Capítulo 5

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No te puedo tocar.


Dani llegó por aquello de las 3 de la tarde del día siguiente. Como de costumbre, Carlos estaba sumergido en su cueva. Ni siquiera se había dado cuenta que había llegado. Y eso era lo cruel; que ya era costumbre.

No importaba si salía con su pareja u otras amistades y se distrajera aunque sea unos minutos, o si salía a la tienda de abajo, no dejaba de pensar en su pequeño —ya no tan pequeño— hermano. Por más que la gente ofreciera amables momentos, dulces palabras, nada igualaba la compañía callada de él.

Era tortuoso ver como su hermano se alejaba sin explicar nada. Y más tortuoso sentir una espina clavada en su pecho que no sabía a qué sentimiento pertenecía. Ese bajón de ánimo era la verdadera consecuencia de esa separación, y no encontraba las palabras para detenerlo.

Para Carlos no era distinto, al contrario, era una pesada carga que llevaba en sus pensamientos y que poco se desvanecía cuando soñaba de forma impura con su hermano. Cada vez sus sentimientos eran incontrolables y temía, temía demasiado que el río se desbocara.

•••

8cho se encontraba en la cocina haciendo algo de cenar. Planeaba invitar —gracioso, por que vivían bajo el mismo techo— a Tri-line y hablar, fomentar un poco la confianza y sacarle la verdad a puñaladas —si se ponía necio, claro—. Era la mejor hora del día, la cena.

—¡Kaito!— gritoneo Dani desde la cocina, alargando la 'o'.
—¿Qué? ¿qué pasa?— inquirió el menor saliendo de su habitación.

Por lo visto, Carlos planeaba dormirse temprano —muy temprano para el mayor, tomando en cuenta que eran las 9 de la noche—.

—¿En serio ibas a dormirte temprano?— replicó de vuelta, con el entrecejo arrugado.

Los colores se le subieron al rostro de Carlos. Una sensación ardientese alojó en sus mejillas. Bien pudo haber dicho «sí, me iba a dormir temprano hasta que escuché que me llamaste» pero de tan solo pensar que iba a hacer después de que se envolviera con sus cobijas, la vergüenza se apoderó de él.
Casi como reflejo, Carlos fue hacia alacena a buscar la caja de chocolates. No estaba, lo que significaba que estaba en su mundo real. Debía tener cuidado al responder.

—¿Todo bien?
—Si, solo quería ver si de casualidad había una barra de chocolate.
—Te recuerdo que la última me la comí.
—Ah, cierto— dijo—. Y a todo esto, ¿para qué me llamaste?
—Ah, pues para cenar, obviamente.
—¿Por qué no me dijiste antes?
—Por que era sorpresa, pero me sorprendiste con tu pijama. Creo que estamos a mano.

Ambos rieron como antes, y Daniel se sintió reconfortado.

—Vamos ya a cenar que me muero de hambre.
—Claro.

La cena dio inicio y una larga charla se extendió entre ellos, llena de anecdotas, comentarios de sus seguidores, algunos datos que Carlos había investigado para uno de sus vídeos y uno que otro chiste malo de Daniel. Parecía que su relación estaba intacta, que solo era falta de acercamiento. En realidad no estaba dañada.

Los ánimos del hermano mayor subieron de saber eso. Esas molesta espina que sentía Dani dejó de doler.

—Muchas gracias por la cena, hermano— dijo Carlos tomando su plato y llevándolo al fregadero.
—¿Ya te vas?
—Si, la verdad es que estoy algo cansado de tanto leer en el ordenado que me arde un poco la vista— se justificó.
—Pensé que te quedarías, como antes que pasábamos horas y horas conversando— mencionó el hombre de ojos verdes un poco nostálgico.
—No te pongas en ese plan, 8cho, podemos hacerlo mañana que éste descansado.

Daniel no replicó más. Simplemente miró a otro lado, evadiendo la mirada compasiva que Carlos le daba. Sabía que si se quedaba iban a terminar discutiendo, por lo que el hombre de fleco blanco optó por solo darle una palmada en la espalda y marcharse. Lo hubiera hecho, marcharse, pero su hermano mayor lo tomó de la mano.

El vuelco en el pecho del menor fue contundente. Esta vez podría asegurar que su corazón se detuvo por un instante.

—Dime qué carajos está pasando contigo— suplicó Dani, aun sin verlo.

«Oh, no» pensó Carlos. Sentía las palabras golpeando su garganta, exigiendo ser pronunciadas. Mordió fuertemente sus labios. No quería romper lo que no estaba roto.

—Llevas semanas así, sin decirme nada— prosiguió, en vista de que su hermano no hablaba—. Llevas tiempo alejándote de mi. Dime yo qué te hice para alejarte de mi.
—Dani, no creo que sea momento de hablarlo.
—Ah, ¿no? ¿y cuando lo va a ser?

Cada palabra para el del fleco blanco resultaban como dagas, objetos punzocortantes que con rabia se clavaban en su ser.

Carlos intentó deshacerse del agarre de Dani para poder alejarse, más su hermano solo lo hacía difícil. En un punto del forcejeo, el hombre de ojos verdes se levantó abruptamente de la silla e hizo que su pequeño hermano quedara frente a él.
El rostro de 8cho reflejaba enfado como a la vez triteza.

El del fleco blanco intentó de nuevo deshacerse de su agarre, pero ésta vez el hermano mayor lo tomó con más fuerza y lo jaló hacia él, quedando atrapado entre sus brazos.

Quedó atónito ante la situación. Estaba siendo rodeado por su hermano mediante un abrazo. No era en plan pareja, «por supuesto», pero no podía evitar sentirse algo seguro. Sin embargo continuó luchando por zafarse de él. Si continuaba así, si el tacto se prolongaba por más tiempo, el río...

—Tú no sabes lo que causas— musitó Carlos—. No lo sabes.

Con esas simples palabras se declaró. Y Dani sintió que se le cayó las vendas de sus ojos, revelando la verdad detrás de su oración, quedando tan claro como el agua.

Carlos se enamoró de él, y hasta apenas se dió cuenta.

Había conductas que predecían lo que ya era un hecho, ¿por qué no se dio cuenta antes? ¿cómo pudo haber pasado desapercibido? Existían lazos que lo impedían, palabras que eran el alto ante cualquier acción fuera de lugar, las mismas que no permitieron ver ni escuchar los sentimientos. Es que no debía enamorarse, no debían enamorarse.

—Lo siento— dijo Daniel, abrazándolo con más fuerza—. Yo también lo siento.

No fue necesario las palabras típicas de amor, se comprendieron perfectamente.
Con lentitud fue aflojando el abrazo hasta quedar a pocos centimetros del rostro de Carlos. Acercó sus labios a los de su pequeño hermano y los roso, queriendo probarlos, mas no lo hizo. El amor los estaba lastimando, pero no podía separarse. Eran como dos balas perdidas en un campo de guerra.

Al final, fue Dani quien se separó de Carlos y casi corriendo se metió a su recámara.

Sus latidos se volvieron a acelerar, estaba aun más atónito que cuando estuvo entre sus brazos. Y lo más delirante; era correspondido, pero no lo suficiente como para dejar de llamarse hermanos.

Debe ser suficiente con soñar [Tri8cho]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora