El desenlace sorpresa

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Miró a la gente salir y entrar de la casa como si no hubiera un mañana

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Miró a la gente salir y entrar de la casa como si no hubiera un mañana.

Verónica odiaba esto, odiaba la gentuza, odiaba que la pisaran, odiaba los constantes halagos hacia ella, viniendo de adultos que eran demasiado desagradables y se pasaban de irrespetuosos.

Estaba a un pelo de emborracharse y eso era lo que quería, lo esperaba con ansias y tiró su cabeza hacia atrás bebiéndose una de las dos copas de champán que tenía en sus manos.

Los 45 años de Vera eran demasiado. Había gente que no conocía y gente que ni le interesaba conocer.

Estaba dispuesta a buscar a alguien que la entretuviera un rato, pero al parecer nadie era tan especial para merecer uno de los polvos que ella provocaba. Necesitaba sacar de su mente aquél día en que su casi padrastro la hizo correrse, y aún al otro día sentía dolores ante lo que tuvo que estirarse su vagina para que pudiera entrar.

El día después comprobó que volvió a cerrarse como siempre hacía.

Dejó la copa en una mesa y suspiró, tomándose la última que estaba en su mano, sintiéndose más en sus aguas.

Verónica se había vestido de manera provocativa ese día. Tenía un vestido de gran escote en su espalda que daba a ver que no tenía sostén. Era suelto y dejaba ver el valle de sus senos, tapando sus pezones y su cabello andaba suelto con varios bucles a su alrededor. Llevaba un maquillaje casi al natural, pero hizo que sus ojos se destacaran aún más esa noche. Estaba encima de unos tacones Gucci que elevaban su altura de una manera elegante.

Miró por encima de su hombro al hombre de sus pensamientos que sonreía a unos señores, hablando al parecer muy fluido con ellos. Se le había olvidado lo famoso que era por jugar béisbol.

Esos últimos días habían sido algo fatal. No quería estar en casa, se la pasaba en su universidad estudiando cualquier cosa para permanecer lejos y aveces le daba por dormir en casa de Violet en una improvisada pijamada.

Se había dicho que desear al hombre de su madre estaba mal, pero que también le gustase era un lío para ella. Lo suyo ahora no era sentirse culpable, lo suyo era maldecirse a sí misma por no dejar de pensar en él.

Ni siquiera lo he besado, pensó en un gruñido.

Y como si sintiera su mirada, Alejandro la miró.

Sus miradas chocaron y cada quién pensó cosas diferentes. O iguales, quién sabe.

Verónica rugió volteando su mirada y con desesperación buscó más bebida con sus ojos, quería estar sedada para dormir hasta tarde mañana y no cruzarse con el hombre.

Al no ver ninguna bebida bufó y llevó la copa vacía a la primera mesa que vio. Se dirigió a subir los escalones para tirarse en la cama de su habitación y quedarse dormida, intentó subir rápidamente pero alguien no dejó que cumpliera su propósito.

Los deseos de VerónicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora