Capítulo uno- "El jardín florecido en mi interior"

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Ya había salido el sol y yo, sentada en mi columpio favorito, miraba ese lago que estuvo toda una vida ahí. Ahí, esperando a que alguien se tomase un tiempo para contemplarle.
Pero bien sabía que pocas veces sería posible, ya que el ser humano vive con demasiada prisa como para ponerse a mirar un lago.
Ya había salido el sol y relajada en mi columpio favorito, el cual llevaba en su interior el paso de los años, me sentía llena.
Eran esos momentos los que con el tiempo serían recordados. Esos, en los que mis hijos aún dormían y yo, enamorada del jardín florecido en mi interior, cantaba sujetada a las barras del columpio mientras veía cómo las primeras luces del día se posaban juguetonas en el lago.
Y bandadas de pájaros, teñían el amanecer de un color especial.
En esos instantes, el agua de él era feliz; feliz porque por vez primera alguien le observaba.
Y éste tarareaba una linda melodía en un sonido casi inaudible, pero yo podía escucharle y saber cómo se sentía la mayoría de las veces.
Ahí, solo y triste; ahí, solo y desesperanzado; ahí, solo, esperando ansioso la llegada de una persona sin prisa alguna.
Ahí, con lágrimas amenazando por salir de sus ojos.
Aguardando para ser besado y amado.

Lentamente, iba haciéndose de día.
Y comenzaba a prepararos el desayuno.
Niños, érais quienes me sacábais una sonrisa; a parte de papá, claro.
Quienes me dabais la vida y las energías para vivir.
Lo érais todo para mí.
Y mientras terminaba de hacerlo, recibía en la boca un beso tuyo. Cosa que me apasionaba.
Acabada la comida, todos me dejábais sola. Os íbais al colegio tan felices... que aún sonrío al recordar la carita de alegría que teníais desde que os levantábais.

Nuestra casa en medio del campo era acojedora, pero estaba apartada de la ciudad y no había nadie con quien hablar, ni un vecino.
Así que, cada mañana, paseaba por una pradera maravillosa que teníamos al lado.
Me tumbaba sobre las flores y reflexionaba sobre mi vida; en hacer algo que como persona y como mujer me llenase, con lo que me sintiese realizada.
Me ponía a mirar al cielo. A mirar, a pensar...
Mientras estaba tumbada en el césped, intentaba encontrar en un triste rincón de mi mente ese amor anhelado, ese amor imposible, ese amor que nunca llegó. Ese amor que, aunque muerto, renacía cada vez que pensaba en él...

-Perdone...- escuché música celestial al momento que volvía a la realidad...
-¿La he molestado? Estaba ahí tumbada tan tranquila y la he asustado.- dijo apurada la voz de la que provenía ese maravilloso canto.
-No se preocupe.- dije quitándome las hojas pegadas en mi vestido de flores.
-De todas formas iba ya a levantar...- hablé, pero mi lengua quiso tomarse un descanso.
Dios mío, ¿esto es una señal? ¿Una oportunidad de la vida? Me pregunté.
Me arreglé el desaliñado pelo como pude y le regalé mi más sincera sonrisa.
-Lo siento, de veras. No quería interrumpir...- comentó esa persona sintiéndose mal.
-Para nada... No se preocupe, de verdad.-
-Solo me gustaría saber si es usted de aquí. Vengo del pueblo de al lado exclusivamente para poder escribir un relato sobre "La Plaza de La Pastora". Me fascina.
Y la verdad es que me he perdido y no sé ahora mismo dónde estoy. Es la primera vez que vengo solo.
Y sinceramente... si pudiese ayudarme se lo agradecería.- dijo sonriéndome como nunca antes lo había hecho ningún hombre.
-Sí, soy de aquí, de toda la vida jajaja.
-¿Es usted escritor?- le pregunté maravillada. Ya que me fascinaban las personas bohemias y todo lo relacionado con la escritura y literatura.
Y sí, por supuesto que puedo ayudarle. Es más, ahora mismo iba a ir al centro a hacer unas compras. Si quiere puedo acompañarle.- contesté nerviosa por su inquietante mirada divertida.
-Estupendo. Muchísimas gracias, de verdad. Gracias.- sonrió amablemente acercándose hacia mí.
-Sí... soy escritor. Me encanta serlo. La escritura para mí es una forma de evadirme de esta realidad a la que estamos sometidos.
-Soy Ryan. Encantado.- su mano, recuerdo, estaba fría como el hielo.
La estrechó con la mía.
-Yo Julia. Encantada.- hablé tímidamente.
Tuve que apartar mis ojos de los suyos.
Fueron segundos, en los que mi corazón latía tan apresuradamente que tuve que intervenir como pude...
-Bueno...- dije aún mirando hacia el césped.
-Vamos en mi coche. ¿Le parece?-
-Por supuesto. Y muchas gracias de nuevo.- me respondió con una sonrisa, la cual se había percatado de mi ruborización.
-¡Qué bien conduce usted!- exclamó.
-¿Qué? ¿Cómo conduce una mujer?- le pregunté un poco molesta por su comentario.
Ambos, mujeres y hombres conducimos igual.
Nosotras no necesitamos que nadie nos piropee.
Llegamos al centro y le enseñé su plaza tan anhelada.
-Así que es ésta...- dijo Ryan maravillado.
-Sí, es preciosa, ¿verdad?- pregunté mirando esa cara de ilusión que tenía en ese momento, cual niño pequeño cuando recibe regalos en Navidad.
-Pues sí... Había oído hablar de ella, pero nunca me había imaginado que fuese tan maravillosa.- habló mientras sacaba su cuaderno y un lápiz ya demasiado cansado.
Se sentó en una de las escalinatas y con su instrumento de escritura en la oreja, se puso a contemplar la plaza esperando a que le llegase la inspiración.
-Qué guapo es...- pensé embobada observándole.
Me acerqué hacia él y le comenté que me hubiera encantado ayudarle con su relato, pero que mi familia estaba al llegar y tenía que hacer la compra y la comida.
-¿Sabrá usted volver?- le dije ya desde lejos.
-Sí, descuide.
¿Podría acercarse un minuto?-
-Solo quería decirle que en señal de agradecimiento por haberme traído hasta aquí, sería para mí un placer invitarla a una café.- habló mirándome con ojos soñadores.
-Está bien. Pero no hace falta, de verdad. Haría esto con cualquier persona. No se moleste.- hablé deseando que se mantuviese firme en su propuesta.
-¡Insisto!- sonrió.
-Bueno, pues si insiste deme, si no le importa su número de teléfono.- le pedí intentando que mis piernas no saltaran de alegría.

Llegué a mi casa sin poder quitarme la imagen de aquellos soñadores ojos.
Me puse a cocinar, estábais a punto de llegar y aún no había preparado nada.
Mientras peleaba contra patatas que no querían quedarse desnudas, soñé con ese hombre... con él y solo con él. Imaginé que, mientras cocinaba, estaba detrás de mí y me cogía por la cintura; cosa que pocas veces mi esposo hacía.
Me cogía por la cintura suavemente, me daba la vuelta y atrapaba dulcemente mis hambrientos labios; los cuales eran obsequiados por el aroma a menta de su boca.
Pero no, simplemente era mi mente la que muchas veces me jugaba una mala pasada.

Terminé la comida rápidamente, aunque a veces siendo de nuevo visitada por aquella maravillosa imagen...

Al final, llegásteis más tarde de lo normal.

-¿Cómo te ha ido la mañana, mamá?- me preguntásteis comiéndome a besos.
-Muy bien chicos, ¿y la vuestra?-os pregunté a la vez que me dabas uno; algo que hizo que volviese a pensar en él...
-¿Qué tal tu prueba de mates, Emmeline? ¿Te han dado la nota del examen de inglés, Richard?-
-Me ha salido genial, mamá. Mejor que a ti cuando estabas en mi curso jajajaj.- bromeaste refiriéndote a tu hermano a la vez que le sacabas la lengua.
-No te rías. ¡Haber si llegas a donde yo estoy!- dijiste molesto.
-Vamos, no te pongas así. ¡Sólo era una broma!- reíste divertida.
-Anda chicos, dejad de pelearos.- reñí poniendo la mesa.
-Vamos, te ayudo.- dijiste tú, Robert, dándome otro beso.-
-Ayudarnos, por favor. Tenéis que colaborar también en las tareas de la casa.- pediste mientras ponías los platos en la mesa.

Acabado el almuerzo, os fuisteis a hacer vuestros deberes y tú y yo nos sentamos en el porche a leer. Cosa que hacíamos a menudo.

Y llegaste de nuevo a mi mente... ¿El por qué? No tengo ni idea, lo único que sé es que te quedaste a vivir en ella para siempre.

~LA PLAZA DE LA PASTORA~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora