La primera consulta con Teresa

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Nacha se vistió a regañadientes. Le daba mucha rabia tener que ir a la estúpida psicóloga por Elías. Ella no estaba loca ni necesitaba aquello. Prefería llevar su duelo en silencio.

Tocó al timbre de la consulta varias veces con impaciencia. Quería dejar aquello resuelto cuanto antes y dejarle claro a Elías que no llevaba razón y que no necesitaba ayuda.

—Pasa, pasa —le saludó Teresa tendiéndole la mano.

—Hola —respondió Nacha en un tono serio. No quería estar allí.

—Bueno, cuéntame. ¿Por qué estás aquí? —le preguntó Teresa ya sentada detrás de su escritorio.

—Eeeeeeh —dudó Nacha, acomodándose en el sillón—. Verás, mi amigo Elías no me deja en paz y me ha insistido en que venga. Por no oírle más, vengo para que se calle.

—¿Entonces? ¿No crees que necesites mi ayuda?

—No

Teresa suspiró. Recibía constantemente a personas que no pensaban que tuvieran ningún problema y estaban allí para que sus familiares dejaran de insistir.

—A ver, dime por qué tu amigo Elías te ha enviado aquí.

—Él cree que necesito ayuda porque mi amiga —hizo un silencio. Aún le costaba pronunciarlo en voz alta— murió.

—¿Tu amiga? —preguntó Teresa, ya que había visto en su cara que escondía algo.

—Sí —volvió a callarse—. Bueno, era alguien especial.

—Ya, entiendo —asintió Teresa y lo escribió en su cuaderno—. Dime, ¿cuánto hace de eso?

—Varios meses, ya. Por eso, le he dicho a Elías que no lo necesito, que ha pasado mucho tiempo.

—A veces, cuando perdemos a alguien, enterramos el dolor y nos quema por dentro tenerlo guardado. Necesitamos sacarlo fuera: llorar, enfadarnos, sonreír...

Nacha no quería responder y volvió su vista al suelo. Ella había sido siempre de guardarse sus emociones, pero lo de Laura era distinto.

—¿Nacha? ¿Puedes mirarme? Necesito tener contacto visual contigo.

Nacha levantó levemente la cabeza y miró a los ojos de Teresa. Hasta ese momento, no se había dado cuenta de que sus ojos eran realmente bonitos.

—Mucho mejor. El hecho de que agaches así la cabeza solo significa que tu amigo Elías estaba en lo cierto.

—¿Cómo?

—Necesitas mi ayuda. Tú verás si quieres que te la preste —dejó caer Teresa sin mostrar mayor importancia.

—Sí —afirmó tímidamente Nacha. No sabía por qué había aceptado. Simplemente no había podido negarse ante esos ojos.

—Está bien. Por hoy, ya vamos a acabar. Solo necesito que, para la próxima sesión, me escribas cómo te sentías respecto a tu amiga, que escribas lo que sentías por ella.

—De acuerdo. ¿La próxima semana?

—Sí. Te acompaño a la puerta.

Nacha se levantó y se tropezó con Teresa que la iba a acompañar a la puerta. Se distanciaron rápidamente.

—Perdón —dijeron las dos a la vez y un leve sonrojo subió a las mejillas de Nacha.

Se despidieron y Nacha emprendió el camino de vuelta a la comisaría sonriente. Teresa le había hecho sentirse mejor. Elías había conseguido lo que quería y tenía ganas de contárselo.

Solo un metro me separa de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora