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Aquello no podía ser peor.

Yonaka se había puesto de parto; y lograr llevarla al hospital de aquella aldea, fue todo un reto para el mogeko verde.

La joven se sostuvo casi completamente de él durante todo el camino. Aunque tuvieron que detenerse varias veces por las fuertes contracciones que le daban a la pobre, a la cual le dolía horrible el simple hecho de moverse.

Inmediatamente llegaron al hospital de aquella aldea, las enfermeras se llevaron a la de cabellos negros a la sala de partos, mientras que, a él literalmente, le cerraron la puerta en la cara.

Por más que trataba de encontrar una manera de entrar, siempre lo veía alguna enfermera o doctor, y lo sacaban a patadas de ahí como si se tratase de un perro.

¡Su esposa estaba trayendo al mundo a sus hijos! ¡Debía estar con ella!

Aquello lo estaba desesperando.

Pero por fin, después de un rato que éste diera un par de vueltas de un lado a otro, el gran prosciutto escucho sus plegarias, y una enfermera, que tenía cuernos y cola de demonio, salió rápidamente y lo llevo al quirófano, e inmediatamente al entrar a éste, se podía sentir un ambiente un poco tenso, pues al parecer, aquella enfermera que había salido para ir por él, había tenido una pequeña discusión con las demás para que lo dejaran entrar.

La verdad, las demás enfermeras no querían meterlo al quirófano porque les iba a estorbar. Si de por sí ya les estorbaba ahí un padre de forma humanoide, el cual para lo único que les servía era para cortar el cordón umbilical, para cargar al recién nacido por unos momentos, y para darle apoyo a la madre. Mucho más les estorbaba uno de tan baja estatura, que tan solo servía para lo último.

Estaban unas cuatro enfermeras en aquel cuarto, preparando todo para el parto, mientras la pelinegra estaba ya acostada, tratando de tomar aire.

La de ojos negros se tranquilizó un poco al ver por fin una cara conocida.

Colocaron un banquito junto a una de las esquinas superiores de la cama, para que así él pudiera estar junto a Yonaka. Mas éste tenía la clara instrucción de que pasara lo que pasara, no se podía mover de ahí. Parecía como si fuera un niño castigado que no se podía salir del circulo que habían dibujado sus padres en el piso.

Lo único que se escuchaba en la sala eran los quejidos de la de cabello azabache. Sonaba como un gato gimiendo de dolor por que lo acaban de atropellar o lo mordió un perro. Pero en cuestión de minutos, aquellos gemidos de gato pasaron a convertirse en gritos.

Yonaka se agarraba fuertemente de una de las patas de su marido, tratando de buscar la fuerza y el apoyo de éste.

Nega desde donde estaba, lo único que podía hacer era darle palabras de apoyo a su esposa, tratando de confortarla: "lo estás haciendo muy bien", "tranquila", etc. No tenia mucha imaginación en esos momentos como para poder decirle algo más original.

Todo aquello parecía un caos. Con las enfermeras corriendo de un lado para otro; Yonaka que trataba de atender a las indicaciones que éstas le daban, más el dolor y los escalofríos que recorrían todo su cuerpo, se lo hacían algo complicado; y Nega que se sentía totalmente inútil.

Pero entonces se escuchó un llanto.

—¡Es una niña! — exclamo una de las enfermeras, limpiando un poco a la pequeña, para después entregársela a la pelinegra.

Yonaka agarraba con fuerza a la niña, mientras acariciaba un poco su cabecita, y sentía como el mogeko se apoyaba un poco en la cama para poder ver mejor a su hija.

—Hola, mi vida... — hablo la ojinegra a la recién nacida, sintiendo ya las lágrimas de emoción en los ojos.

Un par de minutos después, una de las enfermeras se llevó a la pequeña, para terminar de limpiarle y hacer todos los demás procesos correspondientes.

Ahora tenían rápidamente que alistar las cosas para la segunda criatura.

Pasaron exactamente nueve minutos para que los gritos de Yonaka volvieran a inundar el quirófano.

—¡Es un niño! — hablo la misma enfermera, repitiendo el mismo proceso que con la niña.

Mellizos*. Eran mellizos.

—¡Ya está, Nega! ¡Ya están los dos aquí! — sollozo la de ojos negros con una sonrisa en el rostro.

La pelinegra ya estaba llorando de alegría al por fin tener a sus hijos entre sus brazos, y para cuando se dio cuenta, él también ya tenía un par de lágrimas cayendo por sus ojos carmesí.

En esos momentos, ambos tenían toda una mezcla de emociones, entre alegría, euforia, miedo. Pero si había una palabra que pudiera definir exactamente lo que estaban sintiendo, era el amor. El amor que tenían hacia aquel par de pequeños.

Un par de minutos después de que naciera el segundo, las enfermeras inmediatamente corrieron a Nega del quirófano, para así poder atender a Yonaka y a los pequeños.

El mogeko se fue a sentar a la sala de espera, un poco molesto por la actitud de todos en aquel hospital. Pero al menos ya podía estar algo tranquilo al saber que su esposa y sus hijos estaban bien.

Paso una o dos horas para que Nega pudiera volver con Yonaka.

Una enfermera le aviso que su esposa ya estaba en una de las habitaciones, y en cual. Él, inmediatamente, fue hasta allá, y al entrar, ahí estaba recostada la pelinegra, la cual estaba haciendo el esfuerzo por no dormirse.

El mogeko se subió a la cama y la joven inmediatamente lo coloco en su regazo, para después abrazarlo. Nega sentía como las manos de su amada, acariciaban cerca de la base de sus orejas. Él solo se acurruco más en el pecho de ésta.

Ninguno de los dos decía nada. No había necesidad.

Hasta que, por fin, dos enfermeras entraron con él par de recién nacidos en brazos, para después entregárselos a sus padres.

La pelinegra cargaba al niño, mientras él cargaba a la niña, poniendo una de sus patas bajo su cabeza, dejando colgando un poco sus pies.

Ambos pequeños eran bastante diferentes. La niña tenía cabellos negros, aunque se lograba ver que también tenía un par de mechones de color verde; tenía un par de pequeños remolinitos que sobresalían de su cabeza, los cuales eran sus orejas, al igual que también tenía aquella característica colita de los mogekos. Mientras el niño, tenía el cabello completamente verde, sus orejas eran de humano y no cargaba con aquella colita. Pero si tenían algo en común. Ambos tenían unos hermosos ojos negros, que habían sacado de su madre.

Eran unas criaturas tan pequeñas e inocentes, no tenían defecto alguno.

Pasaron varios minutos admirando al par de criaturas, y analizando las características de estos para ver que nombre se les acomodaba mejor. Tardaron un rato en decidir, pero al final lograron ponerse de acuerdo.

Yonely y Ahren.

Vaya; rápidamente habían pasado de ser una familia de dos a una familia de cuatro.

Mas, lamentablemente, estaban demasiado entretenidos con la alegría que les provocaba la llegada de los pequeños, que no se percataron de las tropas de mogekos que empezaban a rodear aquel hospital.

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*Los mellizos igual pueden ser del mismo sexo, pero pues no encontré una mejor definición para cuando son niño y niña.

Ya se prendió esta mierda :D después de dos largas introducciones, por fin ya va a empezar lo bueno. Aunque debo decir que no estoy nada satisfecha en como quedo esta parte, pero weno :v

PD: No a la discriminación de mogekos :0

Children. «Mogeko Castle»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora