmigo misma por el hecho de centrarme más en su físico que en el hecho de que estaba jugando con la trabilla de mi pantalón. ¿Cuándo se había acercado tanto? Al darse cuenta de que lo observaba interrogante acarició descaradamente con uno de sus dedos lo poco que se podía observar de mi cintura.

Probé a girarme para encararle, pero por su puesto él me lo impidió.

—¿Es que no te gusta tenerme detrás de ti? —me susurró suavemente soltándome pero sin alejarse—. Muchas chicas morirían por estar en tu lugar —aseguró desvergonzadamente.

—Pobre de ellas, la vida es demasiado preciada como para desperdiciarla de esa manera.

—Pero todos tenemos un precio, ¿no sacrificarías tú tu vida por un buen motivo?

—Soy demasiado joven para morir —contesté impasible.

—La muerte no entiende de edades, Noah —afirmó convencido—. Da igual si eres joven o eres viejo, nunca se sabe cuándo vas a morir.

Revoleé los ojos, aún me quedaba mucho camino por recorrer hasta que la muerte me alcanzara.

Me giré quedando frente a él y observó con atención las marcas rojizas que me había hecho en las manos, con su dedo comenzó a recorrerlas y sentí un cosquilleo en las palmas, ¿cómo lo hacía? ¿Cómo conseguía hacerme sentir tan vulnerable delante de él?

—¿Qué estás haciendo? —le pregunté retirando mis manos de las suyas.

—Nada —respondió suspirando—. Ese es el problema —dijo segundos después.

—¿Problema? ¿Qué problema?

Me ignoró y me observó atentamente durante unos minutos, sus ojos eran dos pozos sin fondo, eran tan enigmáticos que de no ser por la oscuridad que aguardaba en su interior podría pasarme horas mirándolos, resolviendo el misterio que se escondía tras ellos.

Sin previo aviso, apoyó una mano en mi mejilla y la deslizó suavemente hasta llegar casi a mi cuello. Lo que hizo a continuación me dejó pasmada, trazó el contorno de mi marca de nacimiento, esa diminuta huella que se parecía tanto a un rayo, esa que cuando nací apareció oculta, detrás de mí oreja, un poco más abajo de esta. Me quedé sin palabras porque nunca nadie se había percatado de ella, excepto Vicky, porque se lo tuve que contar, solo nosotras sabíamos de su existencia.

Y al parecer él también.

Dibujaba la forma del rayo una y otra vez, al principio pensé que cuando la hubiera trazado un par de veces la olvidaría. Pero el universo se empeñaba en ir en mi contra.

Me separé de él al ver que le prestaba demasiada atención, quería que dejara de hacer eso, no me gustaba que me tocaran la marca, ni siquiera que se acercaran a mi cuello. Esa marca escondía una historia, una que ni siquiera yo sabía.

—Es una lástima ¿no crees? —preguntó señalando el rayo—. No deberías esconderla.

—No es asunto tuyo —respondí a la defensiva.

—Vaya, al parecer tú sí que puedes entrometerte en mis cosas pero yo no puedo en las tuyas —rió—. Eres un poco injusta, Noah.

—No es lo mismo, tú y yo no somos iguales.

—¿De verdad que no? —dijo con sorna.

—No. —Por supuesto que no éramos iguales—. Ahora dime qué ha ocurrido en la cafetería.

Había ido al baño porque quería aclararme las ideas y quien mejor para esclarecerlas que Cam.

—¿Tú qué crees que ha ocurrido?

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