Capítulo tres- "Al rozar tu piel"

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Lágrimas eran las que no querían abandonar su país de origen.
Lágrimas que sabían lo que acababa de ocurrir.
Lágrimas que querían a mis ojos como la marea quiere a la orilla.
Lágrimas que me añoraban como la boca añora a las palabras.

Desperté a la media hora y noté que tenía varios moratones en la cara.
Y mi nariz chorreaba sangre; sangre que fue testigo de ese signo de machismo que se dio en aquel momento.
Pero eso no impediría que mi corazón se enredara con otro...
se enredara para latir al unísono...
Latir al son del viento para vencer a la muerte.
Siento en estos instantes cristales bajo mi piel; cristales que aunque muertos no dejan de clavarse continuamente.

-Richard, Emmeline... vuestra madre tiene algo muy importante que deciros.- anunciaste solemnemente.
-Adelante, cielo.- esta palabra, recuerdo, la dijiste con cierto rencor y rabia. -Dile a tus hijos lo buena esposa que eres, cuéntales que has montado en nuestro coche a un hombre y a saber qué más pudisteis hacer...-
-No hicimos nada. ¡Te lo juro!- dije con lágrimas a punto de brotar de mis ilusionados ojos.
-Claro, eso es lo que decís todas. ¡Si es que no aprendéis!- gritaste dándome una bofetada y derramando un vaso.
La situación se fue de las manos. No dijisteis nada, os limitásteis a mantener fija la mirada en vuestros platos. Pero finalmente, fuisteis a ver cómo me encontraba.
Cómo se encontraba vuestra madre...
En aquel instante, lo único que necesitaba era un fuerte abrazo, de esos que siempre os ha gustado tanto dar. Esa bofetada rompió una parte de mi alma; la otra mitad se quedó a vivir para siempre en aquel dolor. Un dolor inesperado.
-¡¿Cómo te atreves a ayudar a un hombre sin avisarme?! ¡Y para colmo le llevaste en nuestro coche! ¡Zorra!
¿Crees que me merezco esto al llegar a casa después de estar trabajando de sol a sol? ¡Sólo deseo que al volver mi mujer tenga la comida preparada! ¡No pido tanto!- me gritaste olvidándote de la presencia de los niños.
En ese momento, una parte de mí desapareció; se mudó, no lo pudo soportar.

Después de lo ocurrido, tomé un baño caliente aún sin poder creer lo que acababa de pasar.
Me tumbé en la bañera durante un buen rato y me puse a meditar sobre mi vida y mi persona.
-Julia... ¿cómo has podido llegar a esta situación? ¿Realmente era esto lo que soñabas de niña?- reflexioné mirando el techo y con lágrimas que amenazaban por salir de su escondite.
Pensé durante un tiempo en el camino que había tomado, en si había sido el correcto o debería haber seguido a mi corazón en vez de a los roles de la sociedad en la que yo vivía por aquel entonces.
Así que para atenuar mi dolor, hablé de nuevo con mis juguetones dedos y me dijeron que estaban de acuerdo.
Pero esta vez lo imaginé a mi lado, sentado detrás mía acariciándome la espalda con gel. Sin embargo, aquellas eróticas imágenes se esfumaron de mi mente cuando golpeaste la puerta del cuarto de baño para pedirme que me diese prisa.

Ryan Kincaid, como así se llamaba aquel hombre que conocí, era lo que toda mujer pudiese desear: amable, simpático, feminista, muy guapo y tenía mucha experiencia en la vida. Era maravilloso simplemente por el hecho de ser escritor, y no uno cualquiera; sino de los mejores pagados, de los que ciertas editoriales le pedían que viajase a países o lugares de su misma región para escribir sobre sus paisajes y demás.
Me enamoró esa libertad con la que podía contar, sin tener que dar cuenta a nadie de lo que hacía a cada momento. Su trabajo consistía en viajar para encontrar la inspiración... ¿se podía pedir más?
Ojalá mi vida hubiese sido de otra manera... Ahora que recuerdo, creo que sólo salí una vez de mi pueblo...

Recuperada ya del dolor y miedo, decidí mantener una conversación contigo sobre lo ocurrido. Pero no sirvió para cambiar tu mentalidad machista y retrógrada.
Te dije que si volvías a ponerme una mano encima te denunciaría. Y fui sincera con aquellas palabras.
A la mañana siguiente, me dijisteis que teníais muchas ganas de ir a un festival de libros que se hacía cada año en el pueblo de al lado; el cual duraba cuatro días.
Así que decidiste llevarlos a ese lugar, donde os alojásteis en un hotel hasta que finalizó el festival.
Y a decir verdad... sé que suena mal que lo diga yo, pero reconozco que me encantó que os marcháseis durante esos cuatro días.
Necesitaba tiempo para mí, para estar tranquila y relajada.
Demasiados años habían pasado desde la última vez que me tomé un descanso.
Ser ama de casa es muy duro, aunque haya personas que se nieguen a aceptarlo.
Además, cuando una mujer toma la decisión de ser madre, su vida en cierto modo comienza, pero por otra parte acaba.
Durante su maternidad, va construyendo una vida de detalles.
Y en el momento en el que sus hijos se marchan, esa vida de detalles que ha ido creando poco a poco, se la llevan con ellos.
Cuando decidí ser madre, sabía con certeza que tendría que renunciar a todos los sueños que tenía en mente de joven, antes incluso de conocer a vuestro padre. Sabía que debería dedicarme única y exclusivamente a vosotros.
Pero la verdad... ahora que lo pienso, no sé si hice bien en no seguir luchando por lo que quería, porque llegará un momento en el que os vayáis de casa, hagáis vuestra vida, conozcáis a alguien que os quiera por tal y como sois y forméis vuestra propia familia. Si es eso lo que queréis.
Me quedaré, por tanto, aquí, sola con papá. Tendré el síndrome del nido vacío. ¿Y qué podré hacer después de estar toda una vida dedicada a ustedes?
Lo único que espero, es poder volver a pensar en mis sueños y en construir un nuevo futuro.

Antes de iros, por supuesto, me advertiste que ni se me pasara por la cabeza volver a verle. ¡Qué desgracia la tuya! Pues te creías dueño de todo cuanto tocabas. Lo único que necesitabas era una buena charla sobre el papel de la mujer y el hombre en la sociedad. Pero no una conversación conmigo, sino con un especialista en el tema.
Por cierto, ¿os dije alguna vez que nada más que os fuisteis encontré paz y libertad en mi interior, en mí misma?
Descubrí que la mitad de mi alma perdida, había regresado a su templo sagrado.
Encontré sensualidad en mí, algo que nunca hubiera imaginado que pudiese llegar a pasar.

Por primera vez en mucho tiempo, me sentía segura de lo que estaba haciendo con mi vida.
Y sabía lo que iba a hacer: entregarme en alma y cuerpo a Ryan Kincaid.
Entregarme completamente a él a pesar de las graves consecuencias que ello implicase. Porque así lo quiso el destino, así lo quiso la naturaleza.
¿Habría sido la vida misma la que puso a aquel hombre ante mi corazón?
¿Estarían las estrellas esa noche alineadas para confabular con el universo?
¿Seríamos simplemente dos extraños bailando bajo la luz de la luna?
¿Dos desconocidos destinados a encontrarse tarde o temprano?
¿Dos cuerpos deseosos que se anhelaban mutuamente cuando no se rozaban?
¿Dos corazones hambrientos de amor?
Ahora mismo, mientras escribo mis memorias, trato de recordar lo que fueron para mí los cuatro días más maravillosos de toda mi vida.
Intento que el papel no se contagie de la tristeza y lágrimas que voy desprendiendo.

Ryan... si por casualidad alguna vez leyeras esto, sólo me gustaría que supieses que has sido y sigues siendo lo más bonito que ha podido pasarme en la vida.

~LA PLAZA DE LA PASTORA~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora