(Emma)
Veía a Regina vestirse y marcharse, y no podía hacer nada para evitarlo. Ese era el trato. Así costaba menos fingir normalidad ahí fuera. Pero hace tiempo que un nudo comprime mi pecho, y cada vez se hace más fuerte y me cuesta más respirar. Y la veo a ella, y cree que lo oculta bien, pero le duele irse. Por eso es ella la que se va primero, yo no tendría fuerzas para hacerlo. Yo caería a sus pies y suplicaría por unos minutos más de su tiempo, poniéndoselo todavía más difícil. Seguramente tendríamos que dejar de vernos, esto tendría que acabar si no éramos capaces de volver al mundo real. Y no podía perderla. Pero eso nadie lo entendería.
Por la tarde fui a por un café. Era martes, de modo que Regina habría llevado a Henry a terapia con Archie. Se creía que no la veía. Ella era la razón por la que salía de comisaría a por un café y no lo tomaba de la máquina que teníamos allí. Necesitaba verla, aunque solo fuese de reojo, disimulando... Ambas podríamos ponerle fin a este sin sentido, ella podría decirme que necesita verme, y yo que yo también, pero eso solo complicaría las cosas. Éramos como dos marionetas al servicio de un titiritero cruel, un destino trágico sin lugar para el amor. ¿Se asustaría si le confesaba que lo llamaba amor? ¿Se lo pondría más difícil para irse por las mañanas? Si no podía irse, tendría que terminarse. Pero duele despedirse de lo que más amas sin poder decirle que eres suyo, ahora y siempre.
Y luego estaban mis padres. Ellos vivían su cuento de hadas, y todo lo demás les daba igual. No podías simplemente no encajar en su mundo perfecto, la presión era devastadora, y no quería que destruyeran a mi hijo con ella. Por eso me gustaba que estuviera con Regina, y cuando no lo estaba me aseguraba de que no se quedara solo con ellos. Regina era buena madre, y podía enseñarle mucho sobre la vida. Sé que se lo enseñaba. Ella le quería más que a su propia vida. No entendía como algunas personas podían decir que no tiene corazón. Obviamente no la habían visto con Henry. Brillaba bajo una luz especial. Al menos cuando yo la miraba.
Todavía me acuerdo del día de la pelea. Yo estaba enfadada, enfadada con el mundo entero, y ella estaba ahí, así que la tomé con ella. Se suponía que yo tenía que calmarla, y tuvieron que separarnos. Pero toda esa adrenalina que solté me permitió poder volver a respirar. Ya sentía que me estaba ahogando bajo la atenta mirada de mis padres, y eso fue como una bocanada de aire fresco. Por supuesto la violencia no es la solución. Violencia viene del latín vi, que se utiliza para formar otras palabras, como hombre, pero también virtud. Regina me lo explicó un día, me invitó a cenar a su casa para compensarme por la pela. Parecía nerviosa, y hablaba más de lo normal. También bebía más de lo normal. Y yo tenía un tic nervioso en la pierna. Y no sé como, de repente ella estaba sobre mí, pegándome contra la pared y rodeando mi cara con sus manos; sus labios entre los míos, y pude sentir su dolor y su odio hacia el mundo. Sus labios eran como una droga para mí, los necesitaba para poder respirar, los necesitaba entre los míos y para mí. Estábamos ansiosas. Podríamos habernos hecho daño, le hice un corte en el labio, justo debajo de su cicatriz. Pero la necesitaba más cerca, y ella se negaba a soltarme. La empotré contra la pared, perdiéndome irremediablemente en sus labios y en su perfume, y supe que no había cura, estaba condenada a morir de amor. Besé su cuello, y sentí sus uñas en mi espalda al aferrarse a mí. Teníamos demasiada fuerza, demasiado dolor acumulado, y luchaba por salir de algún modo. Estábamos demasiado necesitadas la una de la otra. ¿Cómo podía estar mal? Entonces no lo parecía. No parecía real, parecía parte de un sueño. Ella estaba ahí, tirando de las sábanas con fuerza, y yo era la responsable. ¿Quién nos lo habría dicho unos días atrás? ¿Quién podría creerlo? Pero era real, era lo más real que jamás me había pasado. Y trepé por su piel, besando cada rincón de su cuerpo hasta llegar a su boca, y ella se moría de sed por besar mis labios, pero yo la hacía sufrir y no la complacía. Y cuando ya no podía apenas respirar y era incapaz de pronunciar palabra alguna y suplicar, juntaba suavemente mis labios a los suyos y la sentía derretirse entre mis brazos. ¿Había algo mejor en el mundo entero? ¿Cómo podía pensar en las consecuencias si ni siquiera recordaba mi nombre?