La Luna estaba alta aquella noche, había subido hasta lo alto del cielo lo más rápido que había podido para tratar de ver a su tan adorado Sol, sin embargo, no había sido lo suficientemente veloz y para cuando ella ya estaba en su posición, él ya se había ido. Se sentía triste y desde lo alto del cielo, miraba a los humanos con envidia, pues ellos podían pasar todo el tiempo que quisieran con la persona que amaban, y muchos, por no decir la mayoría, lo desperdiciaban.
Miraba cabizbaja, el lejano suelo, cuando vio caminando por un callejón a un muchacho, lo que llamó su atención de él, era su tremendo parecido con su adorado Sol, sus rizos dorados rebotaban al ritmo de su caminar, su piel bronceada, de un tono parecido al dorado, casi brillaba cuando pasaba por debajo de las farolas, su figura esbelta le permitía vestir las ropas que quisiera. Luna vio entonces, que vestía de manera extraña: con unos pantalones cortos que le llegaban a medio muslo, usaba una camiseta de tirantes, esta dejaba ver sus brazos torneados; caminaba muy erguido, con la espalda recta.
La Luna lo siguió por calles y callejones, sin perderlo de vista ni un segundo, fue detrás de él, y siguió así hasta que el muchacho se detuvo en una esquina con otros chicos; charlaban e incluso reían, parecía una reunión, eso pensó la Luna, hasta que, un rato después, un coche apareció, se veía lujoso; se detuvo al lado de los chicos ahí reunidos, el muchacho Sol se acercó y cruzó algunas palabras con el hombre que iba a bordo de aquel armatoste, después de esto, el chico subió al auto y arrancaron.
La Luna los siguió, yendo lo más rápido que pudo, el coche avanzaba tranquilamente por las grandes avenidas, la persecución siguió así durante un rato hasta que el auto se detuvo de nuevo, pero esta vez frente a un gran y lujoso hotel, vio que bajaban y entraban en aquel lugar, durante un momento no pudo verlos, estaba asomada a una de las ventanas de la planta baja. Sin embargo, había demasiada gente y se atravesaban, impidiéndole ver, solo atisbaba a ver los rizos rubios del muchacho. Dejó de verlos cuando ambos subieron al ascensor. Dio vueltas alrededor del hotel, asomándose por las ventanas de cada habitación; los encontró en una suite del último piso del hotel.
Se quedó embelesada viendo lo que ocurría en aquella habitación, el hombre que iba en el coche negro tocaba al muchacho de una manera extraña, sus labios y sus manos recorrían cada centímetro de su piel dorada, las ropas de ambos estaban tiradas en un revoltijo en un rincón de la habitación, sus alientos se mezclaban y sus cuerpos componían una danza que, para la Luna, era extraña.
Los observó hasta el final, cuando ambos cayeron rendidos, sus respiraciones agitadas pasaron a ser lentas y tranquilas. Se habían quedado dormidos. Permaneció todo quieto y en silencio, la Luna miraba con nostalgia hacia el interior de la habitación, cuando el hombre mayor se levantó, se vistió y se fue, dejando un fajo de billetes sobre la mesita de noche. Se quedó mirando al joven y pensó en que ella también quisiera amar al muchacho de aquella manera tan apasionada, lo había visto ya muchas veces, al asomarse por las ventanas de las parejas acarameladas; sin embargo nunca había hacerlo ella. No hasta aquel momento. Estaba amaneciendo, miró con tristeza al Sol y se despidió del muchacho en silencio, rogando por poder pasar una noche con aquel hermoso chico.
Para la noche siguiente despertó en un lugar extraño, una habitación de humano. Se levantó apresurada y se miró en un espejo, era un chico de cabello negro, ojos azules y piel nívea, delgado y con el rostro de una figurilla de porcelana. Miró su cuerpo, estaba en calzoncillos, tocó su propia piel, su cabello fino, respiró profundo, absorbiendo los olores de aquel lugar.
Su estómago gruñó, aquella era una sensación extraña, era como un dolor y el sentido de vacío en su vientre. Además de que aquel gruñido que emitía era molesto. Pensó un momento, llegó a la conclusión de que tenía "hambre", encontró una puerta, la abrió y la atravesó, estaba oscuro, y cuando quiso avanzar, se dio de bruces con una pared y cayó de espaldas; se levantó al tiempo que se frotaba la nariz (una nariz que no era suya), "esto es el armario" pensó, salió y vio que al otro lado había otra puerta. Al atravesarla, encontró un pasillo corto, que llevaba a una estancia que no era más grande que su habitación. El refrigerador estaba en un rincón, junto a una encimera donde descansaban los restos fríos de una pizza. Al mirarlos, no pudo resistirse y se abalanzó sobre la caja abierta. Cuando terminó de comer, regresó a la habitación y abrió el armario, miró un momento el interior y se rascó la cabeza, no era como que hubiera mucho de donde elegir, tomó un pantalón negro y una camiseta del mismo color, con un estampado de alguna banda de la que no había escuchado jamás, unas zapatillas deportivas fueron el detalle final que añadió antes de salir a la calle.
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Antología De Cuentos Errantes
RandomAntología de cuentos cortos de un solo capítulo de suspenso o misterio. Pueden llegar a hablar de recuentos cotidianos de la vida que se transforman por algún hecho perturbador y turbio. Prohibida su adaptación, copia o distribución, todo debe de...