La bella luna de Octubre.

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Si había un mes que me gustaba muchísimo, ese era octubre. 

 Tal vez en la actualidad, que a alguien le guste la luna, es signo de que quiere llamar la atención. Pero para esos años, era raro que a alguien de mi edad le llamara tanto la atención ese astro. Mi abuela suele decir que la luna de octubre es la más hermosa: se ve más grande, más brillosa, por lo tanto más hermosa.  

 Me gustaba mucho observarla. Me  hacia sentirme bien. Me relajaba. Me deja ver el futuro, y me abriga con sus brazos hechos de luz. 

 Pero ese día no era octubre; era mayo. E igualmente, por alguna razón la luna estaba resplandeciente, como nunca. Había dormido excelente, todos me trataban de otra manera. Tal vez yo solo estaba volviéndome loca, pero algo había cambiado.

 Ese martes desperté como cualquier otro de clases. Me vestí con calma, porque si hay algo que me caracteriza, es que no me gusta ser impuntual. Así que pude salir también bien de casa con rumbo a la escuela. Al llegar, en la ceremonia que inauguraba la mañana, lo busqué con la mirada, y lo encontré viendo hacia mí.

 No pude evitar morder mi labio en signo de nervios. Lo observé y pude notar que algo le decían sus compañeros, porque volteó a alguno de ellos y lo golpeó, mientras sus mejillas se tornaban color rosa. Me pareció lo más tierno que había visto en mi vida. 

 La voz por el micrófono de la directora nos sacó de ese trance al que habíamos estado sumergidos. La magia se fue, y todo siguió su rumbo. Las clases anteriores al descanso estaban siendo lo mismo que siempre: aburridas. 

 Mi lugar en ese salón de clases casi siempre era hasta adelante, porque tenía que admitirlo, yo era algo nerd. Y digo algo, porque a pesar de que era inteligente, no era responsable; me daba flojera hacer las tareas. Las ventanas del salón estaban a la altura perfecta de mi cabeza, pero estaban cubiertas por las cortinas. Aproveché que la maestra revisaba cuadernos, para voltear y ver como estaba solo afuera de los salones. Ni un alma rondaba. Su salón de él , estaba justamente enfrente del mío. Y pensando en el rey de Roma, salió con dirección al baño. Me emocioné y pensé que tal  vez era buena idea salir también de ahí, pero había algo que me frenaba y que aún lo hace: la pena. 

 Así que regresé mi mirada al salón, para esperar mi turno de revisión de libretas.

 Elegí una bolsa de palomitas cuando salimos al descanso, regresé a nuestro punto de reunión con mis amigos, hablaban de que estábamos a nada de salir del colegio, pero igual nos faltaba un año. Una de las miradas de mis amigas me guió al otro lado del patio, me sorprendió un poco ver a Alan viéndonos. Pero mis hormonas me hicieron notar mi primera reacción, que fue la coloración de mis mejillas. Sofía me sonrió, era una sonrisa sincera de ánimo. Entendí que ella quería que fuera, pero no me animé, de verdad sentía que sería gelatina en cualquier segundo. 

 Entonces pasó lo que en las películas es un cliché, se levantó de la banca en la que estaba sentado, murmuró unas palabras a sus amigos, y emprendió la caminata hacía nuestra dirección. Las manos me comenzaron a sudar, las piernas me temblaban y sentía bochorno en todo mi cuerpo. Giré lentamente mi cuerpo en su dirección, hasta que dentro de  unos quince segundos, que  se me habían hecho eternos, se postró a mi lado. 

 Mi mente inmediatamente en lo primero que pensó fue en que era exnovio de una de mis "amigas". Así que por inercia ante el pensamiento volteé hacia ella. Rocío estaba pacífica, hablando con Christian de alguna estupidez, giré a Sofía y ella había decidido abandonarme, o más bien no estorbar. 

  —   ¿Por qué me ignoras nena?

Mis ojos lo observaron directamente. Tenía un nudo en la garganta, ¡habla maldita sea!

  —  No, no te ignoro. ¿Cómo estás?

Mi voz sonó tan aguda, que sentí más sangre de lo normal en mis mejillas. <<Basta por favor cuerpo, deja de hacer esto.>> Supliqué en mi mente. 

 — Ahora que te veo, bien. 

 La saliva se atoró en mi garganta, el río suavemente. Puso su brazo en mis hombros y se acercó a mi oído.

  —  ¿Quieres ir a caminar?

  — Claro.

 Emprendimos la marcha sin separarnos, pude notar la picazón cuando hay alguien que te está observando. Y supe que eran mis amigos. Mi respiración estaba en proceso de normalizarse cuando noté que estaba conteniendo el aire. 

  — Eres muy callada en persona.

Me dijo sacando su brazo de mis hombros, se tronó los nudillos mirando al frente. Aproveché el momento para mirar su perfil. Quería grabar cada peca debajo de sus ojos.

  — Lo siento, así soy yo. Me siento un poco rara.

 Entonces volví a oír ese dulce sonido para mí, su risa. 

—  No es como que te vaya a comer o algo.  

 



Amor Pre-Adolescente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora