Que yo también te quiero, tonta

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Teresa no paraba de darle vueltas a esa conversación de teléfono. Había acordado que le prestaría algo de dinero para pagar sus deudas. Quedarían en un rato. Teresa tenía que mentalizarse para no caer en ese pozo sin fondo que era Sara. Conseguía absorber a la otra como persona. La despojaba de toda su esencia y la convertía en un doble, que hacía lo mismo que ella. Ella había conseguido escalar para salir del pozo, pero Sara seguía dentro de él.

Sonó su móvil. Era Nacha. Le había mentido. No había querido contarle su pasado y confesarle sus miedos y sus inseguridades. Dejó que sonara y no llegó a responder. Quería contárselo, pero lo haría después de su reunión con Sara.

Se levantó y cogió su chaqueta. Podría haberle dicho que no, que no le prestaba más dinero, que su relación había acabado y que tenía que superarlo. Sin embargo, algo dentro le impedía hacerlo. Salió de casa hacia el bar donde había quedado con Sara. Esperaba no encontrarse con nadie que la conociera de su nueva vida. Había huido para intentar hacerle ver a Sara que aquello no podía seguir así y demostrarle que había pasado página.

—Sara, ¿entiendes que no puedo seguir sacándote las castañas del fuego? —murmuró para nonalertar al resto de personas del bar.

—Ya, ya. Pero es que no puedo vivir sin ti.

—Sí puedes.

—Vale, puedo, pero no quiero.

—¿No ves lo tóxico que suena?

—No es que yo ya no sea tu novia. Es que, si algún día vuelves a tener una, no le hagas eso. No es una relación sana.

Sara agachó la cabeza.

—Mira, Sara, te voy a dar dinero y va a ser la última vez. Si vuelves a llamarme o a visitar mi casa, llamo a la policía. No quiero —cogió aire sabiendo que aquello iba a doler— saber nada de ti. Esta vez es verdad. Nada de nada. Llamaré a la...

—¿Teresa? —preguntó una voz familiar de fondo. Era Nacha. La posibilidad de que fuera al mismo bar que ella, el mismo día y a la misma hora era muy baja, pero a ella le sucedía todo aquello que resultaba poco probable.

—Ay, hola, Nacha.

Nacha miró a la chica y luego a Teresa.

—Luego hablamos, ¿vale?

—No, tranquila. No tienes nada que contar. Ella es Nadie, ¿verdad?

Nacha había sacado conclusiones precipitadas. Aquello no estaba bien, pero lo que ella hacía con Sara tampoco. Ante la huida de Nacha, volvió a su mesa.

—No podemos seguir así. Lo siento, Sara. Busca ayuda, pero yo no quiero tener nada que ver.

Se levantó y se fue. Intentó llamar a Nacha, pero no le cogió el teléfono. Ambas necesitaban hablar sobre la situación. Decidió esperar que fuera ella la que diera el siguiente paso. No quería agobiarla.

Horas después, recibió un mensaje de WhatsApp de Macha.

- Lo siento. No he sido justa con mi comportamiento. ¿Nos vemos y lo hablamos?

- De acuerdo.

—Nacha, de verdad, no pienses cosas raras. Que yo...

—No te preocupes. Yo no tengo derecho a nada ni a hacer eso. Tú puedes quedar con quién quieras. Eres libre, estés o no conmigo.

—Vale. Ahora me toca. Te voy a contar la verdad. Sara es mi exnovia. Sufre dependencia emocional sobre mí y me busca para pedirme cosas y para hacerme sentir culpable. Como psicóloga, sé que podría incluso hacer una locura. Yo, para ella, soy como una droga y sufre abstinencia. Sin embargo, hoy le he dicho que ya no más, que no puede seguir así, que busque ayuda. Sé que puede hacer una locura, pero no me responsabilizaré. Quiero ser feliz y, sobre todo, quiero sentirme libre.

Nacha parecía preocupada y miraba a Teresa con ternura.

—Tranquila —le acarició las manos—. Eres demasiado buena persona. Demasiado.

—Ya. Espero que lo entiendas.

—Sí. No te preocupes. Yo te quiero con tu luz y con tu oscuridad, con todo lo que eres.

—Qué bonito —se emocionó Teresa—. Gracias.

Se quedaron embelesadas mirándose a los ojos.

—¿Qué? —preguntó Nacha.

—Que yo también te quiero, tonta.

Solo un metro me separa de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora