Capítulo 4

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Solo aquí soy capaz de ser feliz.


Los días transcurrieron. Esos sueño continuaron, y Carlos no sabía si maldecir por que de una u otra forma el «problema» continuaba ahí o sentirse inmensamente feliz por que solo ahí se atrevía a serlo.
A pesar de sentirse culpable, supo manipular los sueños a su favor, vivir lo que no podía vivir. Dentro de los mismos había progresado la relación entre ellos. A decir verdad, ya eran oficialmente pareja, de esas que casi todo el tiempo se demostraban cuánto se quería.

Poco a poco a ido avanzando, más todo tiene sacrificios. En su caso pasaba más tiempo dormido que despierto, y cuando lo estaba solo era para editar, comer, bañarse y hacer ejercicio. Para convivir con Daniel, no. Lo había hecho prácticamente a un lado por que el Dani de sus sueños le correspondía, no le importaba si había de por medio los lazos sanguíneos, él lo quería por su alma y su esencia.

Apenas habían terminado de cenar. El del fleco blanco se había ofrecido a lavar el cúmulo bestial de trastes que había en el fregadero.

—Oye, Tri-line— llamó Dani, aun sentado en una silla del comedor.

Recibió como respuesta un «mmm» de su hermano menor, quien estaba de espaldas.

—¿Qué estabas soñando días atrás?— cuestionó—, ya ves que estábamos viendo la película pero te quedaste dormido. Llevo días queriendo preguntarte pero se me pasa.

Detuvo toda actividad que hacía, incluso su mente quedó en blanco. Esa pregunta descolocó a Carlos.

—¿Porqué?— cuestionó de vuelta, sin inmutar su postura.
—Es que dijiste de una forma muy contundente, hasta me asustaste.

El calor en sus mejillas se sentía insoportable, casi podía asegurar que de un momento a otro se le caería la piel de la cara a pedazos.

—La verdad no me acuerdo— mintió, y para ser sincero, ésta mentira pesaba más.
—Es raro, sabes. Nunca te había escuchado hablar mientras duermes en toda nuestra vida.
—Quizás sea el estrés— mencionó Carlos vagamente, continuando su actividad.
—¿Te sientes estresado?— indagó el hombre de ojos verdes, griando para verlo (aunque solo fuera a ver su espalda).
—Un poco, nada que no pueda controlar.

Daniel mordió su labio inferior, poco más que molesto. De un tiempo para acá las cosas no han estado bien entre ellos. Hacía falta comunicación, confianza, y le jodía no saber las razones de una brecha abismal que se abría ante ellos.

—No sé por qué, pero siento que me ocultas algo— refunfuño Dani, reacomodándose en su lugar.
—No te oculto nada, te lo juro.
—No jures en vano, Carlos.

«Joder» pensó el menor. Que su hermano lo llamara por su nombre significaba que algo no le parecía.

—No quiero pelear— dijo el del fleco blanco, con un poco de vergüenza en su voz.
—Pues ni yo, pero tú no cooperas.

Las palabras se quedaron atrapadas en la garganta del menor. Igual no habría mucho que alegar a su defensa.

Dani esperó a que dijera algo, cualquier cosa, pero se estaba tardando. Sin una gota de paciencia se levantó brusco de la silla y a zancadas fue a su recámara. Retumbaron en las paredes el enfado al cerrar la puerta.

Cada pelea era más fuerte que la anterior y poco controlables. Temía escuchar de su hermano mayor algo que pudiera herirlo, pues solo él podía herirlo de gravedad.

•••días después•••

Noche, otra vez.

El del fleco blanco estaba colocándose su pijama para dormir, cuando escuchó un golpeteo en su puerta.

—¿Qué pasa?— preguntó en voz alta, acercándose al umbral de su habitación.
—Voy a salir— avisó Dani—. No me esperes para el desayuno.

Luego hubo un silencio ensordecedor y doloroso. Sabía de antemano que 8cho iría con su novia vaya a saber donde, y dolía por que su ausencia, a pesar de los vívidos sueños, mataba.

—Cuídate, ¿vale?— mencionó Daniel en un tono de voz algo bajo, posando su mano en la puerta.
—Sí, tu también cuídate— dijo Carlos de vuelta.

Escuchó los pasos se su hermano dirigiéndose a la entrada del departamento y luego un portazo. Carlos abrió la puerta de su habitación para detenerle, pero —obviamente— ya no estaba.
Ya se estaba acostumbrando a la irritación y a la molestias sentimentales, a los celos. A esas alturas, lo sorprendente sería no sentirlo.

Salió de su cuarto y se aseguró que la puerta principal estuviera bien cerrada, después fue a servirce leche en un vaso, el cual bebió en un santiamén. De igual forma, otro Daniel le estaría esperando en sus sueños.
Se cerró bajo llave en su habitación para proseguir a acostarse en su cama.

Cerro sus ojos, tratando de forzar un poco las ganas de dormir, proceso que se veía afectado por sus pensamos. En varias ocasiones el del fleco blanco había considerado la posibilidad de una declaración. Por obviedad también había pensado en las consecuencias que conllevarían su confesión, y cada una eran tan desalentadora como la anterior. Pero era consciente de que en algún punto de su vida lo haría, y no por que él quisiera exactamente, sino por que el sentimiento se desbordaría cual río. Y cuando ese día llegara, Dios santo, ojalá sus sentimientos fueran correspondidos.

—Kaito— le susurró Dani con dulzura seguido de un beso.

Carlos abrió lentamente sus ojos, encontrándose con un par de ojos verdes que le observaban atentos y con mucho cariño.

—¿Qué hora es?— inquirió el menor.
—Tal vez sean las 9— respondió el mayor volteando hacia la ventana.
—Ya me tengo que levantar— mencionó somnoliento, sentándose en la cama.
—No, no te vayas—. Los brazos de Daniel envolvieron la cadera de Carlos y lo jaló hacia atrás, volviéndolo a acostar.
Hubo risas de por medio, algunos «tengo que trabajar que esas facturas no se pagan solas» y mucha insistencia por parte de Dani.

Las risas fueron acalladas por suaves besos acompañadas de caricias llenas de calidez. Dani se sentó sobre la cama apoyando su espalda en el respaldo para que Carlos se acomodara a horcajadas sobre su regazo. Le retiró la playera a su hermano mayor y con sus manos acarició el torso desnudo lentamente, viendo como éste se estremecía por el rose de sus dedos sobre su piel.
El hombre de ojos verdes no se quería quedar atras, así que deslizó sus manos de forma ascendente retirando en el trayecto su playera, provocando que el hombre de fleco blanco alzara sus brazos, situación que aprovechó para besar su pecho, dejar algunas marcas en los alrededores.

Carlos emitió quejidos de placer. Tomó la mano derecha de Daniel y la colocó en su miembro. Sentía un calor casi insoportable y exigía ser tratado.

—Tócame, sin miedo— pidió el menor.

Sin escatimar en tiempo, Daniel bajó un poco la pijama de su hermano dejando ver su pene. No dudó en hacer lo mismo con el suyo propio y hacer que ambos miembros se rosaran.

—Joder— replicó Dani sintiendo el calor.

Carlos se sostuvo del respaldo y con su mano libre ayudó a su hermano mayor con la masturbación. Insaciables se besaron y se dieron uno que otro mordisco por placer al ritmo de sus manos hasta llegar al punto cúspide de la entrega.

Poco a poco el del fleco blanco se dejó caer hacia el frente, aprisionado a su pajera entre sus brazos, quien correspondió al gesto. Su pecho subía y bajaba, al igual que el de su hermano.

—Carlos— susurró Daniel—. Te quiero.

Era una lástima ese «te quiero» fuese de Dani de sus sueños y no del real, pero igual lograba estremecerlo por completo.

Debe ser suficiente con soñar [Tri8cho]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora