XII

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"No puedo caminar, sin hacerme daño. No puedo dar un paso, si no lo siento con pesar y vuelvo el trayecto de mi vida un sacrificio"

Tres semanas desde la muerte de John Kyleis han bastado para levantar el caos como el viento levanta el polvo del suelo. Tres semanas en las cuales se han visto rodeados de extensas entrevistas, difíciles interrogatorios y la vista de todos los líderes y consejeros sobre ellos. Sobre Samuel en especial, porque tener sus ropas manchadas de la sangre de John ha provocado inseguridades internas en todo el sistema, a pesar de todas las pruebas mostradas en el juicio hecho a Khal. Juicio en el cuál se le declaró culpable y condenado a muerte, por el asesinato del alfa líder del Estado Êris.

Pero una muerte no ha sido suficiente. Lo dicen las hojas que arrastra el viento con una calma pasiva.

Es un secreto a voces; una amenaza encubierta que se arrastra como culebra en arenas calientes, y pretende llegar a ellos y desatar el miedo.

Se siente esa ola de fuego acercándose con parsimonia, soberbia y malicia hipócrita. Se siente en las pieles y se puede observar como las primeras flores de los campos mueren marchitas a causa de ello.
Guillermo es lo suficientemente inteligente como para ver todas las señales. Lo vio incluso antes que eso y temió. Y posterior a lo ocurrido supo que su seguridad se estaba viendo amenazada.
No le queda mucho tiempo en su puesto como consejero oficial de Sors, lo presiente. Así que su, medianamente establecida, seguridad por el puesto no le va a salvar por mucho tiempo más. Al menos hasta que le den la noticia. O la carta.
Ya no confiaban en él, quizás nunca lo habían hecho y ahora solo tenían una excusa para mirarlo de forma acusadora debido a los desafortunados hechos ocurridos en los cuales él estuvo presente.

Existía un complot completo detrás de todo. No presumía ser secreto que a los más perjudicados por la muerte de John les favoreciera su desvinculación con el Estado de Sors. No le extrañaría, de hecho, que hayan intentando de sobornar al consejo para pedir su extracción de todos los asuntos políticos. Pues de hacerlo, le quitaban la coraza intocable que le proporcionaba su puesto.

Lo querían cazar, pero él no era tonto.

Ya no.

Esta en su oficina ahora, guardando de forma cautelosa sus carpetas más importantes en la pared falsa de su maleta negra de mano. Algún que otro papel que no le servía, pero que tampoco podía dejar ahí, termina en el cesto metálico que usa para la basura, a un lado de su escritorio; va prenderle fuego en el baño después, en la ducha, para escapar de las alarmas de humo y evitar la emancipación del olor de las hojas quemadas hacia los pasillos.
Guarda también su libreta de contactos en la parte interna de su chaqueta y se queda mirando el cuarto como sintiéndolo lejano y vacío. No le queda nada más que pueda salvar ahora. Nada que pueda pasar desapercibido para no llamar la atención. Así que toma su móvil para enviar un mensaje a Zier.

"Sube a por mis cosas." Escribe rápido y guarda el aparato en el elástico de su calcetín.
Cerca de su tobillo también tiene un porta navajas que es imperceptible por el corte estilizado de su pantalón, pero que tantea luego de guardar el móvil, porque necesita asegurarse de que las navajas están consigo para sentirse tranquilo.
Aunque tranquilidad es lo único que le falta a su estado anímico, y posiblemente lo último que tendrá.

Su turno no termina hasta las dos de la tarde y asume que no puede irse hasta al menos una hora más para no parecer sospechoso; la indiferencia es su mejor arma en esos momentos y continuar con su antigua rutina es la mejor opción.
Sabe también que si algo le puede pasar será su rutina habitual la que lo le jugará en contra, por lo que pretende alternar un poco el orden de sus horarios y salir hacía la camioneta que lo espera, en cierto punto del callejón del restaurante del edificio, a la hora que se supone toma para resolver papeleos pendientes sobre asuntos menores. Pero tendrá que salir solo y puede sentir el nerviosismo apoderándose de sus movimientos con el pasar de los minutos. Siente sus huesos hechos de metal pesado y la piel acartonada.
Tiene el presentimiento de que algo va a suceder, lo siente en el pecho como una corriente fría que le llega a las piernas. Lo siente en el lazo, donde Samuel le transmite sus inseguridades también.

THE REBELLION © [secuela de A.U.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora