Capítulo 3.

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Capítulo 3.

La luna se reflejaba en el agua de la laguna. Era una imagen bella, me quedé profundamente concentrada pensando mientras miraba aquel reflejo. «Tan cerca y a la vez tan lejos» pensé. Marcos había hecho una hoguera para que estuviéramos más calentitos, las ascuas iluminaban su rostro en la noche, sus ojos marrones y su cabello rubio resaltaban más que nunca. Me preocupé y aparte la vista de Marcos. «Es mi amigo» me dije unas cuantas veces, hasta que se me acercó y me dio su sudadera.

—No pases frío.

—Estoy bien. Deberías ponértela tú, ¿no crees?

—Estamos aquí por mi culpa, así que quiero que te sientas bien

—Marcos, no pasa nada, no soy un cachorro que necesita de tu ayuda.

—Ya lo se. Pero hace frío ¿a si que..?- miró la chaqueta y luego a mí.

—Está bien- me la puse y la verdad es que me sentí muy calentita y comfortable.

—Mejor ¿verdad?. —Se alejó para atizar el fuego y evitar que se apagara.

Estuvimos hablando durante un rato, contando historias y leyendas o simplemente gracias y chorradas. Por unos momentos se me olvidó donde estábamos. Ya estaba cansada, no sabía qué hora era pero supuse que tarde, muy tarde.

—Buenas noches, Marcos —le dije con un bostezo.

—Buenas noches, Julia. —Otra vez me dedicó una de sus calurosas sonrisas, que me hacían sentir tan a gusto.

No tardé en despertarme. Por desgracia, el efecto que causaba la protectora sonrisa de Marcos desapareció enseguida. Me sentí vigilada e intimidada por todo el bosque. No pude aguantar más. Me alejé un poco de nuestro improvisado «campamento»  y me dirigí hacia la laguna, no sabía porqué pero ese lugar me hacía sentirme mejor. Llegué y me senté en una raíz de un árbol grande que sobresalía. Me sentí en paz; yo, sólo yo, mirando el reflejo de la luna en las tranquilas aguas de una pequeña laguna. Era un momento casi mágico.

Miré hacía arriba: un gran árbol se presentaba al lado de la laguna y yo estaba sentada en una de sus raíces. Era bellísimo, las hojas del árbol tenían un color verde claro, parecían los ojos de Lucía, sus ramas casi bailaban en el aire, estaban entrelazadas entre sí como si no quisieran que las separaran, su grueso tronco era una obra de arte, su corteza hacía unas fascinantes figuras.

«Seguro que tiene muchas historias que contar» pensé. Ese lugar hacía que me sintiera con mariposas en el estomago. No sé porqué pero no pude evitar empezar a tararear una sinfonía. Era como si el bosque me lo pidiera a gritos, como si me impulsara a hacerlo. Me levanté y mire algunas de las flores que estaban cerca de la laguna, eran de todo tipo de colores: rosas, azules, geranios rojos, margaritas anaranjadas… Parecía que se hubieran puesto de acuerdo para convivir en paz y armonía, ahí todo parecía que estuviera hecho a medida, que si cambiabas una cosa de sitio romperías la belleza de todo el lugar.

Me volví a sentar, agotada de repente. Apoyé la cabeza en el tronco del árbol. No pude evitar cerrar los ojos por un momento, todo era paz, mis pensamientos volaban mas allá de la razón y la lógica como si no hubiera fronteras. Me sentía libre. Era libre.

Volví a abrir los ojos con un poco de nostalgia, deseando que no hubiera pasado ese maravilloso momento. Vagamente dirigí la mirada a la laguna, seguía teniendo ese aspecto tan… mágico que te envuelve y no te suelta. No pude controlarme, algo dentro de mí me dijo que me acercara, que me adentrase en ese mundo de paz y armonía. Vi mi reflejo en el agua; llevaba el pelo despeinado y lleno de pequeñas ramitas que se habían aferrado a él. Cogí un poco de agua con las manos y me lavé la cara, empecé a tararear otra vez esa extraña sinfonía. No la había oído nunca pero un susurro en mi cabeza me decía que tenía que cantarla. Era una sinfonía dulce y armoniosa. Me extrañó que yo cantara tan bien aunque sólo fuera tarareando. Algo en mi interior me empujó a bailar una especie de ballet al compás de la sinfonía, era una extraña danza pero no pude parar, tenía una sensación de libertad y de paz inmensas, mi corazón estaba a rebosar. Cuando acabó la sinfonía me sentí triste y apagada; no tenía fuerzas para continuar. Me acerqué otra vez a la laguna, me inspiraba fuerzas.

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