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Cuando llegaron a la casa y Edran tocó a la puerta, primero le recordó a Lud que no dijera nada de la cena y mucho menos que le había ofrecido un vaso de vino

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Cuando llegaron a la casa y Edran tocó a la puerta, primero le recordó a Lud que no dijera nada de la cena y mucho menos que le había ofrecido un vaso de vino.

—Verás, mi compañero es algo conservador, sobre todo cuando se tratas de niñitas.

A Lud no le gustó ese comentario porque ya no se consideraba una niña, había salido sola de casa y había emprendido aquel viaje hasta Ranle, la ciudad de los magos, para descubrir su habilidad y entrenarse. Había podido valerse por sí misma y cuidarse hasta entonces.

Cuando se abrió la puerta Lud se encontró con otro sujeto de alrededor de treinta años, tal vez era menor, con el cabello más oscuro que el de ella, y la nariz más respingada que la de Edran que luego los dejó entrar.

Antes de que le hablara, se puso de puntillas y le dio un beso a Edran en los labios y luego lo regaño por el sabor a vino que traía en ellos.

—Estuviste bebiendo en ese lugar, ese vino es horrible.

—Lo dices porque estas acostumbrado a tus elixires finos. Yo soy un hombre de pueblo y bebo donde quiera.

Antes de decir otra frase aquel hombre reparó en la escuálida figura en el umbral. Una muchacha pálida, de cabello oscuro y de una mirada temerosa que lo observaba con la boca abierta.

—La encontraste.

Edran se puso ambas manos detrás de la cabeza y les dio la espalda, alejándose.

—Ah, ella es Luz.

—¡Lud! —reclamó desde la entrada—. Soy Ludmila.

La examinó y apretó los labios, Lud pensó que era porque la había encontrado insignificante para su compañero por eso no se animó a entrar hasta que el sujeto la cogió del brazo y la obligó a que avanzara hasta el medio de la sala.

—Lud —dijo en voz baja.

—Y no soy una niña —agregó ella.

—Soy Silve y creo que te diste cuenta que Edran y yo, somos...

—No la aburras —dijo Edran interrumpiendo—, que no le interesa si somos o nos somos.

Estaba la mesa puesta para tres, se notaba que se habían preparado para recibir a un aprendiz, aunque Lud se preguntaba si era ella lo que esperaban y se sintió pequeña otra vez.

Comió lo que pudo mientras observaba y analizaba la casa. Estaba ordenada y llena. Muebles, libros y variados objetos que no conocía, cosas que en su pueblo no existían y que probablemente tenían un uso mágico. Cortinas de telas finas y la madera de los muebles era antigua y de gran valor. Los utensilios parecían de plata, aunque Lud nunca había estado cerca de ese metal así que no podía asegurarlo. Y una gran chimenea que la mantenía a una temperatura agradable y no sentía frio como los días anteriores en donde tuvo que dormir donde fuera. Concluyó que los anfitriones tenían más dinero que el común de los ciudadanos y que tal vez no había sido mala idea seguir a Edran. Eso la reconfortó y la hizo relajarse y por primera vez sonrió y disfrutó de las historias que Silve le contaba a Edran.

Lud y el abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora