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Cuando finalmente llega a su cuarto, exhausto y sin respiración, se asegura de cerrar la puerta con seguro. Fallando en el primer intento cuando sus dedos sudorosos fallan intentando sujetar la perilla plana hasta finalmente ponerla en horizontal.

Aún no atardece y la luz del sol, los rayos del infinito verano entran por los largos ventanales que están junto a la cama King qué siente muy vacía para su gusto.

Pestañea rápido, mueve sus brazos y sacude las piernas en intentos reiterados de liberar la tensión que le hace doler los músculos. Para calmar los latidos de su corazón que le hacen respirar cortadamente y con dolor.

Lleva demasiado tiempo sin sentir esa clase de miedo. Ese que te cala los huesos y te hiela la sangre, lleva demasiado tiempo librado de aquel sentimiento y en su posición desearía no haberlo vuelto a sentir jamás. El miedo de saberse descubierto, de ser transparente frente a alguien o algo. El miedo de escuchar algo que no quieres oír. Más ahora, que tal sentimiento le recuerda a una época de su vida poco amena y falsa, triste también.

Luego de verificar que no hay nadie en la habitación se sienta en la esquina del colchón y deja que la blandura de las telas le abracen la piel y lo seduzcan para recostarse de espaldas. Más tranquilo que antes, sin embargo, aún con la mente aun en shock.

Piensa en las posibilidades de que alguien hubiera estado espiando su vida durante años y no le parece tan lejana la idea. No después de pensar en gente que se hace pasar por muerta y omegas fingiendo ser betas.

Ríe ante la ironía de su pensar. Arruga el entrecejo cuando el silencio le comienza a incomodar, pero no se mueve ni un poco, no más del leve movimiento de su caja torácica hincharse cuando inspira hondo y bota el aire con calma.

Sigue con su pensamiento anterior y se le ocurre que tal vez la cabaña de Ray tenía cámaras ocultas... Mierda. Se sienta apresurado. La cabaña del anciano a las afueras del Locus dea oculta demasiado de sus secretos, más de los que posiblemente recuerda y la nueva idea de haber sido vigilado cuando pasaba sus celos con alguien lo palidece.

No alcanza a asimilar mucho más cuando su móvil en el bolsillo de su pantalón vibra. Lo saca con presura, con sus tan comunes movimientos torpes y visualiza el nombre en la pantalla.

Samuel.

Contesta de inmediato, justo antes de acercar el aparato a su oreja.

¿Qué sucede? —su voz se oye tosca, gruesa y atascada. Un poco húmeda y Guillermo siente de inmediato un tirón en el pecho de imaginarselo desesperado. Y es que tal vez incluso lo vea de tal forma: caminando de un lado a otro, sujetando su tabique con el pulgar y el índice, y resonando el taco de su caro zapato contra la madera del piso de su oficina.

No sabe en qué momento la mordida ha comenzado a picar, pero no se atreve a rascarla. Se conforma con poner su palma encima y esperar que el calor de su piel le de consuelo, o incremente su ansiedad en el peor de los casos.

—No lo sé... es raro de explicar... yo. —carraspea cuando se da cuenta de que está tartamudeando. —Heughan... él...

Lo interrumpe un gruñido del otro lado de la línea y calla, tragándose la vibración de un propio gruñido atorado en la boca de su estómago. Se muerde el labio cuando escucha al alfa respirar hondo.

¿Te hizo algo omega, te tocó? Porque si es así me encargare de que se coma sus dedos uno por uno.

—No. No me hizo nada, no me ha tocado. —dice y otro resoplido del alfa lo hace temblar, cerrar los ojos para retomar el valor para hablarle. La marcha ahora parece quemarle por dentro y su mano encima se siente como leña que aviva más aquel fuego.. —Ha dicho algo... se ha comportado de manera extraña... No sé cómo... Dioses. —suspira.

THE REBELLION © [secuela de A.U.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora