Capítulo 4:

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«Pequeño encuentro»

Era la hora punta y mucha gente estaba atareada en el exterior. La tarde simulaba estar apuntando con sus olas de calor las calles del sector Aelliseu, parecía ser un noviembre tan burlón a pesar de tener al invierno entrando lentamente en sus extrañas. A la entrada, colgaron un letrero que nombraba a un evento anual llamado Rojo Noviembre.

Ése era el motivo del porqué a Kyong Nam no le gustaba pasear en este tiempo por Aelliseu. Su gente, por ser unos masoquistas ignorantes y ciegos de su miseria, celebraba por un mes una matanza en honor al Síndrome de Alicia. Por esa razón, las calles estaban pintadas de la asquerosa sangre que salía por los acantilados de los prostíbulos.

Kyong Nam, al posicionarse cerca de esos lugares especiales para el evento, simplemente apresuró su caminata para llegar a la casa del escritor.

El olor metálico de la sangre combinada con el de la orina parecían bastar para cumplir el propósito de la chica de incendiar el sector de Aelliseu. Menos mal que luego de unos metros bastante considerables la alejaron de esa pútrida esencia.

A sus ojos estaba el portón de la casa. Kyong Nam soltó un sonido sorpresivo cuando admiró la casa. Era un hogar muy decente, incluso estando cerca de la avenida Alicia.

Su escasa determinación, ya mencionado anteriormente, hizo que dudara al tocar el timbre. Pero ya lo había tocado.

Kyong Nam apretó su mandíbula, deseando internamente golpear su cabeza en la pared. Por lo visto, una parte de la antigua Kyong Nam seguía ahí. Esperó unos interminables minutos hasta que una señora muy tímida y siempre cabizbaja entreabrió la puerta, insegura de esa imponente persona que estaba delante del portón del escritor.

Para poder cumplir su misión de pasar y conversar pacíficamente con ese hombre, Kyong Nam esbozó una sonrisa sin mostrar los dientes. La señora tragó saliva y internamente rezaba que se fuera.

—Hola, ¿aquí se encuentra...? —pausó un momento su frase cuando descubrió que no se sabía el nombre del escritor. Tan solo tenía conocimiento de que era un escritor y que vivía aquí. Kyong Nam, para sus adentros, se quiso golpear de nuevo por ser una ignorante. —No importa. Dile que Song Kyong Nam está aquí.

La señora cuidadosamente intentaba cerrar la puerta sin antes decir algo. —Él no se encuentra aquí...

Kyong Nam levantó las cejas y bufó. Sin embargo, todavía mantuvo su pequeña sonrisa.

—Ah, ya veo. Entonces, esperaré hasta que aparezca. ¿Puedo? —habló antes de que la señora la ignorara y cerrara la puerta. Kyong Nam no obtuvo ninguna respuesta. —¡Aish! ¿Qué pasa con esa señora? Si sólo vengo a conversar. —comentó enfurruñada antes de recargarse en el suelo, cerca del portón. Estaba dispuesta a esperar, incluso hasta una eternidad para conseguir respuestas.

La señora con pasos apresurados entró a la casa y subió las escaleras para dirigirse a la habitación del joven. Trató de calmarse y mantener una fachada impasible para no perturbar al joven, aunque lo que informaría quizás sí.

Antes de que la señora tocara a la puerta, Yoongi se mantenía en un estado de ensoñación. No podía casi asimilar la noticia de su muerta musa.

Todavía podía recordar su desbordante perfume de frutilla, esa que pertenecía al Strawberry Royale.

—No puedo entender por qué estoy aquí, si apenas llego y me siento en este sillón. —empezó quejándose Constance, tirando su cartera a la deriva del sillón. Se sacó su chaqueta pues en el ambiente hacía un infierno. Miró al escritor deteniendo su escritura, sentado tranquilamente en su escritorio no muy lejos del sillón. —Y lo único que haces es observarme y escribir en ese estúpido computador. —terminó haciendo un puchero y cruzando los brazos.

El Síndrome de Alicia『MYG』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora