III

712 21 4
                                    

El día parecía restos de hueso y olía a putrefacción. El cielo y los árboles avanzaban conmigo, sujetándome las piernas y las rodillas, soplándome el pelo y los tormentosos pensamientos. Aquél día, era azul y naranja y rojo; todos amplificándose en ruido blanco y bastándome para sentir que me ahogaba.

Ella, específicamente, quien no había abandonado mis recuerdos y mi mente entera en días infinitos. Días que se sentían monótonos y estúpidos; pues ahora que había memorizado hasta el tono más inverosímil de sus ojos, todo se me hacía aburrido. Hasta la mismísima inmortalidad.

No aguantaba no pensar en ella. No aguantaba pensar en ella. Cada noche, ella estaba ahí, y hasta sus rodillas lucían perfectas, como si hubieran sido fabricadas con el único propósito de destruirme.

Yo lo sentía así. Y me encantaba.

Estaba lentamente perdiendo la cabeza.

Nunca había sentido algo así por nadie más. Y había algo acerca de éso que me volvía loca. No sabía si pensar en sus manos, frágiles donde me imaginaba tocándolas, ó en sus tobillos, su abdomen, sus labios carnosos y finos porque nunca había un centro, un límite, un mundo en el que ella ya no existiera, con el pelo alborotado y un cuello blanquecino de niña. A donde sea que fueran sus pasos, yo la seguía, porque me intrigaba su olor, me intrigaba su mera presencia y me enloquecía que provocara todo éso en mí, tan... Rápido, intenso, real.

La reina de los dientes podridos era una perfecta cabrona. Sigue flotando lejos de aquí mientras sus dedos imaginarios se clavan en mis nudillos. Un terrible destello de inocencia manifestándose en sus terribles ojos. Traicioneros, fervientes. Morisquetas escalofriantes. Como un tiro en la espalda, sus manos se volvieron a mí.

Ésta vez, no pensé en mi madre. Ésta vez, ella era un sublime y lejano recuerdo en el fondo de mi mente; adornada con aceite y pétalos marchitos. Ésta vez no pensé en mi padre, ni en nadie más.

Quizá fue la manera en que sus pies se entrelazaban con los míos, ó su hermoso cerebro proyectando todo lo que yo quería ver; pero la guerra no tardaba en llegar, con dientes filosos bañados en vidrio y el más infantil sonido proveniente de bocas calcinadas.

La obsesión era tan fuerte y pura que la sentía expandirse en mis venas. Anhelaba todo lo que ella era. Anhelaba que sus caricias nunca se detuvieran.

No sabía que podía sentir éso, ni mucho menos que podía desearlo de la forma en que lo hacía.

Reflexionar acerca de lo peligroso que aquello era, me divertía.

Advertencias ~fem!larry~ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora