Capítulo 5.

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Capítulo 5.    

Empezaba a cansarme de ser tan debilucha. No sé porqué razón me sentía tan frágil, como una vaso en el borde de la mesa, tambaleándose, y evitando no caerse y romperse en mil pedazos. Volvía a estar desorientada, pero esta vez mucho más. Me encontraba en una especie de cabaña. Era de un tamaño reducido, todo parecía estar en miniatura. No estaba muy amueblada, los pocos muebles que habían eran muebles de pared, en el suelo de la estancia no se podía apreciar nada, excepto un conjunto de helechos y trozos de musgo agrupados en un montón. Supuse que ahí era donde había estado apoyada mi cabeza, aún tenía un poco de su rastro en mi cabellera.

Los muebles de la pared eran extraños, había una repisa, a no mucha distancia del suelo. Me desconcertó, me acerqué a ella y me di cuenta de algo aún mas sorprendente: ¡las paredes de la cabaña eran plantas! Miré hacia abajo y estaba en lo cierto, el suelo estaba hecho de numerosas ramitas, como el nido de una golondrina. Me fijé en las paredes: eran distintas capas de hojas de distintos tamaños. De vez en cuando se cruzaba una rama fina y alargada que parecía que evitaba que se desplomaran. Las palpé con las manos. Me equivocaba, era sorprendentemente firme e inquebrantable. Intenté buscarle un motivo científico o algo para hacerme creer que todo aquello tenía una explicación, para hacerme creer que no estaba soñando. Ni la razón ni la lógica me dieron una explicación.

Oí unas voces fuera de la pequeña cabaña, aunque no sé si ese nombre le definía del todo bien. Sentí miedo, no sabía si esas personas eran del todo civilizadas, ya que prácticamente vivían en un árbol. No perdí tiempo, estuve pensando todas las medidas de escape que tenía. Cuando intenté salir por lo que parecía ser la entrada principal me sentí atrapada, literalmente atrapada. No me había dado cuenta pero me habían atado una liana al pie que estaba aferrada a una de las ramas más gruesas que cruzaban la pared. Intenté romperla pero era extrañamente resistente, o a lo mejor era que yo estaba aún muy débil. Las voces cada vez se acercaban más. Pensé en otra vía de escape pero no tenía las ideas claras, estaba nerviosa, asustada y exhausta al mismo tiempo.

Todos mis sentimientos se apagaron durante un instante cuando vi aquella figura entrar en la «cabaña». Medía aproximadamente medio metro y ocultaba su rostro bajo una capucha color granate oscuro. Todo en aquella enigmática y peculiar figura inspiraba autoridad, respeto y seriedad; desde su pose rígida hasta como ocultaba sus manos debajo de las mangas de su túnica, que le venían grandes, o tal vez estaban hechas así. Todos mis pensamientos desaparecieron cuando empezó a acercarse a mí y sólo uno inundó mi ser. Miedo.

Pero era extraño. No tenía miedo de esa peculiar figura que se dirigía hacia la esquina donde yo me encontraba, tenía miedo de despertarme. «Todo es un sueño» me decía repetidas veces. Y yo no quería despertar. Aunque en aquel extraño lugar, dentro del bosque Liana, me habían sucedido cosas extrañas y casi de ficción, me había sentido libre y era una sensación muy difícil de olvidar.

La figura cada vez se acercaba más a mí, y yo sentía que no podía defenderme. Tuve ganas de gritar, suplicar, luchar e incluso llorar, pero mi cuerpo no respondía, estaba… apagado. Me quedé quieta sin poder evitar nada de lo que iba ha suceder. Sólo pude cerrar los ojos y esperar. No sé muy bien a qué estaba esperando, quizá a que alguien me sacará de ahí, me llevara en brazos hasta a un lugar donde me sintiera a salvo. O puede que una pequeña parte de mí deseara que Marcos me despertara de aquel sueño, sólo para que me sonriera otra vez. Pero yo sabía muy bien que eso no iba a pasar.

Transcurrió un rato de silencio hasta que se oyó una voz aguda y dulce que hablaba en un idioma que desconocía. Tuve el valor de abrir los ojos. La figura se había marchado y no me había hecho nada, aparentemente. Busqué con la mirada a la dueña de aquella voz. Supuse que se trataba de una chica joven, pues su tono era muy delicado y femenino.

Agudicé el oído. Las voces provenían de fuera de la «cabaña». Intenté levantarme, pero caí rendida. Mi cuerpo seguía medio dormido. Era como estar en una nube, pero en aquellos momentos no pude disfrutar de la sensación. Tenía que aclarar algunas cosas. Habían tantas preguntas sin respuesta… Mi cuerpo empezó a adaptarse y me levanté con esfuerzo. Fui dando tumbos hasta que llegué a la salida y me apoyé donde pude. La entrada eran dos ramas que se cruzaban de forma curva y formaban un arco. La belleza de aquel lugar no se podía expresar, nunca había visto nada igual.

Me volví a centrar, la voz venía de abajo. «¿De abajo?» pensé. Me temí lo peor. Me aferré con las pocas fuerzas que tenía a la rama y fui bajando la mirada. Era cierto, la «cabaña» misteriosa se encontraba encima del tronco grueso y grande de un árbol. Ahora todo tenía mucha más sentido, bueno, todo el sentido que podía tener.

Intenté averiguar cómo se bajaba de aquel lugar, pero no encontré nada. ¿Cómo había subido aquella figura? Me concentré. Le pedí a la razón que me diera alguna respuesta, obtuve silencio. Aparté esos pensamientos, la verdad es que la razón no me había ayudado mucho desde que estaba en aquel extraño lugar. En esta ocasión le pedí ayuda al instinto, aunque él estaba un poco adormilado, hacía mucho tiempo que no le escuchaba. Normalmente lo más peligroso que solía hacer era leer hasta tarde con miedo que me descubriera mi padre, y para eso no necesitaba mucho instinto, con saber que tenía que apagar la luz cuando se acercaba sobraba.

No perdí más tiempo: sin saber qué hacer muy bien, me agarré a otra rama del árbol vecino. Y pase a una del otro árbol, éste no tenía ninguna «cabaña», era más pequeño que el árbol donde hace poco había estado, pero sus ramas aguantaban mi peso. Me dirigí con paso decidido hacía al tronco central, sin bajar la mirada. Cuando me abracé a él me sorprendí: estaba hueco. Lo rodeé y encontré una pequeña abertura que daba al interior. No era muy grande pero cabía, y parecía que la entrada descendía, pero ¿adónde? Dejé que me guiará el instinto. En aquel lugar era lo mejor que tenía.

Entré en el interior y descendí. Primero fui despacio, ya que se notaba que aquello estaba hecho para gente más pequeña. Era como un tobogán de caracol. Al cabo de una vueltas todo empezó a ensancharse y me sentí mas cómoda, también bajé con más rapidez. Llegué al final del extraño «tobogán». Estaba en el suelo. Desde ahí abajo todo daba mucha más impresión. Los árboles parecían rozar el cielo. Sus troncos eran amplios al pie del suelo, pero a medida que ascendían se iban haciendo más estrechos. Crecían a su alrededor numerosas especies vegetales, desde pequeñas y delicadas flores hasta grandes y espesos matorrales. Todo lo que se podía ver era una mezcla de colores vivos y alegres.

Dejé de pensar en la misteriosa y atrayente belleza de aquel lugar cuando volví a oír la voz hablar en aquel idioma. Parecía que hablaba sola.

Caminé unos pasos hasta ocultarme detrás de un matorral. Desde mi escondite podía ver un pequeño riachuelo que cruzaba la espesura como una flecha. Oí otra vez la dulce y armoniosa voz, se dirigía ahí. Me oculté un poco más y la pude ver. Una extraña criatura se sentó de rodillas a la orilla del riachuelo.

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