A una noche insólita con risas, celebración y llanto le seguía un día muy sombrío y arrollador. Estoy hablando de la verdadera despedida. La que incluye palabras emotivas y muchos te extrañaré, cuando tus emociones se unen en una sola que no puedes describir, el momento en el que no sabes si llorar o morir.
La despedida de Fernando. Un día que jamás pensé que llegaría.
El mundo ya no brillaba igual y los colores parecían opacos. Poco a poco mi interior se apagaba, estaba volviendo a ser la misma niña que vio a sus padres discutir aquel fatídico día.Tres años de calma no me parecían suficientes.
Pensé en detenerlo, pensé en huir con él, pensé en cada posibilidad que nos permitiera permanecer juntos pero ninguna parecía alcanzable.
Él debía estudiar su carrera y ampliar su universo, yo debía madurar y hacerme cargo de mis problemas. No podía pedirle que se quedara y tampoco podía correr tras él. Era justo y necesario que nuestros caminos se separaran. Debíamos aprender a vivir y sobre todo a crecer.
Si digo que pude dormir durante la noche, estaría mintiendo. Si digo que mantuve la calma, no sería cierto. Si digo que sabría vivir después de Fernando, no me crean.
Siempre he sido así de dependiente. Lo fui con mis padres antes del divorcio y luego lo fui con mi padre, también lo era con mi mejor amigo.
Tal vez lo que estaba pasando formaba parte de los astros, de la alineación de los planetas, de los planes divinos, del horóscopo chino, del budismo o el cristianismo, del destino o de cualquier fuerza mística o especial de la que dependiera mi vida y que a la vez la definía.
Quizás no me convenía permanecer con Fernando.
Luego de darle tantas vueltas a lo que ya era un hecho me di por vencida y fui a darme un baño que dejaba en claro mi resignación, estaba admitiendo la derrota: me prepararía para ir al aeropuerto a despedir al que fue mi salvador.
Llegó el difícil momento de decirle adiós a Fernando, mi mejor amigo, mi amor platónico, mi recordatorio inmediato de porqué valía la pena vivir.
Ya en el aeropuerto le hice compañía en la espera de su amarga partida. Parecía consternado, su rostro inexpresivo me decía que estaba ahogado en sus pensamientos y yo no quería interrumpirlo, pero alguien más lo hizo.
Una voz femenina proveniente de los parlantes que estaban repartidos por todo el lugar estaba anunciando la llamada para los pasajeros con destino a Roma, Italia.
No nos dimos cuenta en que momento habían hecho el primer llamado.
- ¡Corre Fernando! – grité exaltada.
- Vamos, acompáñame – dijo sutilmente mientras tomaba mi mano.
Sin duda, el momento más complicado, amargo y cruel se estaba acercando.
Fernando, ese chico de piel cálida y ojos marrones, cabello castaño y siempre alborotado, algo alto y robusto, que había llorado en mi hombro tantas veces, que había reído conmigo muchas más, se estaba yendo lejos, muy lejos de mí; dejando un enorme vacío en mi pecho y un amarguísimo sabor en mi boca. Las lágrimas no tardaron en salir, últimamente había llorado más por él que por cualquier otra persona, sentía como la fuerza que había adquirido se desvanecía, mi entereza se venía abajo como si fuera una torre de naipes.
No me gustaba llorar frente a él, me gustaba que fuéramos felices a pesar de todo, pero en esta ocasión no podía controlar mis emociones, no más. Sentía una mezcla de dolor y vergüenza a la vez. Él me miraba con ternura.
ESTÁS LEYENDO
Cuando el cielo se torna gris.
RomanceElla era una chica ordinaria, con problemas como cualquiera y a pesar de tener diecisiete años, la inmadurez le brotaba por los poros. - ¿Qué horas de llegar son estas Miranda? Una mujer decente no debería andar a estas horas en la calle y menos co...