La tercera consulta con Teresa

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Teresa salió a dar aquel paseo que tanto necesitaba. Su paciente acababa de marcharse porque no había estado dispuesta a colaborar y, en parte, se sentía culpable. Había sido ella la que no había leído aquel folio. No sabía por qué estaba así por Nacha, era solo una paciente más.

*

Al día siguiente, Nacha estaba dispuesta a asistir a la siguiente sesión con la doctora. Había entendido que era una pataleta lo que había sucedido el día anterior. Iba dispuesta a disculparse y explicarle que simplemente ese día estaba más susceptible.

Llamó al timbre y una amarga espera hasta que Teresa abrió la puerta, con su brillante sonrisa como siempre.

 —Hola, Nacha. Pasa y siéntate.

Nacha obedeció y por primera vez la miró a los ojos. Ese día estaba valiente y decidida.

 —Siento mucho lo de ayer, doctora. No sé qué me pasó. Supongo que estaba más susceptible.

 —No te preocupes. Yo también lo siento. Debía de haber intuido que tú querías algo más, querías compartir conmigo dolor. Por eso, ayer por la noche me lo leí.

Se produjo un silencio.

 —Y debo decir que está muy bien  —continúo Teresa—. Debió ser muy duro pasar por todo eso sola  —le acarició las manos en señal de consuelo.

A Nacha el tacto de sus manos le pareció suave, cálido y agradable. Hacía mucho que no sentía algo parecido. Le calmaba el movimiento circular que hacía con los pulgares al cogerle las manos.

 —Sí, la verdad es que sí lo fue  —hizo una pausa—, y lo sigue siendo.

—Cuéntame más sobre ello. Mírame a los ojos y empieza desde el principio.

—¿Desde el principio principio?

—Desde que Laura pasó de ser una compañera de trabajo a algo más. ¿Cómo fue? ¿Qué ocurrió?

—Fue muy bonito. Yo siempre he sabido que me gustaban las mujeres.

—Sí, te entiendo.

—¿Cómo? —Nacha se quedó sorprendida ante su respuesta. No sabía qué había querido decir con esa frase. Si la entendía como psicóloga o si la entendía porque ella también había vivido lo mismo.

Teresa se tensó en el asiento. Sin querer, de una manera tan natural, había salido del armario. Le había salido natural, como una respuesta automática que dices al oír determinadas frases.

—Nada, nada, continúa hablando. No quería interrumpirte.

—Ah, no, tranquila. Bueno, pues yo siempre he sabido que me gustaban las mujeres y nunca me había fijado en Laura hasta que empezamos a hablar más, a tomar café juntas... Llegó un momento en que cualquier excusa era buena para ir a la UIT y verla. Era tan guapa, Teresa, pero tan guapa —a Nacha le empezaron a asomar las lágrimas y se las enjuagó—. Me enamoré casi sin quererlo. No puedo decirle que fuera un día a una hora porque estaría mintiéndole. Solo sé que llegó un momento en el que me dije a mí misma que aquello era algo más que una simple relación de compañeras de trabajo, al menos para mí.

Teresa continuó escuchándola atentamente. Nacha parecía una chica muy pasional, muy entregada a ese amor que tuvo aquel final tan amargo.

—El día que la besé —cogió aire para asumir lo que iba a decir—, ese día yo no podía parar de mirarla a los labios y algo en mi subconsciente pensaba en ellos y en cómo sería besarlos. Era como un pensamiento de fondo, como esa voz del idioma original que se oye en los documentales. Le hice caso a esa voz, la besé y me rechazó, me dijo que me había confundido.

—¿Cómo te sintió que te rechazara?

—Pues me sentí dolida y triste.

—Y ahora ya no lo estás, ¿no? Porque te rechazara aquella vez.

—No, creo que ya no.

—Vale —Teresa consultó su reloj—. La próxima sesión de la semana que viene seguiremos trabajando en esto, que hoy ya ha llegado la hora.

—¿Ya? Hoy sí que se ha pasado rápido.

—Porque hoy has venido dispuesta a que te ayude —Teresa consultó su agenda—. ¿Te veo el martes que viene?

—Vale, sí, me viene bien a la misma hora.

—Perfecto entonces. Te acompaño a la puerta.

Ambas se levantaron y marcharon en dirección a la puerta. Nacha se había sentido tan bien contándole cosas sobre Laura y recordando momentos juntos que sonreía. Estaba muy feliz y nunca pensó que se podría ser feliz recordando los buenos momentos que no habían hecho pasar personas que ya no estaban entre nosotros.

Teresa se percató de esa sonrisa.

—Me alegro de verte tan feliz. Estás haciendo grandes progresos. Además, tienes una sonrisa muy bonita.

Nacha se sonrojó.

—Gracias —soltó una risa tonta—. Adiós —salió corriendo de aquella consulta porque no entendía por qué se sonrojaba ante los comentarios amables de Teresa.

Solo un metro me separa de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora