Estas notas son lo que nunca te dije Paula.
Era yo una niña de ocho años cuando el velo de mis ojos se cayó dejándome ver la ilimitada crueldad humana.
Normalmente mamá me recogía en la escuela, me llevaba a casa y volvía al trabajo. Pero aquella tarde, fue mi vecina que me llevó, su hija era mi compañera de clase y vivían a una cuadra de mi casa. Entré a mi casa, cerré la puerta y fui a cambiar mi uniforme para poder hacer los deberes, tal como mi madre me había acostumbrado. Por la ventana de la habitación de mis padres note una llamarada que salía por el techo y las ventanas altas de la casa del frente. Corrí al teléfono y llamé a los bomberos.
Al principio la señora que contestó me pidió hablar con un adulto, yo estaba sola, y ella pensaba que era una de las tantas bromas que le habían hecho esa semana. Yo lloré en la línea, "Que me lleve la policía si es mentira, señora, la casa del frente se está quemando" clamé angustiada. La mujer terminó por creerme, pidió mi dirección y que me mantuviera en un lugar seguro. Pero antes de terminar la llamada escuchamos una explosión, ella me preguntó si estaba bien y si podría describir lo que pasaba. Mientras yo hablaba con ella, el carro de bomberos llegó y empezó a actuar sobre las llamas.
De ese día recuerdo el momento en que empezaron a llegar los hijos de la señora Pérez, una anciana minusválida, que murió atrapada en las llamas. Recuerdo como los días posteriores a ese, ellos peleaban entre hermanos por el dinero que le correspondía a cada uno como herencia. También recuerdo cuánto lloró mi mamá por la muerte de aquella desdichada mujer, con ocho hijos buenos para nada que en los últimos años la mantenían encerrada bajo llave, confinada a una silla de ruedas sin poder recibir aunque sea un poco de sol. Y que cuando sacaron el cuerpo sin vida de la anciana, mis padres me llevaron consigo a la parte trasera de la casa para que no viera lo que pasaba, porque ellos estaban seguros de que sería algo que nunca podría olvidar. No se equivocaron, cada acto de crueldad desde ese día en adelante, se grababa en mi mente como con hierro de marcar.
Nuevamente estaba abrumada por un sentimiento de impotencia a los dieciséis, en mi último año de escuela. La ruta escolar siempre pasaba por un vecindario de personas adineradas, era un calle bonita pero en la mitad de ella algo me removía el estómago y la ira me proponía casi enloquecer. Bajo el sol abrasador del mediodía, permanecía una mujer en silla de ruedas en el antejardín de una casa preciosa, siempre estaba sola, inmóvil y se veía incómoda. Aquella imagen me recordaba a la señora Pérez cuando sus hijos la llevaron a casa con el supuesto propósito de cuidarla en su vejez, en ese entonces la dejaban recibir todo el sol de la tarde sin alguna protección, y al final de sus días su calvario fue todo lo contrario, se la pasó encerrada como prisionera, y prisionera murió por el fuego del que no tuvo oportunidad alguna de escapar.
-Se ve triste -comenté.
Y mi compañera de asiento, que estaba al tanto de lo que me preocupaba en aquel paisaje desde hace días, me miró y respondió.
-No lo creo. Esa chica, por lo que veo, tiene parálisis cerebral, tengo entendido que ellos no sienten como nosotros.
Y su respuesta no pudo haber lastimado más mi corazón, dejándome inquieta y curiosa por saber qué era la parálisis cerebral, y cómo sentía una persona que no sentía como yo. ¿Cómo alguien podía sentir de una manera diferente, o no sentir nada?
Los seres humanos, de nacimiento, somos egoístas, centrados siempre en nuestras necesidades. Y yo nunca he sido la excepción. Después de mi graduación me centré en la universidad y me olvidé de aquella mujer.
Tenía que hacer un trabajo de la universidad. Esperé hasta que el sol de la tarde bajara para salir de mi casa sin tener que recibir el calor veraniego, se me hacía insoportable. Me fui caminando, buscando la dirección del lugar donde me iba a reunir con mis compañeros, la tenía escrita en un pedazo de papel. Cuando me adentré en el vecindario, recordé con nostalgia los últimos años de escuela, por allí pasaba la ruta de autobús escolar.
Contemplaba cada casa de la cuadra, todas muy elegantes y bonitas, con carros lujosos en sus antejardines. Y al alzar la vista adelante se rompió mi corazón.
En una silla de ruedas, con una camisa azul claro manga larga, como las que recordaba siempre vestía, estaba aquella mujer que por un tiempo desplacé de mi mente. Su cabeza caída hacia adelante, inmóvil, incluso cuando me acerqué no percibí su respirar. Un escalofrío recorrió mi ser y lloré antes de posar mi mano en su hombro.
La toqué varias veces con temor, llena de culpabilidad, reprendiendo mi descuido y olvido. Hace mucho tiempo pude haber hecho algo y no me motivé para hacerlo, quizás ahora, al igual que con la señora Pérez, ya era demasiado tarde... pero despertó. Abrió sus ojos, al tiempo que me arrodillaba y ponía mis manos sobre su regazo. Sentí la necesidad de acomodar su cabeza, de levantarla, y lo hice. Tomé su rostro, con miedo a romperla; con mis pulgares sentí la suavidad de sus mejillas, sentí la forma de su mandíbula con los otros dedos, la moví despacio, poniendo su frente en alto, ella levemente sonrió, pude saber que era su forma de agradecimiento.
Su rostro se veía joven, parecía de mi edad, al fin, viéndola de cerca. No era una señora como la creía cuando yo era más joven. También me percaté de cuán hermosa se veía, su rostro era envidiable, blanco, aunque bastante enrojecido por el sol, su cabello negro intenso y rizado. Sus manos, con dedos largos y delgados, eran bellas y elegantes, aunque lamentablemente sus músculos estaban realmente atrofiados.
Ella, sin hablar, me sonreía cariñosamente, pero no pude ignorar lo desmejorada que estaba desde la última vez que la vi. Se veía más pequeña en su silla, más delgada, mucho más frágil y su mirada llena de nostalgia era inquietante.
-¿Cómo estás? -me atreví a hablar.
Y si no fuera por la gorda mujer que salió de la casa gritando como loca, estoy segura que hubiera conocido su cálida voz aquella vez.
Esa señora me empujó con fuerza, estuve a punto de caerme de espaldas. Me gritaba asegurando que yo le estaba haciendo daño a su sobrina, me exigía varias veces que me alejara, bajo la amenaza de llamar a la policía. Con arrebato se llevó la silla de ruedas con la chica y por un instante, antes de que no pudiera ver más su rostro, vi como las lágrimas rodaron por sus mejillas. La chica lloró, supongo que era la tristeza por el trato brusco e injusto que recibía. Lloró y yo no pude hacer nada, las puertas de la casa se cerraron frente a mí.
Me prometí no rendirme hasta poder hacer algo por ayudarla, porque de verdad ella estaba sufriendo y no era únicamente por culpa de su enfermedad.
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➴ Lo que nunca te dije Paula - #SummerA2018
Adventure✴Paula está confinada a una silla de ruedas y atada a una familia desalmada. Padece parálisis cerebral desde su nacimiento y tiene un triste concepto de lo que es el mundo. ✴Lauren ama el mundo pero detesta que esté lleno de seres humanos, piensa qu...