(Regina)
Tenía miedo de salir de casa. Lo habían conseguido, me habían asustado. Ya habían demostrado ser superiores, pero con eso no les bastaba. Al salir a la calle me sentía observada. La gente me miraba, y yo sentía sus pensamientos. Siempre me miraban del mismo modo, solo que ahora con más motivo.
-¿Regina?- La voz del psiquiatra me sacó de mi trance. -¿Está bien?-
-¿A cuantos se lo ha contado?- Pregunté sintiendo como se me encogía el cuerpo.
-Yo no...-
-Todo el mundo lo sabe...- Miré a mi alrededor. -¿Por qué?-
-Me amenazaron... Lo siento...- Confesó. -Vinieron a mi consulta, querían saber de qué habíamos hablado... La odian, Regina... Yo que usted me iría de la ciudad...-
Iba a decir algo, pero las palabras no me salían. No habría sabido por donde empezar. Quería hacérselo pagar, defenderme...pero no habría servido de nada, porque todos lo sabían.
-Lo siento...-
-Por eso vinieron a mi casa...- Recordé. -¡Porque se lo contaste! ¡Henry estaba allí, Archie! ¡Tuve que encerrarle en el baño!-
-Lo siento, de veras... Lo siento, pero no es bueno que nos vean juntos...- Pasó de largo.
-¿Para quién?- Me giré hacia él y le vi marchar.
La gente me miraba. Dios santo, todos sabían lo que había hecho. Sabían todos los detalles. Por eso me odiaban, por eso nos odiaban. Todos sabían la verdad. Sabían lo que éramos. Quería gritar, quería gritar con todas mis fuerzas para deshacerme de este nudo en mi pecho, pero no podía hacerlo. Y la cabeza me daba vueltas. Necesitaba que todo se detuviera. No podía respirar.
Fui a mi despacho y vi las ventanas rotas, piedras y cristales por el suelo. Suspiré, cansada de todo. Las piedras tenían notas atadas. Decían cosas horribles. No me molesté en recogerlas. Este ya no era mi hogar. No me sentía segura, así que le pedí a Emma que fuera a buscar a Henry al colegio y decidí volver a casa. Justo cuando me disponía a salir por la puerta me llegó un mensaje de Archie, pidiéndome que me pasara por su consulta. Decía que teníamos que hablar. No me hacía gracia la idea de pasar más tiempo fuera de casa, pero fui de todos modos. Tal vez quería disculparse como es debido, tal vez tenía alguna idea, algo que pudiera ayudarnos...
Al llegar allí me tomé un segundo antes de entrar. Cogí aire y puse la mano sobre el picaporte, pero no me hizo falta girarlo, porque la puerta no estaba cerrada. Estaba roto. Estaba a oscuras, así que le di al interruptor de la luz, pero no se encendió.
-¿Hola?-
Tal vez todavía no había llegado. Caminé junto a la pared hasta llegar a la ventana, y al correr la cortina entró un pequeño rayo de luz que me permitió verlo. Grité. Estaba colgado de una viga, su cuerpo colgaba en el aire y los pies no le llegaban al suelo. Grité, y pegué mi espalda a la pared, horrorizada y tratando de encontrarle una explicación. Gritaba, hasta quedarme sin aire en los pulmones. Estaba muerto. ¿Quién me había enviado ese mensaje? No podía hacer otra cosa que no fuera gritar, abrasar mis pulmones y también mi garganta. Entonces entraron. Iban vestidos de negro, y no pareció importarles la presencia del cadáver. Me sujetaron y me sacaron a rastras de allí. No veía por donde íbamos, pues las lágrimas me nublaban la vista. Intenté soltarme, pero me resultó imposible. Recuerdo saber que iba a morir.
Estaba frío y húmedo. Me encerraron en un sótano. Aporreé la puerta con todas mis fuerzas. Necesitaba salir de allí. Necesitaba volver a casa. Henry me necesitaba, necesitaba despedirme de él, tenía que despedirme de él... Me ataron las manos con una cuerda, y me hicieron ponerme un vestido blanco de tirantes que parecía hecho con un saco. No podía creer que hubiera tanta gente implicada, todo ese odio... Yo lo único que había hecho era enamorarme, querer a alguien con todo mi corazón. ¿Cómo podía eso despertar tanto odio? Rezaba por que no me doliera. Me iban a matar.
El agua estaba fría. Me introducían la cabeza en un cubo, y la mantenían ahí unos segundos. No podía respirar. Se me congelaban los pulmones. Gritaba, y dejaba escapar mis lágrimas, porque ahí nadie las encontraría.
Querían que confesara. Dijeron que si confesaba podría morir con la conciencia tranquila, y tal vez si suplicaba perdón serían perdonados mis pecados. Reconocí haber pecado. Reconocí haber amado, haber amado con cada fibra de mi cuerpo, y de mi corazón, y pedí perdón, pedí perdón por ellos, que no sabían lo que hacían. Ellos eran la verdadera oscuridad. No actuaban en nombre de dios, ni de la luz...actuaban en nombre del odio.
Me metieron la cabeza ahí dentro, pero no me sacaron. ¿Era así como iba a morir? Todo se volvió negro. Pero comencé a toser, tirada en el suelo.
-Solo una criatura del demonio vuelve de entre los muertos.-
Era una prueba. Como hicieron con todas esas brujas. Pero yo no había resucitado, simplemente no había muerto. No podía explicárselo, no tenía fuerzas, y de todos modos no me habrían creído. No era un igual. No me consideraban una persona, por eso podían arrastrarme de ese modo y hacerme las cosas que me hacían. Era impura. Merecía un castigo por la suciedad de mi alma.
Pretendían que entregara mi vida, como un cordero blanco, por eso me habían vestido así, buscaban la pureza. Resultaba un tanto irónico que fueran ellos quienes sujetaran el cuchillo sobre mi cuello. Yo era su sacrificio.
Hicieron una hoguera. El Sol salía por el horizonte, el último amanecer que jamás vería. Me ataron al centro. Me ardían los ojos de tanto llorar. Miraba al cielo, porque si de veras había algo ahí arriba, no permitiría que hicieran esto. Pero no obtuve respuesta alguna. Apretaron el nudo, como si eso fuese a servir de algo, y leyeron algo en voz alta. Blanca estaba allí, con David. La llamé, los llamé a ambos entre sollozos incomprensibles. Ellos me conocían, y pensé que sentirían compasión. Temblaba, y ellos ni se inmutaban. Rompía a llorar, pero les daba igual. Y pronunciaba su nombre, el de mi hijo, suplicando clemencia. Quería volver a abrazarlo. Pero fingían que no me escuchaban. Y entonces se fueron. No quisieron verlo, o no pudieron. Me abandonaron para que me mataran.
Ya no tenía fuerzas para gritar. Emitía gemidos entre sollozos. No tenía alas para volar. No había nada a lo que acogerse o abrazar. Nada cubriría mis espaldas en la oscuridad. El Sol se pondría para siempre en mi corazón, y pondría a dormir mis sentidos y mis pensamientos. El dolor se acabaría. Pero aún así tenía miedo.