No es nadie

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Unos rayos de sol entraron por la ventana. Nacha remonoleó en la cama y miró hacia su derecha. Ahí seguía. No se había movido del sitio. Teresa dormía plácidamente a su lado. Parecía un ángel caído del mismísimo cielo. Era tan dulce y tan guapa que se emocionó. De felicidad, una lágrima cayó. Nunca había sido fan feliz. Había estado enamorada otras veces y había tenido más novias, pero ella era especial. Lo había sido desde la primera vez que pisó su consulta.

Teresa arruga la frente, probablemente molesta por los rayos de sol. Se dio la vuelta y quedó de espaldas a Nacha. Esta aprovechó para abrazarla por detrás y posó su nariz en su pelo.

De repente, empezó a oír un móvil, pero no era el suyo. Tenía que ser el de Teresa. ¿Tendría una alarma puesta?

Miró a Teresa, que seguía durmiendo. No quería despertarla, pero no tenía más remedio.

—¿Teresa? —le golpeó suavemente el hombro.

—Dime.

—Está sonando tu móvil, ¿no lo oyes?

Entonces, abrió los ojos completamente. Se había despertado de golpe.

—¡Hostia! —se levantó corriendo.

Cogió el móvil y el nombre que vio en la pantalla le enfadó.

—¡Arg! No puede ser.

—¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Quién es?

—Nadie —colgó y soltó el móvil con fuerza sobre la mesa.

Nacha se quedó extrañada. Nunca había visto así a Teresa. Siempre la había visto dulce y amable.

—¿De verdad que estás bien?

—Sí, sí. No era nadie importante. Puede esperar.

Y, como por arte de magia, sonrió como siempre. Volvía a ser aquella chica dulce que conocía. Se acercó a ella, le sonrió y le dio un beso. Aunque Teresa aparentar que no era nadie, el lado policíaco de Nacha no paraba de pensar y pensar.


Después de irse de casa de Nacha, Teresa, camino de casa, sacó su teléfono. Tenía que hablar cuanto antes con ella para volver a dejarlo todo claro.

—¿Sara? ¿Qué coño quieres?

—Tere, ya lo sabes. Te necesito.

—Pero, ¿qué ha pasado ahora?

—No tengo pasta.

—¿En qué estás metida ahora?

—Nada turbio, de verdad.

Teresa resopló. Aquella dependencia que había creado Sara con ella le llevaba persiguiendo desde hacía mucho tiempo. Había intentado tratarla, pero, para curar a alguien, este tiene que reconocer que tiene un problema. Por eso, no podía echarla de su vida sin más. Como psicóloga, sabía lo que eso podía desencadenar. Sara no era mala persona. Simplemente, ha pasado momentos muy difíciles.

—¿De verdad? Entonces, dime. ¿Para qué coño quieres el dinero?

—Es que, en el bar, ya no me fían más.

—¿Has vuelto a beber?

—Es la única forma de no pensar en ti.

Teresa tenía que ser fuerte. No debía dejar a Sara manipularla porque era muy buena haciéndolo.

—Sara, joder, siempre igual.

Solo un metro me separa de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora