A sabiendas que se dirigían a una derrota segura, los trillizos entraron en silencio al despacho de su padre. Como el director de una empresa que está a punto de reprender a unos empleados, Nicolás les indicó con la mano que se sentaran en las sillas frente a él.
Rápidamente, Julius y Pierre ocuparon los asientos, dejando a su hermano de pie. Al mismo tiempo y con una sonrisa de satisfacción, Minerva cerró la puerta tras de sí, manteniéndose al margen, pero muy concentrada en lo que se diría.
—Hace tres años —comenzó Nicolás—, me pidieron estudiar en escuelas diferentes, bajo el pretexto de que querían dejar de ser confundidos entre ustedes, y con la promesa de un buen comportamiento y excelentes calificaciones. Bien, eso no sucedió.
—Si me permites...
—¡No! ¡No te permito, Pierre! Hace un momento tuvieron su oportunidad para decir lo que pudieran en su defensa, y en su lugar, solo se insultaron entre ustedes y nos faltaron el respeto a su madre y a mí.
—Pero...
—¡Ahora es su turno de callar y escuchar! —Pierre rodó los ojos y comenzó a juguetear con su anillo, indicando lo poco que le importaba esa conversación—. También me dejaron claro que, según ustedes, el apellido Leblanc y el dinero de sus padres son más que suficiente para salir adelante. No tienen una idea de lo triste que me sentí, pero no por mí. ¿Saben porque me sentí así?
Julius y Pierre intercambiaron una mirada de burla, en mutuo acuerdo de no responder, fue Gabriel quien, con los puños tensos y la voz quebrada, preguntó:
—¿Por qué te sentiste triste, papá?
Sus hermanos le dedicaron una mirada furiosa al chico.
—Por descubrir lo inútiles e inservibles que son mis hijos. Tienen quince años y ya están seguros de que pueden comerse al mundo ostentando un apellido, y mi deber como padre es demostrarles que no es así. Y júrenlo que lo voy a hacer.
—Ajá. ¿Y cómo pretendes hacer eso? —preguntó burlón, Julius.
—Me alegra que preguntes. Antes de esa estúpida idea de dejarlos estudiar por separado, su madre y yo habíamos pensado internarlos en un colegio privado y de renombre, con excelentes maestros y con grandes instalaciones: "Nuestra Señora de las Tierras" —dijo el hombre con orgullo.
—No lo compro —soltó Pierre, resuelto.
—No es una opción. Nuestra Señora de las Tierras es un colegio que alberga niños desde los doce años hasta los diecinueve, con un excelente sistema para enseñarles algo más que estudios: valores, moral, disciplina...
—Parece que te aprendiste el folleto de memoria—se burló Julius.
—¡Ya basta de tanta insolencia! ¡Ustedes estudiarán la preparatoria en Nuestra Señora de las Tierras y es una decisión no cuestionable!
Pierre se puso de pie con una burlona sonrisa de lado.
—¿Y si me negara?
—Qué bueno que preguntaste —sonrió su padre—. Estoy dispuesto a hacer de mis hijos hombres de bien, aunque ellos me odien en el proceso. —La sonrisa de Pierre se borró al instante y Gabriel contuvo la respiración, ansioso—. Si ustedes se negaran, juro por el inmenso amor que les tengo, que los desconoceré en mi testamento.
Julius soltó una sonora carcajada, mientras golpeaba su muslo con la palma de la mano.
—¿Esa es tu mejor amenaza? No cuentes conmigo, viejo.
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Los Malcriados
Dla nastolatkówPierre, Gabriel y Julius son hermanos trillizos que, cansados de ser confundidos y tratados como uno mismo, chantajean a sus padres para estudiar en secundarias diferentes; así, cada uno desarrolla su propia personalidad, todas diferentes pero igua...