2 | El Príncipe: Hinata Shōyō

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Shōyō sale apresurado del cuarto de baño hacia el pequeño salón que unía su dormitorio con el de su hermana, encontrándoselo una vez más, vacío. Su hermana solía desaparecer siempre a la misma hora, aunque regresaba como si nada exactamente cuarenta y cinco minutos después. Sonrió cómplice y llamó a su guardia, Izumi, para que le ayudara a vestirse.

Hoy tendrían una cena junto a la Alianza Karasuno. Recientemente, Shōyō cumplió sus 15 años, edad requerida para asistir a la dichosa fiesta. Al ser el hijo mayor, debía asistir como futuro rey del reino Hinata, aunque claro, a Shōyō no le traía prisa, como igualmente a sus padres y a Natsu, su hermana menor que aún no se aparecía por el palacio. Salieron en carruaje y luego de un par de horas, entraron en el territorio soberano de Sawamura, donde se realizaría la fiesta para celebrar la paz entre naciones que por generaciones se había mantenido intacta. El feudo era hermoso, con grandes jardines frontales y tierras y tierras de cultivos posterior al imponente palacio de piedra. Torres de hasta seis plantas, grandes ventanales con amplios balcones, dentro, parecía mucho más grande, el joven Shōyō caería de espaldas en cualquier momento, todo era tan diferente a su humilde hogar, sin embargo aún era conservador a la vez que familiar, además, el ambiente que se reunía era acogedor y para nada hostil. El gran salón poseía cortinajes rojo carmín que daban entradas a los seis miradores en altura desde los cuales corría el aire perfumado de las madreselvas; el centro de la estancia, en cambio, había sido adornado con un pequeño escenario con instrumentos musicales de la más alta línea en calidad. Shōyō, maravillado, no pudo evitar acercarse a tales trofeos como abeja hipnotizada por la miel.

Sus radiantes ojos fueron perturbados por unas oscuras gemas azul mar. Un azabache, príncipe, alto y de expresión severa observaba hacia su dirección. El pequeño Shōyō se sintió aún más pequeño, diminuto e inferior. Únicamente se habían mirado. Pero era suficiente, algo tenía ese ceño fruncido que le hizo detenerse en seco y callar, como si hubiera sido una bofetada.

– ¿Príncipe? ¿Se encuentra bien? – el mencionado voltea hacia uno de sus guardas que preocupado le miraba.

– S-sí, por supuesto. – sonrió para que creyera en sus palabras y siguió a sus padres que se dirigieron hacia un grupo de personas.

Los padres de Hinata Shōyō eran personas honradas y simples. Algo que siempre caracterizó a su familia, era la cercanía con la gente, el don de empatizar con todo el mundo rápido y fácil. El primogénito de los reyes no era la excepción. Debido a la cercanía con ciertos reinos, conocía algunos príncipes desde antes, pero otros como el príncipe Yuu del reino Nishinoya, no había tenido el agrado de conocerle hasta ese momento. Era alguien muy genial, tan cercano a la música como el hombre lo es al agua y el aire; Shōyō estaba fascinado con todo y todos, bueno, el hijo menor del reino Tsukishima parecía estar en un suplicio con cada segundo que pasaba y era difícil tratar con él, pero, en fin, siempre existirá una excepción a la regla, alguien que no sigua el patrón, alguien diferente. Al joven Shōyō le fascinaba conocer personas diferentes, normalmente, en las canciones improvisadas se inspiraba en las personas que conocía o las cosas que veía, dejándose el alma en cada palabra. Esa era su habilidad. Sabía inigualablemente cómo alcanzar los corazones de las personas, la entonación perfecta, las palabras idóneas, la expresión exacta y los ademanes puntuales para que todos se sintieran unificados por unos minutos en los que duraba una canción de Shōyō.

Sus ojos cayeron como imanes sobre la espalda del joven azabache de oscura presencia, quien parecía observar –atentamente– uno de los instrumentos en el pequeño escenario al centro del salón, Shōyō notó cómo acariciaba la madera del hermoso piano de roble oscuro con absorta añoranza, casi nostálgico, incluso alcanzó a vislumbrar un leve tono carmesí en sus pómulos. Nuevamente sostuvieron miradas, esta vez por más tiempo, tal vez unos cuartos de segundo más que la vez anterior, aunque ellos lo notaron como vidas enteras. Shōyō fue quien apartó la vista debido al tironeo de su madre, para llevarle a conocer otras familias; mientras ignoraba la presencia de los integrantes del reino Narita, se preguntó quién era ese chico, parecía tener su misma edad por su contextura, salvo por la experiencia de vida que evidenciaba en su mirada, parecía que había vivido mucho, que había sufrido mucho. Se preguntó qué era de su familia, por qué no estaba cerca de sus padres, quiénes eran sus padres o en dónde estaban. Tal vez prefería estar lejos de ellos y de ser así, ¿por qué? Fueron muchas preguntas las que surcaron su mente mas, ninguna respuesta. Este problema le llevó a remontarse en sus raíces nuevamente. Se suponía que su familia era buena con la gente, de hecho, su reino era muy cercano al pueblo, Shōyō tenía muchos amigos plebeyos, pero cuando era necesario elegir con cuidado las palabras, el príncipe era malísimo, normalmente metía más sal a la llaga. Su mejor manera de expresar sus emociones era a través de su música, pero había ocasiones en las que no venían al caso, no podía solucionar todos los problemas cantando, por lo que ya hacía tiempo que había dejado de intentar consolar a los demás. Sin embargo, esos ojos azul marino, oscuros y brillosos, le llamaban, le exigían atención, eran lastimeros y estaban esclavizados.

Ante una petición semejante, no podía negarse.

Después de esa divagación concluyó aquello, no importa lo que pasase o cuántos kilómetros les separasen, le cantaría una canción en la que le ofrecería lágrimas y sangre si es que era necesario para empatizar su agonía y acabar con el tormento de su vida, darle calor cual sol de verano y ofrecerle cobijo con cada una de sus palabras. Eso es lo que su corazón de rey le decía que debía hacer. Que se suponía que era lo mejor.

Amor de Reyes ♡Kagehina♡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora