Encantador, bromista y un físico que sólo podría pertenecerle a un dios griego, todo esto describe a la perfección al alfa Viktor Nikiforov. Pero si hay algo que definitivamente no está dentro de su vocabulario, es la inteligencia.
Y, ¿quién mejor...
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—Entonces, ¿Vas a trabajar hoy por la tarde? —pregunté a Pichit, quien me esperaba fuera del salón de literatura avanzada con sus libros en brazos. Habíamos comenzado a caminar después de que me recibiera con una de sus grandes y resplandecientes sonrisas. A veces pensaba que él era un omega perfecto. Sus ojos oscuros, al igual que su tez, su increíble buen humor de siempre, su cuerpo curveado y su olor a uva y caramelo, que parecía algo sutil y no tan empalagoso como para ser un omega. Él era de los omegas que se distinguen del montón, alguien irreemplazable al que todos admiran. Incluyéndome, claro. Porque, ¿Quién es tan egocéntrico como para no admirar a alguien más? Estaba seguro de que más de uno tenía envidia de mi amigo, sin embargo, yo no llegaba a sentir eso por él. Sabía que ese sentimiento era algo horrible, por lo que, cada vez que mi cabeza comenzaba a desear de manera descontrolada algo que los demás tenían, inmediatamente me obligaba a olvidarlo. Ya que, si me pasaba la vida deseando las cosas de los demás, estaría desperdiciando demasiado tiempo. Y, claro, yo podía ser un omega obeso y cobarde, pero nunca alguien envidioso. Porque sé cuál es mi lugar y he vivido conformándome con ello.
—Lamentablemente sí —habló él, dándole un rápido guiño a uno de los jugadores de Fútbol que pasaban por el pasillo, recibiendo una sonrisa que claramente se marcaba como "orgullo alfa".
—Ugh —un Yuri con su típica cara de molestia apareció, colándose entre los dos y logrando que una pequeña sonrisa apareciera en mi cara—. ¿No te cansas de coquetearle a cualquier imbécil que expulse feromonas de alfa?
—Oh, pequeño —el rubio rodó los ojos ante el tono dulce con el que le habló Pichit, lo que significó una advertencia para mí. Sabía que el rubio no estaba de humor (en realidad, nunca, pero hoy parecía estar peor) y estaba esperando su momento para explotar—. ¿Qué de divertido tendría quedarme sin hacer nada ante tanto alfa guapo?
—Sería divertido no ver tu culo pegado en cada alfa al que ves —Yuri soltó un gruñido y Pichit agilmente le ignoró, llevando su mirada a la mía en cuanto llegamos a los casilleros. Nos separamos un poco al tener que guardar nuestras pertenencias en nuestros respectivos lugares, los cuales estaban algo separados. Al abrir el mío, al instante deseché los papeles regados sobre mis libros con algo de disimulo. Al fin y al cabo, estaba ya un poco acostumbrado a eso, tanto que podría llamarlo una "rutina" de mi día a día. Ya ni siquiera me dignaba a leerlos, porque sabía que, una vez más, se me oprimiría el pecho y mi omega chillaría en mi interior por los horribles comentarios escritos en esos papeles. Era mejor hacer como si nada pasaba, así, al menos, ignoraba el hecho de que no podía hacer nada en contra de todo ese odio.
—Yuulls —dejando atrás los casilleros, los tres avanzamos por el largo pasillo de la escuela, que estaba inundado de estudiantes que corrían de un lugar para otro tratando de salir lo más pronto de la escuela—. Hablando de alfas sexys, ¿Qué ha pasado entre Viktor y tú estos días? Tal parece que no los veo juntos desde el cumpleaños del gatito gruñón.
Ajuste mi mochila al hombro, mordiendo un poco mi labio inferior. Era verdad. No había hablado con Viktor desde el día de la fiesta y, en realidad, me había obligado a no notar su ausencia entre clases. Las pocas veces que le veía por los pasillos de vez en cuando me sonreía y yo no sabía que más hacer para no hundirme en mis pensamientos pesimistas. ¿A caso había hecho algo para que él actuara distante? Ni siquiera lo sabía y eso me frustraba demasiado. Después de haber hecho el ridículo delante suyo y haberme comportado de esa forma en la fiesta me hacía querer sonrojarme, sin embargo, el mero recuerdo de sus labios me hacía tener un cosquilleo en los míos. Era algo descabellado y sabía que debía de controlar mis tontas hormonas, que parecían jugar conmigo y mis sentimientos hacia Viktor. Sabía que si no tenía al menos un poco de autocontrol acabaría confundiendo aún más mis emociones y eso podría arruinar todo lo que el alfa de bonitos ojos logró cultivar en mi interior.