La Aprendiz.

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Uno.

Nací en un lugar cuya ubicación no es de importancia en el transcurso de esta historia. Lo que sí importa aquí, es saber que era un lugar bastante especial, y estaba rodeada de los más extravagantes seres jamás vistos por los ojos de los mortales.

Por favor, no crean que hablo de vampiros, a pesar que ellos están de moda yo estaba rodeada de los seres más maravillosos e increíbles. Dioses, estaba en el lugar donde vivían los Dioses, reinados por el mismísimo Zeus, en un lugar lejos del Olimpo donde personas como yo (ni humana ni Dios) podían convivir con ellos.

Recuerdo el momento exacto en que mi vida dio ese giro que me llevó a involucrarme en la más hermosa y frustrante historia de amor.

Fue la mañana de mi cumpleaños número cien. Me encontraba en el espléndido jardín de Elia, la consentida de Deméter, cuando él me abordó de imprevisto.

Al principio no comprendí lo que buscaba. Solo hablaba sin pausa de cosas acerca de que después del primer siglo, los demás comienzan a esperar "algo" de ti, de la misma forma que los padres humanos lo esperan de sus hijos al momento que ellos cumplen la mayoría de edad. 

Yo solo atiné a asentir con un movimiento vago. Lo cierto era que jamás me había llevado muy bien que digamos con aquel Dios tan jovial y a la vez irónico, con una pizca macabra en sus ojos oscuros. 

Él seguía hablando acerca de las responsabilidades y del futuro cercano, hasta que mi ignorancia mezclada con irritación, le ganaron a mi buen juicio, y sin más, interrumpí su aburrido monólogo.

—No entiendo a que quiere llegar, podría hablar con más claridad, mi señor— dije con toda la educación que se me hizo posible.

Él resopló, como si lo que iba a decir a continuación fuera algo de lo que no estuviera muy seguro.

—Quiero transmitir lo que sé a alguien más, y quiero que ese alguien seas tú, Evangelina.

Me sorprendió aquella revelación, pero a pesar de eso acepté de inmediato. El necesitaba un discípulo, una persona que siguiera sus pasos y lo ayudará en su obra; mientras que yo necesitaba era algo de provecho para hacer durante mi eternidad.

(...)

Aprender de Eros el Dios de los enamorados, era la casa más frustrante que alguien en su sano juicio podía hacer.

Era arrogante de pie a cabeza, sádico, el amor le importaba un pepino, solo buscaba divertirse con las pobres almas que flechaba y a veces era un gran hipócrita.

Me llenaba de consejos que él mismo ignoraba. Como el de: "Nunca fleches a dos personas demasiado diferentes". 

A pesar que me lo repetía casi a diario, cada vez que ponía un pie en el mundo de los humanos, lo primero que hacía era apuntar con su arco a los dos primeros humanos más opuestos que se le pasaran por delante. 

Eso me molestaba, ya que cuando yo lo imitaba, él me regañaba tan severamente como si fuera una niña tonta de cincuenta años. Y cuando me defendía recordándole que él era quien siempre lo hacía, Eros simplemente me contestaba diciendo con autosuficiencia: "Has lo que te diga, no lo que yo hago". E inmediatamente después comenzaba a reír muy divertido, como si del mejor chiste se tratara. 

La última vez que lo vi hacer algo así fue la mañana del primero de septiembre de 1991. Flechó a un pobre diablo que tocaba la guitarra para conseguir una que otra moneda en la estación de King's Cross en Londres, con una hermosísima mujer rubia que acababa de bajar de un flamante auto último modelo.

La aprendiz de Eros [Harry&Ginny]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora