3 | Con el Paso de las Horas...

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Repentinamente la oscura sombra de aquel joven que desde hacía rato observaba los instrumentos musicales en el centro de la estancia, fue arrastrada a tirones por un viejito canoso y algo rechoncho, el cual cargaba sobre su cabeza una vistosa corona de rey. Shōyō pudo oír entonces su nombre...

– Ven aquí Tobio, no seas irrespetuoso y saluda a las señoritas. – decía con una amplia sonrisa, mientras encaminaba al príncipe hacia unas princesas de las familias Kiyoko y Hitoka acompañadas de las reinas.

Shōyō hasta con los ojos cerrados podría ver el disgusto del príncipe Tobio, incluso a mil pies de distancia. Visto lo visto, le parecía más, mucho más agradable observar con desbordante deseo unos valiosos objetos inanimados que "ser respetuoso con las señoritas". Pero el príncipe de desordenado y anaranjado cabello debía dar las gracias, debido a que por este suceso ahora sabía el nombre de aquel sombrío príncipe, con lo cual, podría adquirir más datos de relevancia. Esto se vio rápidamente porque, al parecer, ese joven andaba en bocas de muchos, vale decir, era extrañamente popular por el sin número de princesas a las que había rechazado. ¿Qué broma de mal gusto era esa? A Shōyō le pareció obvio el desinterés del príncipe ante ese tipo de cosas, solo le bastó observarle por menos de cinco minutos.

– Shōyō – le llama el príncipe del reino Nishinoya – ¿No quieres tocar música conmigo? – sonríe ampliamente.

Algo que caracterizaba a la Alianza Karasuno eran los variados estilos de música que tocaban cada reino, debido a sus diferentes idiomas, costumbres, cercanía con el reino Sawamura (que era la metrópoli), entre otros factores, así también como sus vestimentas. Cabe destacar que en esta fiesta todos vestían con elegancia y orgullo las ropas formales de sus reinos, además, todos debían hablar japonés, el idioma en común el cual lo trajeron con diversas invasiones antepasadas.

De esta manera, los príncipes Yū y Shōyō se ubicaron en el canto de madera del escenario, sentados uno al lado del otro, para usar sus muslos como instrumentos de percusión e iniciaron un ciclo de tarareos y graciosas improvisaciones que animaban el oído del público. Entonces, Shōyō admiró al mayor, por el increíble talento del cual no presumía –que era extraño de hallar en las personas– además de tener tantas otras cosas que resplandecían y embellecían su personalidad, tanto así que ese envidiable talento nato era lo de menos. Al mismo tiempo, el honorable príncipe Daichi, prestó atención desde la distancia a la habilidad bien desarrollada de Shōyō (debido a que ya conocía el talento de Yū), aunque si el pequeño lo intentase no podría sacar el mayor potencial de sí mismo por su propia cuenta, necesitaría de alguien con suficiente talento compatible al suyo que le acompañase, así como Yū lo estaba haciendo en esos momentos.

Desde aún más lejos, la mirada sombría y molesta del príncipe Tobio había espantado a las damiselas y, cómo no, el rey había salido en su búsqueda, mas eso no importaba, nada más importaba. Nada, aparte de esa pasión desbordante en aquellos ojos, en aquellos labios y en aquella voz. Ese chico tenía semejante habilidad de improvisación y la usaba para jugar con aquel chico. Estaba enfadado, ¿qué diablos estaba haciendo? Por qué estar aquí cuando debería estar estudiando en alguna academia. Maldición. Por supuesto que le enfadaba, solo bastaba ver los orgullosos rostros de los reyes de Hinata para notar que esa clase de presión como la que ejercía el rey de Kageyama, para ese chiquillo no existía. Si ese chico de anaranjados cabellos no sentía esa horrible presión sobre sus hombros, entonces ¿por qué? ¿Por qué no aprovechar? ¿Qué es lo que había estado haciendo todos estos años?

– ¿Sabes? Incluso desde mi reino el príncipe Shōyō es muy popular. – comenta el príncipe Asahi. ¿Había escuchado bien?

– Sí, sí – secunda el joven de Sugawara – Escuché que suele cantar con los pueblerinos. – aseguró.

– ¿En serio? Eso es increíble... sin embargo... – el príncipe dudó por unos instantes.

– Creo que la forma en que usa su habilidad es un desperdicio, no lo sé... – terminó el joven de Sugawara, recibiendo un asentimiento de su amigo.

El príncipe Tobio se sorprendió por lo que oía, era insólito imaginar semejante extensión de popularidad, entre el reino Asahi y Sugawara, los territorios Hinata eran días a carruaje de distancia y antes de cruzar el continente debían pasar por el reino Kageyama ¿Cómo no había escuchado de aquel talento arrastrarse por su espalda?

El príncipe sabía la respuesta realmente, y en el fondo, le dolía. Él no quería que cuando fuese rey le apodaran «Egocéntrico» como a su padre, ya suficiente humillación había tenido. Tobio nunca fue cercano al palacio, al protocolo, ni a su gente, él solo quería tocar la mejor música del mundo junto a su madre –desde pequeño así se sentía– dentro del castillo, en los jardines, en las calles, no importaba dónde ni con qué. Tal vez su mejor satisfacción era olvidarse de sus responsabilidades y, sobre todo, del rey.

El tumulto de gente se dispersó una vez los artistas hubiesen dado por concluido su espectáculo, por lo que, para no parecer un acosador, Tobio se encaminó a la barra de bebidas, ubicándose en cualquier sitio para continuar con sus pensamientos sobre lo horrendo que era su padre... de no ser porque el niño de excelentes habilidades musicales se sentó también en la barra tarareando una canción que, casualmente, Tobio también conocía.

Shōyō tuvo que afirmarse del mesón para no caer del brinco que dio luego de voltearse y notar al príncipe sombrío seguirle la corriente a varios asientos de distancia. Siguió el tarareo de la canción con él, jugando con las escalas y entonaciones hasta acabarla al unísono. Se miraron, analizándose el uno al otro, sintiendo una sospechosa y adicta emoción nunca antes registrada por sus cerebros, emergiendo desde sus interiores recónditos hasta acabar a flor de piel. «¿Cantarías conmigo?». No se dijeron nada, nada salía de sus bocas, era como si sus cuerdas bocales atentaran contra ellos.

Tobio por su parte, decidió partir con calma, y permitirle a su corazón decidir cantar con él algún día, no tenía por qué ser hoy, no se desesperaría ya que conocía al destino, lo conocía perfectamente y sabía que este se aseguraría de volverlos a juntar. El mundo de la música es así. Por el momento, se permitió a sí mismo disfrutar del placer que le brindaba admirar aquel sonrojo de porcelana en el joven de anaranjados cabellos.

Amor de Reyes ♡Kagehina♡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora