No sé dónde debo comenzar esta historia, hay tantas cosas que me preocupan, tantas cosas que se llevan por delante mis virtudes y mis oportunidades día a día. Sin embargo, no hablaré del presente, me enfocaré en el pasado, retrocederé al punto en dónde mi familia se desmoronó y por ende mi vida colapsó.
Recuerdo que todo sucedió cuando tenía trece años.
Mi padre últimamente tenía muchísimo trabajo, mi madre y él discutían con frecuencia, yo no le daba importancia porque tenía mi burbuja personal, me hacía con mis audífonos y olvidaba por completo el mundo real. Nunca noté que algo anduviera mal.
De un momento a otro dejé de ver a papá. De vez en cuando iba a casa para abrazarme y siempre pronunciaba las mismas cuatro palabras de supuesto consuelo "Hija, todo estará bien".
Mi mamá lucía cansada, siempre estaba de mal humor y hasta puedo jurar que envejeció cinco años en unos pocos días. Traté de apoyarla muchas veces, pero ella me rechazaba.
Ya estaba claro que ella y mi papá estaban separados, pero ¿Por qué?... Pregunta que muchas veces hice y nunca recibió respuesta. Yo merecía saber lo que pasaba, la incertidumbre me estaba consumiendo.
Pasaron semanas y mi papá no había aparecido, ya todo se sentía demasiado extraño y tenso ¿Qué demonios estaba pasando? Y ¿Por qué esconderlo como polvo bajo la alfombra? Yo notaba la rareza del asunto, la sentía incluso más.
Llegó un día de esos que comienzan mal y terminan peor. Mi papá por fin estaba tocando la puerta y en esa ocasión fue mi mamá quién lo recibió, mientras tanto yo estaba sentada en la escalera presenciando el espectáculo que brindaban las personas que más amaba en el mundo, enfrentándose entre sí como si nunca se hubieran querido. Ser testigo fue el peor error de mi vida.
-¡¿Qué rayos estás haciendo en mi casa?!- Gritó mi madre haciendo especial énfasis en las últimas dos palabras, retándolo claramente. Sus ojos desprendían rabia y los tenía muy abiertos en una de señal de completo odio.
-Vine a visitar a mi hija- Respondió con sutileza, cosa que hizo enojar a mi mamá aún más. Su expresión se mantuvo firme, pero no parecía molesto ni afectado por aquella escena.
-Pues te recuerdo que no tienes ninguna hija, la perdiste el mismo día que decidiste engañarnos-. Dijo con un hilo de voz.
¿Acaso lloraría? Sin embargo, mantenía su mirada a nivel de la suya. A pesar de estar vulnerable no perdía su valentía, esa misma que yo tanto envidiaba.
Mi cabeza dio vueltas al escuchar lo que mi madre había dicho, cada pieza del enorme rompecabezas que ocupaba mi mente comenzaba a encajar sin mucho esfuerzo. ¡Era otra mujer! ¿Cómo fue que no se me ocurrió? Poco a poco, las lágrimas se fueron acumulando en mis ojos para luego brotar sin permiso alguno, parecía una cascada y no tendría fin.
-¡Es mi hija!-. Exclamó mi papá, logrando interrumpir mis pensamientos y estremecerme a la vez. -Puedo venir a verla cuando quiera, además ella no tiene nada que ver en este asunto- concluyó.
-Claro que tiene que ver, esto también le afecta a ella y no sólo a ti cómo crees. Es por eso que ahora estás sólo, ¡eres un egoísta de mierda!-. Estaba enojada, estaba furiosa, hasta puedo jurar que la pequeña vena que sobresalía de su cuello explotaría.
De pronto, un silencio repentino reinó en todo el lugar. Podía notar sus respiraciones aceleradas casi sincronizadas.
Por mi parte, en mi asiento de primera fila, solo conseguía retorcerme y lloriquear, intenté hacerlo de manera silenciosa, pero mis sollozos cada vez se fueron haciendo más fuertes e incontrolables, rompiendo el silencio e interrumpiendo la escena tan patética que protagonizaban mis padres. Enseguida sus miradas se posaron sobre mí, ya él no se veía tan calmado, mientras que ella... Ella parecía relajarse, parecía divertirse con mi llanto o tal vez, solo tal vez, la pequeña posibilidad de que odiara a mi padre la hacía feliz, ella lo odiaba y también me quería parte de eso. Sin embargo, no podía, no puedo y nunca podré hacerlo.
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Cuando el cielo se torna gris.
RomansaElla era una chica ordinaria, con problemas como cualquiera y a pesar de tener diecisiete años, la inmadurez le brotaba por los poros. - ¿Qué horas de llegar son estas Miranda? Una mujer decente no debería andar a estas horas en la calle y menos co...