Estoy segura de que es normal,
el hecho de sentirme asfixiada la mayor parte del tiempo.
Estoy en el colegio,
con mis amigos,
riéndonos,
pasando un buen rato,
mi corazón empieza a bombear en mi pecho,
se siente encarcelado,
se siente amenazado,
se siente aterrorizado.
Mi respiración comienza a agitarse,
el ataque de ansiedad se hace presente.
Comienzo a recordar cosas,
intentando ocultar mi rostro para no recibir burlas,
mi mirada se pierde en horrorosos recuerdos,
era un ataque de pánico provocando efectos traumáticos.
Necesito huír,
pero no hay salida,
es un colegio también llamado una jaula,
no existe escapatoria.
De repente el timbre del recreo suena,
mi salvación podría estar cerca.
Todos mis compañeros salen al recreo,
alguien entra al salón y lentamente se acerca a mi banco,
él sin pensarlo,
y yo sin poder procesarlo,
me envuelve en un cálido abrazo.
Me abraza como si fuese una última despedida,
como si sospechara que mis planes son morir a la primera oportunidad,
pero él me abraza.
Me abraza melancólicamente,
y yo le devuelvo el abrazo pensando en cuán afortunada soy de tener a alguien tan especial como él.
Todos mis sentimientos negativos desaparecen,
mis ataques se han desvanecido instantaneamente,
mi cuerpo siendo arropado por sus brazos fuertes,
brindándome un escudo protector que sirve como defensa ante cualquier ataque.
Todo volvía a la normalidad,
la calma de mi mentalidad,
los ruidos de los transportes de la ciudad.
El recreo termina,
todos regresan al aula con el ímpetu de un aspirante de cocaína,
él se retira,
yo lo despido con un beso agradeciéndole su oportuna visita,
le susurro un -te amo- por si no le ha quedado suficientemente claro el hecho de que me ha salvado la vida.
