James

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Él no era idiota.

Sabía que María era una zorra.

Esas sonrisas alegres, esos comentarios divertidos, esas risas en grupo.

La zorra estaba provocando a sus amigos, quería estar con ellos y dejarlo solo.

Si ella quería estar con ellos, al menos él obtendría algo a cambio.

Vendió muchas veces a su esposa, escuchaba sus gritos y súplicas.

Era excitante escucharla.

Pero, debía mantenerla callada y atada. ¿Como lo haría?

Sonrió con maldad pura, ese plan era perfecto.

La alejó de su hija, no la dejaba a solas. Le hizo saber que si él moría se llevaría a su hija consigo.

Si es que esa bastarda era su hija.

Consiguió hacerla callar.

Sus amigos le advirtieron que si le hacía algo a la niña, él desearía morir de inmediato.

A pesar de hacerlos obedecer, nadie le pondría una mano a Susan.

Le irritaba que amaran tanto a la niña, es probable que ni siquiera sea suya.

¿María?

Ya no gritaba.

Ya no rogaba.

Se había resignado.

Y eso no le gustaba.

Eso le molestaba, le hacía hervir la sangre.

Comenzó a golpearla, la obligó a hacer cosas horribles, la haría sufrir hasta apagar su alma completamente.

¿Por qué?

Porque no se quedaría solo. La enterraría en el infierno junto a él para vivir su retorcido felices por siempre. Y la pequeña no estaba en ese cuento de terror neoyorquino.

Desventuras en NYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora