Capítulo cuatro- "El lamento"

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Llamé a ese hombre por teléfono, ya que aquel día en la plaza le había pedido su número.
-Ryan...- dije con la voz temblorosa.
-¿Quién es?- se escuchaba desde el otro lado.
-Soy yo... Julia...- continué hablando preocupada por mis sentimientos.
-Ahh, ¡hola Julia! ¿Sigue en pie lo de invitarla a un café?- preguntó tratando de no parecer entusiasmado ante la idea.
-Sí, para eso le llamaba... ¿A dónde le gustaría ir?- comenté ruborizada imaginándome en un bar con él...
-Me da igual, sinceramente. Con tal de echar un rato con usted...- contestó sin ser consciente de lo que acababa de decir.
-¿Pues le parece bien que quedemos en el bar de la calle principal? Es el único que hay. No va a tener problema en encontrarlo.- le pregunté siendo consciente.
-Sí, no hay problema. Estupendo.- Cuelgo el teléfono, me dirijo hacia el baño para darme una ducha y mis dedos, más juguetones que nunca, me incitan al juego. Sí, a esa actividad inocente pero atrapante.
Tal, que si no continúas jugando, tu cuerpo, añorando, te lo hace saber.

Llegó el momento de dirigirme hacia ese bar y allí estaba esperándome... Aún percibo el olor de la colonia que se había echado aquel día... un aroma que me envolvía en una nube de placer erótico...
-¡Buenas tardes!- le dije dándole un beso.
-Julia, está usted más guapa que ayer.- comentó sonrojándose mientras me devolvía el beso...
-Sí, por supuesto... ¡Anda, déjese de tonterías!-
-Sólo he dicho la verdad.- contestó mirándome con ojos soñadores.
-Bueno, muchas gracias. Usted también lo está.- le halagé teniendo que apartar mi mirada de la suya.
-¿Entramos?- propuse regalándole una sonrisa.

-Julia... ¿qué hay de usted? Qusiera saber más sobre usted.- me confesó a la vez que accidentalmente, nuestras manos se rozaron por primera vez mientras buscaban el azucarero.
Todavía guardo en mi memoria ese instante... sus dedos... sus dedos aún seguían fríos...
-Pues no hay mucho que saber sobre mí, la verdad. Que estoy atrapada en este pueblo y me encantaría tener nuevos horizontes...- auné todas mis fuerzas para hacerle saber esa verdad.
-Pero es una mujer libre, ¿no? Además, su cara me dice la cultura que lleva en su interior, un saber que le impregna.- expresó apoyando la cabeza en su mano y proyectando hacia mí una mirada de película.
-Bueno... lo de ser libre... vamos a dejarlo mejor...- dije tratando de no derramar una lágrima.
-Ehh, no se preocupe si no quiere contármelo. Está en su derecho. Es normal, un desconocido le aborda de improviso pidiéndole ayuda y le invita a tomar café.- comentó acariciando suavemente la mano que yo tenía en ese momento encima de la mesa.
-Pero si hay algo que pueda hacer por usted, no dude en pedírmelo, por favor.-
-Gracias, de verdad.- se lo agradecí regalándole una sincera sonrisa.
-¿Y qué hay de su vida? Supongo que usted tendrá miles de cosas que contar. Ha viajado tanto...- hablé añorando un mundo lleno de viajes indescriptibles en el que podría haber sido feliz...
-Así es, no es por presumir. Pero es mi triste realidad...- me miró con sus bonitos ojos.
-¿Por qué dice "triste realidad" cuando yo daría lo que fuese por dejar este lugar en el que vivo e irme con mis hijos a cualquier parte del mundo lejos de aquí?- le pregunté asombrada por cómo era posible que un viajero no fuese feliz.
-Verá... viajo mucho. Eso por supuesto me da amplitud de miras, pero....- trató de no ponerse melancólico.
-¿Qué le ocurre?-  me estaba  empezando a preocupar de verdad.
Una humilde lágrima.
Una lágrima que llevaba consigo el dolor de su alma.

~LA PLAZA DE LA PASTORA~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora