Después de algunos minutos, la clase de Cecil siguió de una manera amena. Ni Julius ni Gabriel recordaban el incidente con Pierre.
Después de decidir que ya había pasado suficiente tiempo, la profesora les pidió que presentaran al compañero con el que estuvieron platicando, haciendo énfasis en sus gustos y apetencias. Fue una actividad divertida y que se prestaba para jocosos malentendidos. Aunque un poco sosa, y poco menos que nada tenía ver con la materia.
Tras escuchar la campana que indicaba el final de la clase, los alumnos abandonaron el salón de artística. Los Alfa con cien nuevos créditos, los beta con ochenta y sesenta para los omega.
Gabriel pensó en tomar la tarjeta de Pierre del escritorio de la profesora, pero esta lo detuvo con gentileza.
—Dile a tu hermano que se la daré a su asesora, junto con el reporte —le pidió con profundo pesar, a lo que Gabriel se limitó a asentir y salir de ahí.
En el pasillo, mientras iban a su siguiente clase, Pierre les dio alcance a sus hermanos.
—¿La perra esa me mandó mi tarjeta? —les preguntó.
—Te luciste, marica —se burló Julius sin atender su pregunta—. Y yo que creí que yo era el mal portado.
—Esa enorme ballena negra me embaucó, pero ya arreglaré cuentas con ella. Dame mi tarjeta —dijo, extendiendo la mano.
Julius señaló con una sonrisa a Gabriel y se adelantó, mientras aflojaba la corbata de su uniforme, odiaba tener que usarla.
Gabriel negó con la cabeza, mostrando su pesar.
—La profesora Cerretti dijo que la recogieras con la profesora Edna, se la dará cuando le lleve tu reporte. —Pierre apretó los labios, notoriamente molesto, y sin avisar, le dio un fuerte golpe con la mano abierta en la cabeza a Gabriel—. ¡Oye, yo no tengo la culpa!
—¡Se la hubieras quitado, tarado! ¿Ahora qué? ¡¿Se supone que vaya a todas las clases sin recibir ningún crédito, joto imbécil?! —farfulló Pierre, cambiando de dirección rumbo a la salida del edificio.
—¿A dónde vas?
—Con la maestra Edna, a pedirle mi tarjeta, me niego a tomar más clases sin recibir créditos.
Con los ojos llorosos, Gabriel siguió su camino, pensando que debía inmiscuirse lo menos posible con sus hermanos.
Después de la clase de arte, los chicos tuvieron una insípida clase de química, que se llevó a cabo en el salón del profesor Benet, y a pesar de ser uno de los laboratorios más grandes y mejor equipados en los que habían estado, solo utilizaron un cuaderno y un lápiz, pues el rechoncho profesor se había limitado a dictar una verborrea aburrida y deprimente.
Después de eso, Julius se encontró con Gabriel fuera del salón.
—¿Que sigue, mariquita?
—Un receso para comer.
—¡Excelente!, muero de hambre, y ya no aguanto esta corbata —recalcó, quitándose la prenda y dirigiéndose al palacio Alfa.
Resultaba que el comedor Alfa no difería mucho de una cafetería escolar, había una enorme barra de alimentos, tomabas una bandeja de metal y ocupabas un lugar en una fila para que te los proporcionaran los empleados con mandil y cofia.
ESTÁS LEYENDO
Los Malcriados
Teen FictionPierre, Gabriel y Julius son hermanos trillizos que, cansados de ser confundidos y tratados como uno mismo, chantajean a sus padres para estudiar en secundarias diferentes; así, cada uno desarrolla su propia personalidad, todas diferentes pero igua...