SEXTA NOTA VI

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Me dolía la cabeza al despertar, como punzadas, los ojos también me ardían por el llanto y mal dormir en la noche. Ese día miré las cortinas nuevas y agradecí en repetidas ocasiones el haber comprado unas tan gruesas y oscuras para cubrir perfectamente el sol.

Mi teléfono se había descargado empezando la noche por lo que debía ponerlo a cargar, sin embargo, no lo hice, primero fui a desayunar, me bañé, sequé mi cabello y me puse a hacer trabajos de la universidad.

Al final, tras ver que al proyecto junto a Sebastián le quedaba mucho por terminar, decidí buscar el cargador para encender mi celular y comunicarme con mi compañero.

Y al encender mi teléfono celular los mensajes de texto empezaron a llegar, en su mayoría de la señora María, la enfermera de Paula y otros de Luis. A él decidí ignorarlo por ahora, no tenía intención de discutir sobre la estupidez que se traía entre manos.

Abrí uno de los mensajes en donde me preguntaba dónde estaba, otro me pedía llamarla con urgencia, y las palabras hospital y edema pulmonar me impactaron, dejándome sin aire, como si hubiera olvidado respirar.

La angustia carcomía mi corazón, Paula estaba hospitalizada desde anoche y me sentí culpable, se que no era mi culpa pero en ese momento me sentí así; yo tenía que verla pero no cumplí con la cita.

Marqué al número de doña María mientras buscaba mis zapatillas para salir. Mi casa era un desorden en ese momento, reflejo de lo que pasaba por mi mente. Justo al salir y cerrar la puerta, la señora contestó.

Acordamos encontrarnos en una cafetería cerca del hospital donde estaba Paula y tardé media hora en llegar allí.

—¡Gracias por contactarme! —exclamó la mujer al verme, inmediatamente se puso de pie y me abrazó. Me quedé estática dejándome abrazar sin saber responderle.

Cuando dejó de abrazarme se alejó un paso y noté sus ojos hinchados, se notaba todavía el llanto.

—¿Qué ocurrió? —cuestioné. La mujer antes de responder dejó correr sus lágrimas.

—Paulita nos va a dejar —Sollozó. Un lamentó que me erizó la piel— Su corazón está muy débil, no es capaz de bombear sangre de manera eficiente. Teresa ha conseguido lo que tanto desea. Hace unas semanas la niña Paula fue traída de urgencias por insuficiencia cardíaca y ahora esto…

La pobre señora no fue capaz de continuar, prorrumpió en llanto. Mis manos estaban heladas y temblorosas, me sentía tan fatal como cuando mis padres se divorciaron hace cuatro años, justo cuando cumplí los dieciocho.

—Quiero verla —decidí, levantándome y mirando a la mujer mayor con decisión.

Ella me miró por unos segundos que me parecieron eternidad y al fin respondió, mostrándome una sonrisa compasiva, un toque de lástima se asomó en su expresión. Tenía razón, daba lástima, lo único que de alguna manera sentí le estaba dando sentido a mi vida me estaba siendo arrebatado por la muerte.

—Teresa salió hace algunos minutos a almorzar, seguramente pasará por su oficina para revisar su trabajo y vigilar a sus trabajadores, mientras tanto te puedes colar en la habitación de Paula —relató con satisfacción. Se levantó de su silla y se acercó a mí para hablar de manera confidencial—. Al guarda de la entrada dile que vas a odontología, eso es en el segundo piso, noté que no pone problema a las personas que van a esa sección. Después camina al ascensor y vas directamente al quinto piso. Vigila que al salir no haya nadie y te metes a la habitación 512.

Asentí y salí de la cafetería con urgencia. Caminaba por las calles con la sensación de que el ruido se había detenido, como si el tiempo pasara en cámara lenta y lo único acelerado era mi corazón, su bombeo era el único sonido que podía escuchar.

Seguí las recomendaciones de doña María y ya estaba frente a la puerta de la habitación, con las piernas temblorosas y con la ansiedad concentrada en mi abdomen. Giré el picaporte y me dolió el corazón. Ver a Paula de una manera tan frágil fue lo último que quería encontrar en mi vida. Gracias a Dios no estaba entubada, sólo tenía un respirador en su rostro.

Cerré la puerta y di pasos lentos hacia ella. Esa tediosa máquina sonaba tan fatalista, esos pitidos lentos y débiles que me aseguraban que ella todavía estaba allí, pero su rostro tan pálido que aseguraba que ese cuerpo frágil era solo una ilusión y que pronto se iba a desvanecer.

La miré de lejos, con temor. Juré que nunca me encariñaría con nadie por el miedo a perderle y con ella falté a mi palabra. Le tenía cariño, en poco tiempo, porque Paula era una niña fácil de amar y yo no entendía cómo su familia no sentía lo mismo.

Caminé un poco más, quería sentir el calor de su piel. Estiré mi mano derecha para tocar su mano más cercana a mí. Estaba tibia, era suave y se movió, no abrió los ojos pero el gráfico que vi se dibujaba en la máquina cambió notablemente, su corazón latió con más fuerza.

Me incliné sobre su rostro.

—Paula… despierta —susurré y después besé su mejilla. Ella respondió y no le entendí. Acto seguido se quitó la máscara de oxígeno.

—Fingía estar dormida esperando el beso que me devolviera a la vida —recitó. Me reí, no era el momento pero lo hice y ella también sonrió mientras abría lentamente sus ojos, sus ojos se concentraron en mi camisa—. Esperaba un caballero no un príncipe azul.

Solté una risa nasal por lo gracioso de sus comentarios. Me había puesto una camisa manga larga, bastante formal de color azul claro y los pantalones eran azul claro también, normalmente usaba ropa más oscura por eso era objeto de burla para Paula el día de hoy.

—En mi planeta los caballeros son azules, señorita —solté fingiendo estar ofendida. Ella no borraba la tenue sonrisa de sus labios resecos. Tontamente sentí la  necesidad de disculparme y romper el bello momento—. Yo… quería disculparme porque no pude ir ayer a tu casa.

Me miró a los ojos profundamente, con expresión seria, sin la diversión con la que me había mostrado hace unos segundos. Pestañeo con lentitud y abrió sus labios.

—Llévame contigo… por favor. No es un secreto que moriré —escucharle hablar tan fríamente de la muerte me dolió. Negué rápidamente con la cabeza y mis ojos se aguaron.— ¡Hey, no te preocupes! no tengo miedo, creo que es lo mejor que me puede ocurrir, pero antes de eso quiero conocer la tierra, de tu mano.

Sonaba tan tranquila, como si de verdad no le importara morir, como ese fuera su sueño más ansiado, que no pude evitar llenarme de ira, no con ella, sino con las personas malas que la rodeaban. Empuñé mis manos con fuerza, lastimandome con las uñas, la miré con tristeza y huí despavorida, me asustó imaginarla muerta.

Corrí perdiendo la noción del tiempo, corrí sin cuidado, arriesgándome, sin sentido, corrí queriendo aliviar el dolor de mi alma. Lo hice hasta que me estrellé con un cuerpo fuerte, alguien que me abrazó cálidamente. Levanté la vista, era Sebastián. Me miraba con preocupación, con cariño y compasión. El mundo volvió a mí, escuché los ruidos de la ciudad, el fluir del río, ya estaba frente al edificio donde vivo, el Edificio Garcés.

➴ Lo que nunca te dije Paula - #SummerA2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora