Recuerdos del pasado, festival

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Una noche para recordar

Era la tarde de comienzos de año donde el  Festival de la Embriaguez celebrado cada año en honor de Sekhmet y para evitar su cólera estaba en su pleno auge donde todos los ciudadanos participaban en el bailando y bebiendo. Sin percatarse que en unas horas el mayor acontecimiento del mundo ocurriría en el cielo presenciandose el mayor eclipse lunar del momento.

A su vez los dioses estaban de festividad en los enormes salones del Palacio de Sekhmet la diosa leona, donde se celebraba una recepción, con sirvientes, gente influyente bajo los ojos de los dioses y todos los dioses principales, era una gran y lujosa fiesta donde el alcohol, la comida, el baile y las representaciones no podían faltar.
La anfitriona andaba hablando con todos sus invitados del brazo de su esposo Ptah y a su espalda siguiendoles con serenidad y grandeza el primogénito, el hijo mayor de ambos dioses Nefertum que atraía las miradas de todas las féminas de la fiesta por su belleza y su atractivo natural.

Mientras la joven y movida hija menor y bastarda ya que era fruto de un romance de Sekhmet con el Dios del inframundo Anubis, se alejaba del bullicio, no soportaba la multitud y mucho menos el protocolo era un alma libre, la cual había sacado de su madre en sus años jóvenes donde la diosa solo se dejaba llevar por sus impulsos y su progenie más reciente había salido calcada a ella.
Aneesa sabía que no podía alejarse mucho ya que tenía que acudir al llamado de su madre para la representación de juego de guerra que tenía que hacer con Anat una de las esposas de su abuelo Ra y diosa de la guerra.

La diosa rubia fue enseguida llamada mientras que toda la recepción se acomodaba en sus puestos para ver el espectáculo de ambas diosas que a pesar de la escasa edad de Aneesa ya demostraba ser poderosa uno de los motivos por que Anat odiaba a la chiquilla otro era que su esposo Ra abuelo de la niña tenía sus ojos puestos en la pequeña bastarda y eso hacia arder en colera a la diosa de la guerra. Ambas cubrieron sus rostros con las máscaras de oro indicadas para dicha representación junto a las armas utilizadas.

La pelea estuvo muy reñida y en constante suspense y aunque parecía que la experiencia ganaría a la juventud con creces en un pequeño despiste de Anat, Aneesa tomo la ventaja desarmando a la contraria y dejándola fuera de juego. Todos aplaudieron y halagaron a la madre por el valor de su pequeña pero la contraria se marchó aún más irritada pero a la rubia no le importó y haciendo una reverencia a su madre se acercó para que todos mencionaran su éxito y la felicitaran, aunque de todas esas felicitaciones que a la joven diosa le sabían a vacías sólo deseaba la bendición y ver el rostro de orgullo de su medio hermano mayor  Nefertum, donde en secreto como muchas de las mujeres que estaban en el Palacio se había "enamorado" que no era amor ya que ella no entendía de eso y confundía la admiración y el amor fraternal con otro tipo de amor; del Dios primordial que representa el nacimiento del día y guardián del Este.
Al ver tanto alboroto alrededor de su hermana el mayor se había marchado fuera y cuando está se percató de la ausencia siguió los pasos del primogénito encontrandolo en los jardines flotantes de palacio, donde Aneesa se acomodó cerca de el sentada en el escalón y sin ninguno decir nada ya que el espectáculo del eclipse estaba empezando, ambos en silencio se dijeron todo sin saber que aquella noche sería la última que se verían, ni dándose cuenta que la persona que les interrumpiria sería crucial en ese dramatico fin que el futuro les preparaba.

En medio de la noche entre las columnas de los jardines apareció un joven soldado y Guardia de la diosa Leona, que apenas ese mismo día había entrado a servir, interrumpio a ambos hermanos para que Nefertum regresara a la fiesta por orden de sus padres y cuando el Dios se marchó el Guardia no pudo evitar mirar con intensidad los ojos de la diosa Aneesa donde sintió un vuelco en el corazón.

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