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Era bastante relajante escuchar las gotas de lluvia que golpeaban con fuerza las paredes de aquella cabaña y los truenos que se alcanzaban a escuchar a la distancia.

Yonaka preparaba algo de té con leche en la pequeña cocina que había en esa cabaña que habían rentado para pasar un par de noches. Mientras el mogeko, el cual había sido vencido por el sueño, y ahora se encontraba profundamente dormido en la cama de aquel cuarto. La joven se encargó de taparlo con la cobijita morada con la que ella últimamente se estaba tapando.

La pelinegra miraba a su esposo con ternura, mientras le daba un sorbo a su té, para después pararse junto a una de las ventanas para ver la lluvia. Pero a los pocos minutos, la pobre tuvo que sentarse en la orilla de la cama, pues su espalda ya le dolía bástate por el peso extra que le hacían los niños, y el recordar que al día siguiente se levantaría temprano para caminar hasta la siguiente aldea, hacía que le doliera más.

Yonaka no podía moverse mucho, lo cual era un problema, ya que ella y el mogeko necesitaban moverse de un lugar a otro constantemente. Pero afortunadamente, durante esos meses, de alguna forma, siempre encontraban la manera de como arreglárselas para que ella no hiciera mucho esfuerzo.

Debía admitir que aquello de estar embarazada llagaba a ser algo complicado, doloroso y cansado. Pero valía la pena, pues era una cosa bastante agradable sentir como un par de criaturitas se forman dentro de ella.

Se dieron cuenta de que iban a ser padres cuando casi inmediatamente, la joven empezó con sus muy constantes y fuertes mareos, al igual que náuseas y uno que otro desmayo. Aquellos síntomas tan inmediatos y constantes también eran señal de que era más de un niño los que cargaba en su vientre.

La verdad, al principio, Nega no creía que fuera eso. ¿Qué probabilidad había de que un mogeko lograra embarazar a una humana? Bueno, al poco tiempo se enterarían de que si había una gran probabilidad.

Tal vez Yonaka podría ser la primera humana en tener un hijo con un mogeko que no abusó sexualmente de ella. Pero no era el primer ser que lograba quedarse embarazada de uno de estos. Ya había algunas ángeles y demonios que habían tenido hijos con los mogekos defectuosos que vagaban por las aldeas. No era algo muy común, pero si había varios casos.

Ella si creía, o más bien deseaba que estuviera embarazada. Cuando la pelinegra era más joven, dentro de su plan de vida si estaba el hecho de ser madre, más cuando fue todo lo de su relación con Shinya, e incluso cuando empezó su relación con aquel mogeko, aquella idea de ser madre paso a convertirse en una muy imposible fantasía.

Realmente la joven, como cualquiera, no sabía nada de cómo ser madre, y mucho menos de ser madre de un niño, del cual el padre no era humano. Por más que se lo explicaban, no podía entenderlo.

Hasta que, por fin, una enfermera, la cual tenía alas y aureola de ángel, fue la que mejor pudo hacerle entender aquel tema. Ésta le había explicado que debia guardar bastante reposo y tener de más cuidados específicos si quería que los niños nacieran por parto natural -lo cual sorprendió un poco a la pelinegra, ya que, como la mayoría, pensaba que el par de pequeños solo podían nacer por cesaría-. Una cesaría traería bastantes complicaciones, primero por el hecho de que aquel mundo, a diferencia del suyo, no estaba muy desarrollado tecnológicamente en ese ámbito. Y aquello lo demostraba el hecho de que no podría saber el sexo de sus bebes hasta el día del parto, y que cada una de sus revisiones era con herramientas medicas bastante básicas y algo antiguas. Era como si estuvieran a principios del siglo XX. Después estaba lo de que, por el mismo hecho de que la pelinegra y el mogeko especial necesitaban moverse constantemente, si era parto natural, la recuperación sería más rápida, y tal vez, en menos de veinticuatro horas -incluso hasta menos de doce- de haber dado a luz, ella, Nega, y los niños, podrían ya estar huyendo a la siguiente villa o aldea.

Ya tenían casi todo planeado y organizado para la llegada de los pequeños. Aunque aún tenían que detallar y reflexionar bastantes cosas todavía: en el cambio que harían los niños en su rutina; en los gastos -pues los yenes que habían sacado del castillo ya se estaban empezando a acabar-; en el nombre de los pequeños.

Antes, cuando pensaba en el posible nombre de sus hijos, se le hacia todo un lio en la cabeza, pues a la pobre no se le acababan las ideas, y también el hecho de no saber el sexo de los pequeños, se lo complicaba aún más.

Pero ahora, después de haber tenido una seria conversación con su marido, habían definido cuatro nombres, por si acaso. Dos de niña y dos de niño.

Uno era Yonely. A la pelinegra le gustaba bastante, pues era como una linda combinación entre el nombre de sus padres. Yo-naka, Ne-ga, y el ly pues para que rimara.

El otro era Kyoko. La verdad no había un gran motivo para este nombre, simplemente Yonaka lo había escuchado en una de las villas por las que habían pasado, cuando una demonio estaba buscando a su hija y solo se la pasaba gritando su nombre, y pues a la pelinegra y al mogeko les gustaba como sonaba.

Para niño uno de ellos era Ahren, que al igual que el de Kyoko, no tenía un gran motivo. Unos cuantos meses antes de que la ojinegra llegara al mundo mogeko, ésta había leído el libro de La Heredera*, y uno de los personajes de éste se llamaba así. Y por alguna razón, mientras pensaba en los posibles nombres de sus hijos, éste vino a su cabeza y le gusto, aunque a Nega no le terminaba de convencer.

La verdad, la de ojos azabache agradecía que su marido no fuera como los típicos hombres que, en esos casos, le hubiera dicho que si a cualquier nombre que ella hubiera propuesto. El mogeko no tenía ningún problema en opinar si algo le gustaba o no, siempre manteniendo aquel carácter cortes propio de él.

Y por último, pero no menos importante, estaba el nombre de Hasu, el cual fue el único nombre que propuso el mogeko verde. No había ninguna necesidad de preguntar el porqué de éste.

Afortunadamente, ya no faltaba mucho para que tuvieran que decidir cuál de esos nombres sería el de los pequeños. Se supone que al ser dos, los niños tendrían que nacer a las treinta y siete o treinta y ocho semanas. La pelinegra llevaba treinta y cuatro semanas de embarazo.

Pronto tendría a sus hijos entre sus brazos. Un par de pequeñitos que eran el producto del amor más real, puro, y peculiar que hubiera experimentado nunca. Era gracioso pensar en que ahora se encontraba gozando de una vida que no se había si quería atrevido a imaginar.

Seguramente, si hace tres o cuatro años, alguien le hubiera dicho que acabaría en un castillo lleno de criaturas amarillas llamadas mogekos, que intentarían violarla, y que al final de la historia ella acabaría casada y esperando un hijo de uno de estos; la pelinegra le hubiera preguntado qué clase de droga había consumido.

-¿Qué ocurre, señorita? - aquella voz la saco de sus pensamientos. El mogeko ya se había despertado.

La joven agito un poco su cabeza para despabilarse.

-No, nada. - contesto ésta rápidamente, mostrando una sonrisa y dándole un sorbo al té.

Ambos se quedaron en silencio, dejando de nuevo a la lluvia como lo único que se podía escuchar en la cabaña.

-Este... ah... ¿Quieres? - hablo rápidamente Yonaka, ofreciéndole la taza de té al contrario.

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* La Heredera es el cuarto libro de la saga La Selección, escrito por Kiera Cass.

Espero que les haya gustado :3 Me escribí ya tres partes de una vez, así que en unos días más voy a sacar otra parte, y pues eso :v

Children. «Mogeko Castle»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora