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—Romper con Hunter —me pasó la mano por el pelo—. Se cruel con él Mía, sabes cómo serlo. Hazle llorar. Rómpele el corazón en pedazos. Me muero de ganas por verlo llorar.
Crucé el salón a la carrera.
—Voy a ducharme —soné amable a pesar del llanto ahogado.
Cerré con llave y me desplomé sobre el suelo de baldosas blancas y una alfombra redonda color bermellón.
—Mía, es Hunter —la voz de Isobel resonó en la casa. Me cubrí la cabeza con las manos y ahogué uno, dos... y ocho chillidos.
«Rómpele el corazón en pedazos»
Me arrastré por el suelo hasta el plato de ducha.
Me abracé el cuerpo, abandonándome como persona.
No estaba preparada.
«Se cruel con él Mía, sabes cómo serlo»
Sé cómo serlo.
Sabía, pero no quería. Me erguí, pasándome las manos con champú por el pelo. Me observé y ahogué un sollozo cuando el semen de Hunter me cayó por los muslos. ¿Qué pasaría...? Negué dos veces y me aclaré el pelo. Eso sólo cabrearía a Isobel, me separarían del bebé para meterme en la cárcel, de eso estaba segura, además Hunter no podía con los bebés... «no me gustan los bebés, no me gusta en qué se transforman cuando crecen». No podía hacerle eso, ¡¿pero qué cojones me pasaba?!
Salí de la ducha, me cubrí el cuerpo con un albornoz de algodón blanco y salí a echarle huevos a Hunter.
—Vancouver enamora —decía Isobel con su mano en el bíceps de Hunter. Abel y el fotógrafo, don No me sabía su nombre, babeaban alrededor de Hunter. Vestía un vaquero negro pegado a su cuerpo, —desde el comedor escuché su polla reclamando oxígeno—, un pullover negro y una chupa de cuero negro. Joder, había pasado de burócrata a tío malo en el parpadeo de un asiático. Nanosegundos.
—Hola —se separó del sofá color burdeos, pasándose la mano por su pelo denso.
Me ablandé al verlo. ¿Con qué cara le rompería el corazón?
—Hola, ¡qué guapo! —le sonreí, rodeando sus caderas. Acercó su boca para besarme, alcé la cabeza y abracé su beso. Subí la mano y la coloqué en su nuca, su pelo me rozó los dedos y el reverso de la mano. Su boca carnosa sabía a alcohol, pero no mucho. Sentí lo más cercano a un Zoo en el estómago cuando sonreímos en el beso. Su lengua húmeda y suave como la seda danzó con la mía en un vals.
Escuché el carraspeo de Isobel.
—Perdón —susurramos Hunter y yo a unísono con los párpados cerrados y las bocas a un palmo. Era un perdón para ambos, no para los espectadores del salón.
Me separé de Hunter. Fred con su boca ladeada decía: ¡qué tía!, e Isobel a su lado pasaba la mano por la cadena fría de las esposas de éste. Tragué y agarré a Hunter de su chupa de cuero.
Abel seguía babeando.
—Hunter —mi padre entró en el salón, ¿dónde estaba?—, me pensaré la oferta muchacho.
Le palmeó la espalda.
¿Qué oferta?, ¿qué me perdí?
Miré sus ojos esmeraldas.
—Le ofrecí a tu padre la apertura del Isobel en Canadá —lo alentó a dar el sí.
—Isobel III en Canadá —aulló Isobel dando palmadas—. ¿Qué crees Agnés?
—Bueno lo de III no me convence —reímos.
—Podría llamarse —Hunter me haló del albornoz—: Mía.
No sé en qué estaba pensando Hunter, pero cuerdo no era su segundo nombre.
—Papá —me reí. Conocía esa cara, la puso cuando nos contó por error que Oslo de La casa de papel moría—, y ¿esa cara de spoiler?
Nos reímos. Ese día en nuestro hogar de Calella acabamos rodeados de azúcar glas.
—Nada —carraspeó y llenó un cesto de verduras para posar con su cara de chef.
—Ven —cogí a Hunter de la mano—, vamos.
Cerré con llave. Isobel esperaría fuera.
Hunter deambulaba por la alcoba con los hombros caídos.
—Vas muy negro —me acerqué a él con la melena chorreándome.
—Lo sé —se pasó las manos por el pelo—, no voy muy alegre.
—Pues no —me reí sentándome en la cama—, vas rollo duelo.
Hunter se acercó a mí, se agachó y se colocó cara a cara.
—¿Vas a abandonarme? —su voz era desgarradora. No quería hablar de eso. Te advertí, Hunter, no éramos buenos.
Le cogí la cara con ambas manos y me erguí para besarlo. Cubrí su boca con la mía y la dulzura de sus besos me ablandó.
—¿Vas a perdonarme? —preguntó entre beso y beso. Hunter me agarró la nuca con ambas manos y yo me llevé las mías al albornoz, dos segundos después yacía en el suelo—. Mía —ronroneó ahogado. Hunter me besó la mandíbula—. Hueles a coco —ronroneó y lo desnudé. Fuera chupa de cuero, fuera pullover negro. Me cubrí la boca con las manos al verlo—. Mía.
Su voz era un murmullo quedo.
—¿Por qué lo has hecho? —sollocé y pasé la mano por su costado, por la palabra, por su piel roja e hinchada.
My chaos, leí una y ocho veces.
—¿Cuándo? —besé la palabra.
—Cuando me desperté —se enjugó las lágrimas—, creí que me habías abandonado.
Y así es.
—¿Por qué... por... por... qué... está tachada? —reseguí la tinta negra con los dedos.
—Porque crucé la línea.
«Soy su error. Soy su puto caos, pero soy suya» recordé las palabras con fervor y le desabroché el vaquero a Hunter. Quería su polla llenándome.
—Mía, ¿qué haces?
—Cruzar la línea una vez más —lo besé en la boca, ahogando en ella el dolor, luchando con su lengua por el amor de su alma hecha pedazos—. Llámame honey, hazme el amor...
Me agarró por los muslos y me aupó.
—¿Y luego? —se acostó, rodé y me senté sobre él. My chaos me seguía llamando—. ¿Me romperás? —preguntó con un nudo en la garganta. Recorrí su V con besos húmedos, le pasé la lengua por los músculos de su abdomen y le mordí.
De la mesa de noche saqué un lazo de seda color oro.
Me alongué desnuda sobre su cuerpo. Olí su aroma y le mordí el cuello, pasándole a la par la lengua por la marca rosa. Hunter gruñó. Le mordí la clavícula y pasé la lengua por la aureola de sus pezones.
—Forma una cruz con los brazos —le ordené con la voz ronca. Hunter me observó alarmado—. Confía en mí.
Lo até de manos.
—¿Sabes por qué adoro el bondage? —murmuré en su oído, agarrando sus manos con la mía sobre la almohada. Le mordí el lóbulo de la oreja, torturándolo. Él dudó entre responderme o no—. Theo me inició en el BDSM, pero, luego, acabó usándolo para pegarme.
Le sonreí apenada.
—Mía —reseguí con los dedos sus lágrimas—, hablemos. Suéltame... —hundí los dedos en su tupé ondulado. Negué—, ...suéltame.
Le mordí la mandíbula, el mentón en forma de W, le pasé la lengua por el labio inferior, mordiéndoselo como remate. Hunter cerró los ojos.
Recorrí su cuerpo hasta llegar a sus pantalones abultados. Lo desnudé.
No sé qué pretendía contándole que Theo me pegaba, pero dado el caso, la información ni sumaba ni restaba.
—No me hables de Theo —bramó enfadado y apesadumbrado.
—No —cogí su polla dura con la mano—, además seguro estás al tanto ¿o no?
Recorrí el largo de su tallo, desde la base hasta el capullo. La tenía grande; echaría de menos estar llena por él.
Lo masturbé, sentada a horcajadas sobre él.
—¿Qué sabes de Theo? —pregunté con hastío y lamí con la lengua el rocío de su semen en el glande.
—Todo —a modo de respuesta le succioné el capullo púrpura e hinchado. Moví la mano arriba y abajo, apretándolo.
—¿Me conoces de algo? —pregunté, pasándome los dedos por el clítoris henchido—. Hunter —gruñí su nombre.
—Te recuerdo en el ascensor de la Torre —me pegué a su polla—, estabas con Carla, la asesora en Derecho Penal... tú... bueno, tu pelo escurría... ese día había tormenta.
Sentí cómo se me henchía el corazón.
El Zoo en el estómago se hacía cada vez más palpable.
Cogí su verga y la clavé en mí. Gemí y Hunter soltó un: ¡joder!, ronco. Me albergó con su grosor y su carne sedosa y cálida.
—¿Me... me... —gemí con el sudor resbalándome por la espalda—: me conocías... desde mucho antes?
Negó.
Me mentía, lo sabía por cómo cerró sus párpados deseando desaparecer.
Alcé las caderas y me empalé con su polla. Así dos y once veces. Arriba y abajo. Arriba y... abajo. Gemí y me cubrí la boca con la mano.
—¿Desde cuándo me conoces Hunter? —hablé como pude pues el placer me nublaba la cordura. Lo agarré por el cuello con ambas manos—. ¿Desde cuándo?
Cabalgué su pene, presa del placer, el caos, el malhumor y el desconsuelo. Hunter gemía y callé sus ronroneos con besos.
—¿Qué más da? —me fulminó con la mirada—. ¿Qué más da?, ¡hostia! —su mirada era afilada como un arma blanca. Helada como el ártico seguí montándolo—. Suéltame, ¡joder!
Las venas de sus brazos se agrandaron y el lazo de seda color oro quedó hecho pedazos, como los corazones de ambos. Abrí los párpados, me agarró de las caderas y rodamos. Se colocó sobre mí, me agarró de los bíceps y me empaló con rudeza. El cabecero de la cama chocó con la pared.
Tenía la cara sonrosada del cabreo.
—No debería haber secretos entre ambos —le eché en cara y me calló con un beso. Nos morreamos, cosa que nunca habíamos hecho. Éramos dos lenguas en guerra. Éramos caos. Nos mordíamos, nos hacíamos sangre. Joder, cómo amaba a ese hombre. Tiré de su pelo—. Lo sé todo Hunter.
Hunter me ignoró, besándome el cuello.
—¿Recuerdas lo que pasó en el paseo? —uní nuestras frentes. El placer crecía en mi interior—. La moto me seguía a mí —Hunter gruñó, penetrándome con frenesí. El cabecero no paraba de sonar contra la pared—. Joder, Hunter —gemí; en las últimas doce horas habíamos pasado de ser fuego a agua—. ¿Tú lo sabías? —temí la respuesta. Él seguía inmerso en follarme. Tenía los músculos tensos, el cuerpo perlado de sudor—. Jude conducía esa moto. Se llama Jude Emer Carter.
—Cállate, Mía —me mordió el pecho. Grité, ¡au!—. No sé de qué me hablas. ¿Fue ese tal... Jude... el que te marcó? —asentí. La ira lo carcomía por dentro. Me embistió—. Céntrate en cómo estamos follando.
—Hunter... —grité entre gemidos. Las paredes del apartamento eran de papel maché, así que... os haréis una idea de cuán alto se nos oiría—. La moto estaba a nombre del abuelo de Evelyn Cross, Hunter, escúchame —gemí, nublaba por el placer. Sentí cómo el punto g se me henchía, como el clítoris. Un solo roce más... no podía correrme aún—. Los conoces, sé que los conoces —bajó su pulgar hasta mi clítoris húmedo e hinchado. El chapoteo entre ambos cuerpos se oía tanto como las palmadas de un espectador—. ¿Estabas al tanto? Respóndeme Hunter.
—No —mintió. Me tensé. Sabía lo que se acercaba—. Córrete, honey.
Empapé su mano y su polla, llenándome de su semen a la par. Temblé como un flan, arañándole la espalda.
No logré responderme algunas dudas; o Hunter no sabía nada de eso o prefería esconderme la verdad. Una vez más.
Nos recuperamos de los espasmos del desolador orgasmo.
—Mía, Hunter —Isobel tocó en la puerta. El mango giró. Nada, estaba cerrada. Hunter en un parpadeo se puso los pantalones. Ignoré a Isobel.
Hunter se cerró en banda.
—Hunter —lo llamé. Se acercó a mí con una botella de agua.
—Tómatela —me entregó una capsula enana—, es la píldora del día después.
—Me la tomaré cuando me respondas una cosa —cogí la píldora—. ¿Has besado... has besado a Eve?
Su cara pasó del enfado al horror y del horror a la pena. Me cubrí el cuerpo con el edredón.
—Mía —se pasó la mano por la cara sudada, cerró los párpados y exhaló con pesadez.
—Hunter —me tragué el nudo en la garganta.
—Sí, la besé en Londres hace una semana más o menos.
Por un segundo miré la capsula, planteándome joderle el futuro a Hunter o no.
Me bebí la píldora.
Me encendí como una llama, pero acallé mi dolor. «Según Hunter eres fuego; ¿ardes como el fuego?, ¿quemas todo a tu paso?» la pregunta me carcomía.
Me vestí de negro, como él; éramos dos mundos oscuros, asolados por el mundo del otro. ¿Por qué me adentré en su lado oscuro?, ¿por qué no lo destruí desde el minuto cero? De ser así, ahora no estaría replanteándome volver a las carreras, pero, o corría o acababa arrasando con Hunter.
Con cada paso me sentía más pesada, mi mente echó el cerrojo, «no quiero pensar» me rogó; de mi subconsciente no había rastro... dónde estás cuando más falta me haces, le pregunté con apuro. Era un alma en pena. Salí al salón sosegada. Me bastó una mirada para corroborar que nos habían escuchado follar.
Hunter, la misma persona que no besaba a nadie, se había dado el lote con otra, ¡para partirse!
—Mía —Hunter e Isobel me seguían. Hunter me seguía a mí, Isobel seguía a Hunter. Vaya dos.
No me ponía la chupa desde que Theo se fue; metí la mano en el bolsillo, justo donde lo había dejado. Saqué la caja de cigarro. No quería hablar con ninguno de los dos.
—Mía —me agarró del codo, ¡qué típico! Lo miré a él con los ojos entornados, luego a Isobel—. ¿Qué cojones haces?
Miró la caja de tabaco, la abrí.
—Fumar —me solté de su agarre, el: ¡quita coño!, iba implícito. Saqué un cigarrillo liado por mí—. Lárgate, Hunter.
Sentí cómo la Mía del pasado se abría paso desde lo más hondo de mí. Temía esa faceta mía encerrada en cuarentena. Era arrolladora. Era como el fuego, era un arma letal. Destruía todo a su paso.
Encendí el mechero, la llama ondeaba delante de mí. La lengua de fuego prendió el cigarro.
—Mía —Isobel tembló; ella sabía qué se acercaba.
—Lárgate, Hunter —me llené los pulmones de humo.
—No —densas nubes de humo nos rodeó—, Mía, no puedes abandonarme.
Me reí, será hipócrita.
—Ya lo he hecho, Hunter —le solté con calma. Su cara, su cara fue el dolor del abandono. Quedó desamparado—. Estás enfermo, Hunter. Qué coño, eres un monstruo, seguro formaste parte de la muerte de tu abuela —lo estaba haciendo, le estaba haciendo daño—, por eso Baltashar te odia, es normal; ahora lárgate.
Hunter me arrancó el cigarro de la boca con rabia.
—Fumar mata.
—No —le sonreí apenada—, porque ya lo has hecho tú. Nunca, Hunter, nunca debimos ignorar el pasado, el pasado siempre está presente —las lágrimas me escocían en los ojos. Tenía un nudo en la garganta—. No puedo amarte, mucho menos mirarte a la cara porque sólo siento asco. Eso es lo que me das Hunter: asco. Desde que te conocí. Eres un desecho del mundo real. La auténtica mierda hecha persona.
Escuché su alma romperse. Su mundo se derrumbó.
Su cara sonrosada y desolada se arrugó, sus dos hermosos faroles verdes pasaron a ser un mar, ahogó un sollozo con su mano. El caos se apoderó de su calma, ya no había amor, sólo dolor en su corazón. Nunca me perdonaría haberle fallado.
Su boca sonrosada esbozó una mueca de dolor y se llevó la mano al corazón.
Se acercó al A7.
—Mía —me paré en las escaleras del porche—, seré un monstruo, un capullo, un enfermo; pero te amo.
Isobel me miró.
—Adiós Hunter —entré en el bloque de apartamentos—. De nada —le sonreí a Isobel.
—Mía —me paró.
—¡¿Qué?! —me planté delante de ella.
—Su corazón... aún bombea sangre. Sabes qué hacer.

«Su corazón aún bombea sangre. Sabes qué hacer». Me paré en el umbral de su puerta. Vamos abre capullo.

Mía
Ubicación 📍 00:15
Hunter, te amo. Perdóname 00:15

+1 778 225 6695
Voy, honey 00:16
Te amo 00:16

Me reí yo sola. Iba pedo, muy pedo y eran las doce de la madrugada y el alcohol nublaba el dolor y no sabía razonar. Perdóname, Hunter.
—Mía —Kenneth se pasó la mano por el pelo—, ¿qué haces aquí?
Entré en su apartamento.
Al lío Mía.
—¿Dormías? —entré en su cuarto.
—Sí —se aclaró la garganta—, ¿qué haces aquí? ¿Buscas a Hunter?
—¿Hunter?, ¿quién es Hunter? —me reí; empecé a desnudarme. La cara de Kenneth fue un poema.
—¿Qué haces?
Le cubrí la boca con la mano.
—Debería matarte, por todo lo que me hiciste —me monté a horcajadas sobre él—, pero mejor follemos.
Se negó, pero la tenía dura. Hunter llegaría en nada.
No duré mucho montándolo, el orgasmo fue penoso, ¡una puta pena!, pero sólo quería hacerle daño a Hunter, no quería una noche placentera. Desde el momento en que gemí el nombre de Hunter supe lo calada que me tenía.
—Mía —Kenneth me abrazó por la espalda y lloré y lloré.

Sentí su cuerpo, los párpados me pesaban y no podía verle, pero sentí su mano colocándome los mechones de pelo y besándome el hombro con su boca húmeda.
—Hunter —gemí, me dolía el corazón. Abrí los párpados, me ardían de haber llorado. Hunter se sentó en el sofá, apoyó los antebrazos en sus muslos y agarró con sus largos dedos el vaso de alcohol. Kenneth me seguía abrazando desnudo. No sé cuántas veces follamos, pero me arrepentía, me arrepentía un montón...—. Hunter.
Quería cogerle la mano.
Alzó la cabeza.
—Enhorabuena, Mía —colocó el vaso vacío en la mesa de noche y lo agarré del muslo—. Lo has logrado. Has logrado perderme. Eres una zorra. Una zorra hecha y derecha. Sólo eres capaz de darme asco.
Hunter, no.
Me dormí de nuevo con la cabeza nublaba por el alcohol.


—Hunter —me desperté sobresaltada, con el cuerpo perlado de sudor. Me ardían los pulmones.
—¿Mía? —Kenneth me abrazó, pero al ver el vaso en la mesa de noche supe lo que perdí.
Ahora nada valía la pena.

Estoy llorando real; quedan dos capítulos para que acabe CROSS y me da mucha pena, pero sé que un día serán capaces de perdonarse y amarse. Espero que os haya gustado.
Os adoro por haberme alentado a seguir con esta historia.
Os adoro muchísimo.
Mil gracias.

EL SÁBADO POR LA TARDE LLEGA EL DESENLACE DE CROSS A WATTPAD

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