Cap2: recuerdos doloroso y una mano amiga

584 51 5
                                    

—¿Qué dices, Mills? Un poco de aire fresco —le sonrió y esperó.

Esta vez, la morena, sin apartar la mirada, asintió.

—¿Estás segura de esto? —preguntó Henry, algo preocupado.

—¿Con quién crees que hablas? —respondió Emma con una ligera sonrisa.

—Por esa razón lo pregunto —replicó Henry, cruzando los brazos.

—Gracias por el voto de confianza, hijo.

—Mamá, te pondremos esto para que puedas salir —dijo Henry mientras cubría a Regina, quien estaba sentada en una silla de ruedas.

El plan de Emma, según ella, era muy simple: tanto ella como Henry se vestirían de enfermeros y subirían a Regina en la silla de ruedas, cubierta para que nadie la reconociera. Caminaban tranquilamente, como si fuera una rutina más del hospital, mientras llevaban a la morena que, sin mover ni un músculo, les seguía el juego. Solo tenían que llegar a la sala principal y dirigirse a la de terapias, donde Rogers, el guardia amigo de Emma, los esperaba en la puerta de salida de emergencia.

Para sorpresa de Henry y suerte de la rubia, todo salió como habían planeado.

—Hasta las seis de la tarde, sheriff —le dijo Rogers, guiñándole un ojo.

—Está bien, gracias —respondió Emma, saliendo hacia su auto.

Una vez llegaron al coche, Henry subió al asiento trasero y ayudó a su madre a acostarse en el asiento, cubriéndola con una manta. Luego, se sentó en el asiento del copiloto, mientras Emma se acomodaba en el del conductor y arrancaba el coche.

—¿A dónde vamos? —preguntó Henry, mirando a Emma por el rabillo del ojo.

—A un lugar donde pueda relajarse —respondió, sin quitar la vista de la carretera.

Henry miró a Regina, que había cerrado los ojos, claramente exhausta.

—¿Mis abuelos saben algo de esto? —preguntó Henry, con un leve toque de humor en la voz.

—¿Qué crees tú? —Emma arqueó una ceja.

—Solo espero que no me castiguen... o mi venganza será dolorosa, te lo advierto —dijo Henry, cruzándose de brazos.

—Relájate. Estaremos de vuelta antes de las seis. Así que, tranquilízate, ¿quieres? —Emma sonrió, tratando de romper la tensión.

Henry guardó silencio el resto del viaje, y Emma se concentró en el camino.

.....................................................................................................................................................................................................................................

Robin se acercó, colocándose sobre ella con una familiaridad que Regina ya no sentía. Su cuerpo estaba tenso, su mente dividida entre la culpa y el deseo de estar en cualquier otro lugar. Cerró los ojos, esperando que todo terminara pronto.

Cuando sintió el primer contacto, su estómago se revolvió. Un suspiro escapó de sus labios, pero no era de placer. Robin lo interpretó como otra cosa y aceleró, completamente ajeno a su incomodidad. Ella intentó decir algo, detenerlo, pero su voz apenas fue un susurro.

—Robin... —murmuró con los ojos entreabiertos, pero él no escuchaba, concentrado en su propia satisfacción.

El peso en su cuerpo se volvió insoportable. Cada movimiento la hacía sentir más pequeña, más atrapada. Intentó apartarlo, pero su fuerza era débil, como si algo dentro de ella estuviera paralizado. A pesar de todo, no podía hacer que su magia respondiera. Todo lo que podía hacer era esperar.

Cuando Robin terminó, se apartó rápidamente, dejando a Regina con la mirada perdida en el techo. No dijo nada mientras él se vestía y salía del cuarto, como si nada hubiera pasado. Ella, por su parte, apenas podía respirar, intentando recomponer lo que quedaba de sí misma en ese momento.

............................................................................................................................................................................................................................

—Regina —la voz de Emma la sacó del sueño—. ¿Regina?

Ella abrió los ojos y la miró.

—Ya llegamos —le sonrió Emma, ayudándola a salir del auto.

—Henry fue a echar un vistazo, no muy lejos. Ve y siéntate —le indicó Emma, quien había tenido la brillante idea de llevar a la morena a la playa, creyendo que el sonido de las olas le ayudaría a calmarse y relajarse lejos de las paredes que tanto la asfixiaban.

—Espero que te guste —dijo Emma, tomándola de la mano y llevándola hacia unas rocas desde donde podían observar el agua.

Sentó a Regina, y luego ella se acomodó a su lado. Podían ver a Henry jugar con el agua, no muy lejos de ellos. Permanecieron en silencio.

—Sabes... puedes hablar conmigo de lo que sea —dijo Emma, rompiendo el silencio. Regina la miró—. O podemos quedarnos aquí sin hacer nada... Solo quiero que sepas que soy tu amiga, y la madre de Henry, tu hijo. Te extrañamos. Puedes hablar todo lo que quieras... siempre estaré contigo.

La morena la miró fijamente. Emma, pensando que su esfuerzo había sido en vano, volvió la mirada al mar. De pronto, sintió que Regina tomaba su mano y apoyaba la cabeza en su hombro. Emma la miró de reojo, notando que la morena tenía los ojos cerrados. Le dio un suave apretón a su mano, y luego apoyó su cabeza en la de Regina, disfrutando del momento que compartían. No necesitaba palabras para entender el dolor que Regina llevaba consigo, lo sentía en cada respiración irregular, en cada leve temblor que recorría su cuerpo.

—Sé que no es fácil —continuó Emma, sin dejar de mirar el mar—. Pero no tienes que cargar con esto sola. No más.

Unas lágrimas silenciosas comenzaron a caer por el rostro de Regina. Emma las sintió cuando una pequeña gota cayó sobre su brazo. No dijo nada, solo la dejó llorar en silencio, sabiendo que, a veces, no había palabras suficientes para llenar el vacío que el dolor dejaba atrás.

Henry, no muy lejos, jugaba con el agua sin apartar la vista de su madre, pero Emma podía notar que él también sentía el peso de todo lo que estaba ocurriendo. Era joven, pero había madurado demasiado rápido. Y aunque sabía que quería proteger a Regina, había algo que solo Emma parecía entender: Regina necesitaba sentirse segura antes de poder sanar.

—Vamos a salir de esto, Regina —murmuró Emma—. No tienes que decirme cómo te sientes ahora. No espero respuestas, solo... quiero que sepas que no estás sola.

La morena, sin decir nada, se acurrucó un poco más cerca de Emma, sus lágrimas aún cayendo lentamente. Y, por un breve instante, Emma sintió que había un pequeño avance. No iba a arreglar todo, pero era un paso. Un pequeño paso hacia algo mejor.

Las olas siguieron rompiendo contra la orilla, y Emma cerró los ojos por un momento, permitiéndose disfrutar de la calma que traía consigo estar allí, con Regina a su lado, y Henry no muy lejos. Era imperfecto, roto incluso, pero en ese momento, tenían algo que hacía tanto tiempo no sentían: esperanza.

Swanqueen .2Where stories live. Discover now