Capítulo 1.

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Capítulo 1.

 En una tarde como cualquier otra, el parque estaba tranquilo, se oían los cantos de las golondrinas y el irritante chillido de las chanclas al dar un paso. Se podía apreciar el dulce aroma de la lavanda y de los claveles.

Estaba dando vueltas preocupada, pues no había rastro de Marcos. Habíamos quedado justo ahí, al lado de la fuente. Iba vestida con una falda de color beige y un top blanco con encajes, unas chanclas destrozadas de colores vivos y alegres que me servían de zapatos. En un segundo, alguien a pareció detrás mío el cuál me dio tal susto que caí a la fuente. Era Felipe, mi ex amigo. Cuando me vio en la fuente no pudo evitar una risita, pero, como un caballero, me tendió la mano. Yo la rechacé, me levanté y salí de la fuente. No le quería ver, no sé por qué se había molestado en venir, pues la última vez que nos vimos me dijo que tenía cosas más importantes  que hacer antes de acompañarme. Al parecer se fijo en mi cara de desagrado mirándole fijamente y dijo con un tono burlon:

– ¡OH, venga! ¿Vas a seguir enfadada por esa tontería?

–A mí no me parece una tontería, además, siempre me estás causando problemas.

–Pon un ejemplo –dijo el cretino sarcásticamente.

–Espera, ¿solo uno? Bueno, pues elegiré entre los cientos que hay –dije irónicamente.-Por ejemplo, ahora mismo, estoy empapada por tu culpa.

–No ha sido por mi culpa, te has tropezado.

– ¡Porque me has dado un susto! –De un momento a otro iba a explotar. -¿Sabes qué?

– ¿Qué? –me interrumpió descaradamente.

–      ¡Que no quiero hablar contigo! Vete de aquí, estoy esperando a alguien.

–      A alguien ¿Quién?

– ¿Qué te importa?

–Pues ahora mucho. ¿Es una cita?- dijo, no se si fue mi imaginación pero note un tanto de preocupación.

–No es una cita. Vete –dije seriamente, pero al parecer no funcionó, porque Felipe rió. - ¿Qué es lo que te hace tanta gracia?

–Bueno, tú…

–Tú… ¿qué?

– Tú forma de ser en general –cuando pronunció esas palabras fue como si me echaran un cubo de agua fría, me quede callada sin saber si molestarme o reirme ¿era una broma? Porque si era así no tenia ninguna gracia-¿Sabes?- Me dijo con la mirada puesta en la frente- Sólo había venido ha decirte perdón pero mejor me voy. Sé que no he sido todo un caballero…- me miró directamente a los ojos- Pero tú tampoco es que hayas actuado bien–Las últimas palabras las dijo firme, como si no pudiera contradecirle. Estuvimos unos segundos callados, los cuales me parecieron milenios. Sin mirarnos, sin hacer nada. No sabía si estaba esperando una respuesta o si estaba pensando en más cosas que decirme. No supe que hacer.

–Emm… Me tengo que ir –dijo, con la mirada puesta en el suelo.

– Si…claro.- Se fue y todo me vino a la cabeza. Recuerdos dolorosos, alegres, tristes y la verdad.–Está bien, haz lo que quieras. – me dije para mi misma. No sabía si estaba enfadada o triste. Me olvide por completo de que había quedado con Marcos y me fui a mi casa. Por suerte él también se había olvidado.

– ¡Despierta! ¡Despierta!

– ¿Qué?

–Es hora de ir a clase, no te pegues a las sábanas. Tienes cinco minutos para arreglarte, date prisa.

Era mi estúpida hermana, se llama Sofía. De su aspecto, bueno, no es como yo.

¿Sabéis? Mi hermana siempre dice que ella es la más guapa, es una creída, superficial, y…. Vale, es bastante guapa (pero es verdad lo de que es una creída).  Ella tiene el pelo rizado y de color canela. Sus ojos son verdes con largas y delicadas pestañas, y su cara como el resto de su piel, es pálida. Tiene la nariz achatada. Sus labios tienen un color rosado, además son finos y alargados. Es de estatura media (tirando para alta). Lo único malo en ella es su carácter. Siempre es “soy la mejor” con cada cosa que dice, te hace un cumplido reverso, dice algo bueno de ti pero siempre a su favor (es complicado).

Yo por otro lado, tengo el pelo liso y de color avellana, mis ojos son azules y tengo unas simpáticas pecas alrededor de mi nariz y en mis mofletes. Mis labios tienen un color rojizo, como el de la fresa, y son gorditos. Yo soy bajita, no me importa demasiado. Tengo quince años y mi hermana dieciséis.

Mientras estaba duchándome recordé todo lo que había pasado la tarde anterior. Hoy, en la escuela, tenía que ver a Felipe (¡qué incómodo!) ¿Qué le iba a decir si nos veíamos? <<Le consultare a Lucía>> pensé. Lucía es mi mejor amiga, se lo puedo contar absolutamente todo. Ella tiene el pelo rubio con tirabuzones y corto. Lleva unas gafas de montura gruesa color violeta. Sus ojos son del color de un prado. Es de estatura baja, igual que yo. Siempre se le ocurren las ideas más descabelladas del mundo, pero es genial.

Después de secarme el pelo y ponerme el (horroroso) uniforme de la escuela, me dirigí al comedor, dónde me esperaba mi padre, mi hermana y mi hermano.

– ¿Dónde estabas? – me preguntó Sofía.

–Duchándome.

–Una ducha muy larga ¿no crees?

–Sofía, sabes que tu hermana es un poco olvidadiza y nunca se acuerda de mirar la hora  –dijo mi padre y me guiño un ojo. Sonreí. Mi padre siempre había sido mi superhéroe y siempre lo iba a ser. Conseguía sacarme una sonrisa en cualquier momento, incluso con los “amables” comentarios de Sofía.

– ¿Ayer dónde estabas? –preguntó Carlitos, mi hermano pequeño. Él tenía diez años. Era muy travieso y muy alegre. Su pelo era casi negro y rizado, parecido al de Sofía.

En un segundo se me borró el buen humor que tenía, pues recordé todo lo que había pasado con Felipe. Estuve a punto de poder esquivar la pregunta con otra pregunta pero Sofía quería verme sufrir:

–Sí, ¿dónde estabas? Llegaste muy tarde

–Yo… –Intenté responder pero no me salían las palabras de la boca, sólo salían estúpidos tartamudeos.

– OH, venga, Julia, reconoce que fuisteis a la mansión de Isabel – me culpó mi hermana con aire acusador. Isabel era una niñata rica y superficial del colegio, ideal para mi hermana.

–No me acuses, Sofía. ¿Por qué te importa tanto esa tal Isabel, qué tiene de especial?

– ¿No me has oído? He dicho mansión. Y si esa palabra no entra en tu vocabulario porque es demasiado regia, mírala en el diccionario.

– Sofía, se mas amable con tu hermana–le interrumpió mi padre. Sofía había puesto la cara de una niña muy mimada a la que no le dejaban tener otro descapotable.

–Gracias –respondí. Después eché una mirada rápida a Carlos. El pobre estaba muy aburrido, pensé que podía animar un poco la fiesta.

-Oye, Sofía, ya que estamos hablando de ayer por la tarde – Me miró con ojos asesinos, pero no me importo-¿qué tal con ese chico de la moto que te trajo ayer a casa?

-  ¿De qué chico de la moto está hablando tu hermana? Me dijiste que volverías andando.- dijo mi padre que, intentaba permanecer tranquilo.

–Yo…

–No tienes palabras ,Sofía – Mi hermano se partía de la risa, y yo también.

–Papá, ya es muy tarde, tengo que ir a clase –puso de excusa Sofía. – A..a..adiós.

– Hablaremos de esto cuando vuelvas de clase. Ay… adolescencia- suspiró mi padre.

–Adiós –nos despedimos mi hermano y yo. Sofía se adelanto y me quede con Carlos hablando y riendo de la cara que había puesto Sofía. Había valido la pena.

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