Capítulo X

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Me levanto con el pote temblando en mis manos mientras veo como él aprieta la mandíbula. Oh Dios.

—Deja eso, Emma. —Gruñe acercándose a mí.

Yo corro hacia la cómoda en un intento de alejarme de él, quien sólo gruñe y voltea hacia a mí antes de iniciar a caminar.

—Acércate y... L-La dejaré caer. —Susurro sintiendo mi voz temblar.

Débil, débil, débil.

—No te atreverías. —Dice lanzando una carcajada.

—¿Ah, si? —Agito el pote entre mis pálidos dedos y lo escucho gruñir.

—Dame eso, Emma... —Dice acercándose a mí.

—¿O qué?

—Dámelo y ya, joder. —Él me acorrala contra la cómoda en un movimiento rápido mientras observa el frasco entre mis dedos, pero no hace ningún otro movimiento.

Debo ser fuerte. Debo hacerlo porque él mató a Andrea, y dejar ciego a Aaron.

Lágrimas se acumulan en mis ojos y yo aprieto los labios para no sollozar. Todo por mi culpa, mi culpa.

—Te odio, maldito. Te odio tanto. —Gruño llorando.

—Relájate, perra. Deja de llorar. —Gruñe rodando los ojos—. Eres tan débil, tan jodidamente débil.

—¡Que no soy débil! —Grito.

Y todo pasó muy rápido.

Sangre en el suelo, cristales rotos, el líquido esparcido por el suelo y Trece frotándose la cabeza.

Observo mi mano ensangrentada y luego lo veo a él gruñir mientras sacude los cristales de sus rizos.

¡Rompí la droga en su cabeza!

Él levanta la mirada, sacudiendo sus dedos ensangrientados mientras aprieta su mandíbula con fuerza.

—¡Pequeña perra! —Grita tomándome de la cintura para empujarme contra la cómoda.

Gimo de dolor, pero él lo ignora y me toma del cuello. Siento como mis pies se alejan del suelo y el aire se hace inexistente en mis pulmones. Intento quitar sus manos de mi cuello pero él sólo aprieta, observándome con furia.

—Te voy a matar. —Gruñe aplicando más presión.

Abro mi boca, intentando tomar aire pero se me hace imposible. Puedo ver a un Trece, o dos, no lo sé. Todo se ha multiplicado y es borroso.

Veo sus labios moverse pero no entiendo lo que dice. Los latidos de mi corazón se hacen más débiles, como yo, débil. Soy débil.

—Sólo mátame. —Susurro.

Entonces todo el aire vuelve a mis pulmones y mi cuerpo cae en el suelo. Grito de dolor sin poder evitarlo, y toco mi cuello, viendo su rostro confundido. Pero él no me mira, mira el suelo.

Cuando mi respiración vuelve a ser normal siento un dolor punzante en mi muslo y lo observo, gimiendo de dolor.

Tengo un cristal enterrado en mi muslo.

Cuando estoy apunto de intentar quitarlo una voz suena en mi cabeza.

Si mueres todo acaba.

No mas dolor, no mas culpa, no mas sangre.

Busco cristales y los tomo para dirigirlos a mis muñecas. No sé en que pienso, sólo quiero terminar con esto.

—¡¿Qué demonios haces?! —Grita Trece quitando el cristal de mis muñecas. Él está de cuclillas mirándome con asombro.

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